Una suave melancolía blanca invade el andén,
en el último llamado se prolonga la despedida.
La armonía se rompe lenta en el sopor en la tarde,
una profunda exhalación traspasa los tímpanos
mientras una extraña experiencia de vapores
aísla historias de abrazos quietos en la acera.
Forzado, un querubín de carbón y fuego se mueve
y arrastra las sombras espaciosas tras de sí.
Se derrumba la estación en un pedazo del horizonte
e inicia su agonía de apatía la formación de trenes.
Texto agregado el 20-10-2015, y leído por 160
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Lectores Opinan
21-10-2015
Me encantan las estaciones de trenes antiguas, son para poemas como este. En las modernas, ya no siento que inspiran. jdp