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Distinta

El diecisiete de diciembre fue un día muy particular para la familia Kraft. Había nacido la hija que tanto esperaban. En una línea de tres hermanos, esta era la última oportunidad que Emilia y Francis se daban de poder tener una hija.
Los varones alborotados por el acontecimiento no terminaban de desordenar la casa y alterar al máximo a la abuela Frida, que ya no sabía que hacer con ellos. Franz, el mayor, de doce años, gritaba a todo pulmón, “¡Llegó la brujita, por fin!”. Los otros dos, Wilhem y Johann, de nueve y siete años respectivamente lo seguían por todas las habitaciones tirando cosas al aire.
El próximo problema de este matrimonio, (que ya se habrán dado cuenta), de ascendencia alemana, fue elegir el nombre de la niña en cuestión. Por supuesto que tenía que ser como el de los hermanos, algo que les recordara la patria amada (vater land).
La niña era muy hermosa, blanquísima, con apenas una pelusa rubia por cabello y los ojos enormes y azules como toda la familia. Totalmente tranquila, sólo lloraba reclamando su alimento en los horarios lógicos, el resto del tiempo dormía apaciblemente, dejando a la madre en libertad de atender a sus otros hijos y a su esposo que ya estaba embelesado con la nueva integrante del clan.
El nombre elegido luego de varias consultas con el consejo familiar fue Greta, ya que la imposibilidad de ponerle Gretchen, en el documento, hizo que eligieran lo más cercano. Y Greta empezó su vida rodeada de mimos, consentida en todos sus caprichos, lleno su cuarto de juguetes y muñecas de diversos tamaños.
Su pelo fue cambiando de color, hasta quedar en un rubio oscuro, casi rojo, y sus ojos pasaron del azul claro al verde intenso, enmarcados por oscuras y tupidas pestañas. Realmente era un bebé muy lindo.
Hubo un problema con ella cuando debió dejar el biberón, no había ninguna comida que le guste. Solamente algo dulce la atraía, pero brevemente. Angustiados sus padres consultaron a cuanto especialista tuvieron a mano. Pero no hubo caso, Greta se negaba a comer, pasaba sus días solamente con algunas tazas de leche con chocolate, y alguna golosina.
La abuela Frida se esmeraba en la cocina preparando platos que tentaran el apetito de la pequeña, ésta sólo respondía bien a los postres o tortas muy dulces, aunque solo comía unos pocos bocados.
Estaba muy delgada, apenas alcanzaba el peso normal de su edad, pese a lo cual jugaba sin problemas, y no parecía estar enferma.
Esta situación no conformaba a los padres, acostumbrados a la voracidad de sus tres varones. En casa de los Kraft siempre se había comido bien y mucho. Todos tenían cuerpos robustos y sanos. En cambio Greta tenía el aspecto de una frágil muñequita.
Cuando cumplió tres años, un médico aconsejó una serie de estudios, tras los cuales indicó una batería de vitaminas y complejos de nutrientes. Las indicaciones fueron cumplidas a rajatabla. Y en pocos meses, Greta cambió su aspecto, empezó a parecerse a la familia. Comía cada vez mejor, con el beneplácito de los padres y abuelos.
Al llegar a los cinco años, Greta ya podía considerarse como una niña gordita. Esto no alarmó a nadie, pues se consideraba que los kilos de más eran síntoma de salud.
Cuando ingresó a la escuela primaria, su peso era superior al de las otras niñas de su edad. A pesar de que concurría a una escuela privada muy selecta, no podía compartir algunos juegos con sus compañeras porque se cansaba mucho. De modo tal que la invitaban poco a jugar y comenzó a aburrirse.
Su madre se preocupó por lo que le pasaba a raíz de que una tarde regresó de clases llorando y manifestando que no volvería a esa escuela, porque las niñas se burlaban de ella por su cuerpo.
Cabe aclarar aquí que Greta tenía excelentes calificaciones, gustaba del estudio. y el problema que le ocasionaba su cuerpo, hizo que se retrajera aún más, y estudiara con mucho entusiasmo, como una manera de demostrar que su capacidad intelectual no tenía limitaciones
A partir de aquí, fue llevada a varias consultas médicas, y otra vez la lista de estudios y análisis, más, la dieta. Greta estaba pasada en más del cincuenta por ciento del peso normal de su edad. ¿Cómo hacer para regresarla a su peso?. ¡Cuánto sufrimiento, no poder comer todo aquello que siempre había comido y que tanto le gustaba!.
A pesar de que se le cuidaba estrictamente la dieta, no bajaba más que unos pocos kilos que al tiempo volvían a ella.
