Solo dos pueden confirmar un accidente de miradas.
Sólo dos saben de la eternidad que el brillo de un pensamiento deja,
cuando el cielo se esconde entre las estrellas
y el reflejo del universo es tan grande como un lunar.
Con un soslayo decimos historias ajenas al instante,
obviando que todos los días renacemos con el Sol,
y cuando llega la noche también practicamos para el último adiós.
Ahora es cuando todo indica el turno para eso por lo que vale jugar,
en donde nos redime como una decisión sujeta al tiempo y al lugar.
Todo siempre, siempre situacional.
Todo siempre, tan siempre uno mismo.

Su esencia aun abrigada no puede disimular su brillo
y se escapa en el espejo de sus anteojos negros,
aplique clave para tantear el interés de un héroe sin estandarte
y obligándolo a pelear contra la bestia que califica esto como epopeya.
Pero la negativa a veces es todo el combustible que se necesita,
y como un colibrí que vuelve a su flor,
iremos construyendo una nido de amores imperfectos,
soñando con ese corazón digno de coronar.

Un cuento que empieza y termina con un hola de peatón,
enseña que la primavera los pondrá juntos de nuevo en ese momento accidente,
en donde al fin terminen de buscar
para dejarse encontrar.