Así fueron pasando los años, entre dietas, médicos, análisis, y más dietas, llegaron los ejercicios, todo esto solamente conseguía angustiar cada vez más a Greta, sin lograr que tuviera un peso aceptable.
Seguía siendo una alumna brillante, estaba en el cuadro de honor, y su libreta de calificaciones era el orgullo de la familia.
Al entrar en la adolescencia sus problemas se agravaron, nuevamente más médicos y estudios, que, con los avances de la tecnología, lograron descubrir un desequilibrio hormonal suscitado a temprana edad por medicamentos inadecuados. Comenzó entonces su largo peregrinar por consultorios de endocrinología y nutrición; tratamientos prolongados con medicaciones que a veces toleraba y a veces no.
Y su cuerpo no respondía, su obesidad ya era inocultable. Para colmo de males, creció en estatura, casi como sus hermanos, cercanos al metro noventa centímetros. Se convirtió en una mujer enorme, demasiado alta, demasiado obesa, aunque las hermosas facciones de su cara la mostraran en toda su femineidad.
Sus hermanos se fueron casando, luego de hacer sus carreras universitarias. Ella terminó la escuela secundaria y no se decidía por ningún estudio superior. Sus dos amigas, las únicas que pudo conservar desde la infancia, tenían novios y una de ellas se casó al terminar la escuela. Greta se había enamorado también de un compañero de estudios, pero él nunca se dio cuenta, ya que no la consideraban dentro del grupo de varones como una candidata apetecible para novia.
Nadie se había acercado a ella por un interés afectivo, ni siquiera sus compañeras. Se sentía cada vez más sola. Al terminar la escuela, sus intereses también terminaron. Ya no tenía en que refugiarse, estaba desprotegida. Sus ansias de ser como las demás chicas la sumían en una angustia permanente, tenia la sensación de ser algo así como un fenómeno, lejos de los parámetros de la normalidad. Entonces redoblaba sus esfuerzos en la dieta, el gimnasio, los médicos.
Por suerte, la economía familiar le permitía gastar sin fijarse, en ropas especiales que disimulaban su cuerpo enorme, a pesar de su buen gusto la ropa no le sentaba bien.. Toda clase de cosméticos llenaban su tocador, perfumes y cremas al por mayor. Pero todo seguía igual, el espejo le devolvía la imagen de una mujer mucho mayor que sus casi veinte años.
Alguien allegado sugirió la ayuda de un terapeuta, para que la acompañe en el difícil trance de aceptarse.
Funcionó durante un tiempo, logró bajar una cantidad considerable de kilos. Volvió a tener proyectos, y decidió ingresar a la escuela de enfermeras, para poder cuidar a quien lo necesitara.
Estudiaba muchísimo. Aventajaba al resto de sus condiscípulas. Su mente cada día parecía estar más clara. Pero en algo se confundió. La comprensión y el apoyo que el terapeuta le brindara fueron interpretados como sentimientos de amor hacia ella. De modo tal que llegó a decírselo a él. Tras lo cual, el profesional la derivó a una colega. Y todo lo logrado retrocedió a fojas cero. Volvió a subir de peso, hizo sacar el espejo de su cuarto, huía de cuanta cosa reflejara su imagen. Su angustia crecía, pero se esforzaba para vencerla. Seguía estudiando incansablemente, ante la mirada compasiva y culpable de la familia, que se sentía responsable de su estado por haber querido verla mejor en la niñez.
Comenzó a fumar, pues había oído que ello ayudaba a no comer y por lo tanto a adelgazar. Por supuesto que eso no mejoró nada, sino todo lo contrario. Agregó un problema más a los que tenía.
Terminó su carrera en tiempo record, con las mejores notas. Tras lo cual ingresó a un hospital importante, con un cargo igual de importante, debido a su trayectoria impecable como estudiante.
Por supuesto que ésto generó un clima de hostilidad hacia ella, una recién llegada ascendiendo de golpe. No pudo hacer amistades tampoco aquí. Eso la decepcionó nuevamente, había cifrado esperanzas en esta nueva etapa de su vida, pero no pudo ser, una vez más.
Decidió entonces dedicarse de lleno a su trabajo, tratando de no prestar atención a los comentarios y por supuesto, burlas en su contra. Así encontró un poco de paz, a pesar de que su situación no cambiaba, pero el hecho de dedicarse a los demás, hizo que dejara de pensar un poco en sí misma.
Trabajaba mucho, a pesar de ser supervisora, se ocupaba personalmente de algunos pacientes, y cuando alguien faltaba ella tomaba su puesto. Pasaba largas horas en la institución, cobraba buenas sumas a fin de mes.
Comenzó a ahorrar dinero, y poco tiempo después, decidió independizarse de la familia, alquiló un departamento, que fue amoblando de a poco a su gusto. Más tarde, con la ayuda de un crédito se compró su auto. Se sentía como liberada, ya tenía veinticinco años, y dejó de ser “la nena”. Su independencia económica le permitió hacer muchas cosas, entre ellas, viajar, conocer lugares a los que nunca pensó llegar, por supuesto que siempre sola.
Una tarde de invierno, hubo un gran accidente en la ciudad, trajeron a los heridos, el trabajo sobrepasó los límites, y hubo que estar muchas horas.
Entre los heridos hubo uno que estaba más grave, luego de intervenirlo lo pasaron a la sala de terapia intensiva, de donde salió a los veinte días como por milagro. Al volver a las habitaciones generales, Greta se ocupó de él con esmero, tenía varias fracturas, y estuvo imposibilitado de moverse bastante tiempo, ella lo ayudaba, lo acompañaba toda vez que podía, al parecer no tenía familiares ni amigos, solamente la gente de su trabajo que se encargaba del gasto de salud.
Al principio se mostró hosco con ella, y con todos, pero, al tiempo, no tuvo más remedio que aceptar que lo cuiden. Se creó entre ellos una atmósfera de amistad muy grata, que poco a poco fue creciendo hacia un afecto distinto.
Greta comenzó a cambiar, se moría de hambre, pese a las horas de trabajo y el cansancio, iba al gimnasio todos los días, quería estar mejor para este nuevo panorama de su vida.
Y lo que esperaba, se dio, Oscar, que así se llamaba el paciente, ocho meses después de conocerla, le pidió que se case con él. Greta había cambiado, se veía mucho menos obesa, y con una dulce expresión en su rostro. Todo fue de maravillas, la boda, la fiesta, el viaje, los regalos, la nueva casa. Empezó para ella una nueva vida, la convivencia era buena, se veían poco por sus trabajos, y ella trataba de estar menos tiempo en el hospital.
Pasó así un año de felicidad sin tropiezos. Entonces, Greta pensó que era el momento de pensar en ser madre. Sin decirle nada a su esposo consultó a un ginecólogo famoso, para ver cuales eran sus posibilidades. Se sometió a varias pruebas de diagnóstico, y cuando fue a buscar los resultados, una nueva decepción la esperaba. No podría tener hijos, la deficiencia hormonal que hacía que estuviese siempre obesa, impedía una maternidad normal.
Nada dijo a Oscar de esto, pero empezó a cambiar, pasaba más tiempo en el trabajo. Se volvió más cerrada, menos comunicativa, siempre estaba cansada. No atendía las cosas de la casa como al principio, ni tampoco a su esposo. Empezó a caer de nuevo en sus antiguos pozos de depresión, preguntándose sin poder responderse, el por qué le sucedían a ella todas las cosas malas, por qué no podía ser igual al resto de las mujeres. Cuanto más ahondaba en esos interrogantes, o se miraba al espejo, sentía que todos tenían razón, ella no era igual al resto, era un monstruo. A nadie le importaba lo que guardaba dentro de sí, toda la dedicación que ponía en quienes la necesitaran, un mundo interior rico en afectos y buenas intenciones, se perdía frente a una imagen que a todos les resultaba desagradable y fastidiosa, y de algún modo siempre se lo hacían saber.
Una sociedad dedicada al consumismo masivo, de una belleza estandarizada, fija únicamente en lo exterior, olvidada de los valores esenciales, de principios, a los que el común de la gente tildaba de antiguos o fuera de época. En todas partes Greta encontraba motivos para sentirse diferente. La publicidad de los productos más inofensivos, siempre estaba acompañada de una figura femenina perfecta, desde un alimento, hasta un automóvil o un medicamento, y ni hablar de los torrentes de avisos televisivos para mantener la figura, a través de distintos aparatos, cremas, pastillas, y tratamientos milagrosos.
Su vida había perdido el sentido, ni siquiera podría tener un hijo propio. La adopción no pasó por su mente, pese a que en el hospital había una oficina dedicada a trámites por el estilo.
Por supuesto que el matrimonio naufragó en aguas de muchas lágrimas y desentendimientos. Greta volvió a vivir sola, con una nueva carga de desencanto en su haber. También regresó a su anterior costumbre de pasar el día en el trabajo dedicada exclusivamente a la gente y a su tarea Esto le valió un ascenso, llegó a la jefatura del departamento de enfermería. A nivel personal era un logro, pero, no pudo disfrutarlo plenamente pues la gente que le tocaba dirigir, seguía discriminándola, ahora por estar en la conducción, y salvo algunas honrosas excepciones, todos le hacían lo más difícil posible su trabajo.
Su carácter fue cambiando tanto, que a veces ella misma se desconocía. De la mujer suave y condescendiente que siempre había sido, se convirtió en altanera, autoritaria, inflexible, autosuficiente, en una palabra, alguien intratable. Pero notó que de esa forma lograba un poco de respeto, aunque sea a través del temor.
Dejó de lado las dietas, la gimnasia y todo lo inherente a cuidar su aspecto. Su enorme figura resaltaba en el ámbito hospitalario. Había burlas y chanzas que a veces llegaban a sus oídos en forma directa y otras a través de comentarios o indirectas.
Así pasaron varios años más, sin ninguna novedad importante. Hasta que apareció en su vida un elemento importante, la computadora. Aprendió a manejarla en el trabajo, el hospital le pagó un curso. Y ella le daba utilidad para seguir capacitándose y para mejorar su gestión, hasta que descubrió otras formas de uso, como la de conocer otras gentes a través del ciber espacio. Se convirtió en internauta, como millones de personas en el mundo que llenaban su tiempo de soledad frente a la pantalla, permitiéndose soñar con esta nueva experiencia.
Pero un día el aparato que tenía en casa dejó de funcionar, y fue menester buscar ayuda técnica. Uno de sus hermanos, le sugirió un amigo que se dedicaba a ello y a la venta de equipos. Aquí sucedió algo inesperado, el técnico era también de familia alemana, altísimo, robusto, rubio, con ojos claros y mirada de buena persona. Congeniaron inmediatamente, Walter, pareció encantado con Greta, como si su apariencia no tuviera importancia, y lógicamente terminaron viviendo juntos a los pocos meses de conocerse. Greta no podía casarse pues nunca había deshecho legalmente su matrimonio, pero eso tampoco tenía importancia. Juntos armaron una buena pareja, y nuevamente ella pareció mejorar, a punto tal que se sometió a una delicada operación para reducir su peso, que fue exitosa. Se veía realmente mucho mejor. Y su unión con Walter iba de maravillas. Pasaron así cinco años más, y fue allí donde él empezó a preguntar el porque no tenían hijos, Greta no dijo nada de lo que sabía, simuló someterse a pruebas de diagnóstico y tratamientos posteriores, con resultado por supuesto negativo. Propuso entonces adoptar un bebé, pero Walter se negó rotundamente, quería un hijo propio o nada. Y siguió insistiendo en que debían intentar lo necesario para lograrlo. Deprimida una vez más, Greta confesó su secreto, y fue el final de la relación.
De nuevo estaba sola, con el cuerpo algo cambiado, pero el interior destruido, evidentemente pensaba, nunca sería igual a las demás mujeres. Ya estaba llegando a los cuarenta años y su vida se remitía sólo a trabajar y añorar un futuro que nunca llegaría al parecer. Las burlas y los comentarios de pasillo en el hospital la hostigaban permanentemente. Decidió tomarse un tiempo y viajó a Europa. Durante su estada allí tomó contacto con gente especializada en problemas como el suyo. Le hicieron estudios y por último pasó la peor prueba, una intervención en la que le colocarían un anillo en el estómago, para que regulara las ingestas. Su organismo cansado de tantas invasiones no respondió como se esperaba. Se sintió sola y mal, regresó al país, con la familia que ya desesperaba por su suerte. Cuando la vieron bajar del avión, parecía tener diez años más. Visiblemente desmejorada, cansada y triste, la llevaron de nuevo a su casa paterna. La colmaron de atenciones y afecto. Pero Greta ya no soportaba más la vida. Poco a poco se fue consumiendo, hubieron de internarla en una institución a fin de recuperarla pero no respondía.
Sus familiares no entendían que le sucedía, ella siempre tan tenaz frente a todas las vicisitudes que le tocaron vivir, esta vez había bajado los brazos, y era solamente una niña cansada, una mujer agotada, un ser humano que sólo quería paz. No más burlas, no más comparaciones odiosas, no más talles especiales, no más esfuerzos por aceptarse, no más pérdidas de amor y autoestima. No más.
Había nacido distinta, y tuvo que vivir siéndolo siempre, sin lograr aceptarlo conformarse con lo que tenía.
Y ahora, al final, logró ser igual a muchas. Greta Kraft, murió a los cuarenta y tres años, pesando apenas cincuenta kilos.

Texto agregado el 08-09-2004, y leído por 142 visitantes. (0 votos)


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