CELOS.
Maldita la hora en que permití a Ricardo, traer a vivir con nosotros, a su fiel amigo Martín. Hicieron migas, cuando este residía con Manuel; un colega e inseparable amigo divorciado.
Cuando el dueño de casa falleció, ninguno de sus tres hijos se preocupó de cómo se las iba a arreglar el pobre Martín.
Yo, desde siempre sentí una increíble aversión hacia él. Cuando venía con Manuel a casa; por suerte sólo en verano, pues nuestro amigo se tornaba enfermizo cada invierno, se instalaban en el quincho a preparar asados y por las tardes debajo del parrón a jugar dominó. Su pequeño “Club de Toby” extramuros, funcionaba a la perfección, no molestaban a nadie, nadie los molestaba a ellos.
Ricardo siempre fue un marido considerado, cuando me contó su deseo de traer a Martín a nuestra casa, había tanta ilusión en su mirada, que no me pude oponer.
Al paso del tiempo fui dándome cuenta que mi esposo dedicaba la mayor parte de sus ratos libres a su allegado, ya casi no intercambiaba anécdotas conmigo, como lo hacíamos en los viejos tiempos. Muchas veces, mientras regaba los frutales del patio, lo escuché contándole cosas, a lo que Martín respondía en lenguaje de señas moviendo sus manos, talvez para que yo no escuchara, mi marido complacido le daba fugaces chapuzones con la manguera.
Era tradición que todos los miércoles por la tarde asistiera a las dependencias multiuso de la comunidad a jugar dominó con amigos y vecinos, menos mal, acompañado del usurpador a quien tenía que esperar, terminara su diaria siesta.
Mi negro siempre fue aficionado al fútbol, le gustaba tanto, que hasta jugó de arquero en un club amateur Lautaro Atlético, en receso desde la dictadura.
Durante el verano suelen efectuarse campeonatos inter balnearios entre los Adultos Mayores que vacacionan, esta temporada unos viejos amigos lo invitaron una semana a la playa con todos los gastos pagados, con la condición que jugara de arquero, en el equipo de seniors que conformaban. Ricardo accedió feliz, pero no se atrevió a insinuarles si podía llevar un amigo.
Cuando me lo comunicó le respondí que, por ningún motivo me quedaría sola, con Martín en casa. Manteniéndome firme en mi posición, tuvo que buscar por Internet un hotel apropiado para alojarlo. Luego viajó con tranquilidad a cumplir con sus amigos. Transcurrida la semana regresó feliz contándome que lo había pasado divino, mostrándome también la fotografía en que aparecía en medio de sus amigos, levantando la gran copa como triunfadores del campeonato.
-¡Lo único malo que a mi lado no tuve a Martín, para celebrar! -exclamó, mirándome con pena.
Me dio mucha, pero mucha rabia, escucharle qué extrañó más a su amigote que a mí. De un salto me encerré en el baño, cerrándolo con pestillo. Golpeó y golpeó varias veces, diciéndome que no pensó ofenderme tanto.
Estuve amurrada un buen rato, pero al escuchar el timbre, la curiosidad me hizo salir.
Ricardo abrió la puerta…
Al encontrarse con Martín, que lo habían venido a dejar del hotel, se fundieron en un gran abrazo, hasta rodaron por la alfombra a lo Masú con González en los Juegos Olímpicos. Para peor su querido amiguito, le estampó un beso en plena boca.
-¡Eso, no más faltaba! -le grité indignada!
-¡Cálmate mujer!... ¡Si está vacunado!.
Martín, dio unos cuantos pasos de baile por el living, en una ridícula carrerita volvió a acercarse a mi marido, luego mirándome fijo, ladró feliz…
Volvía a casa, “en gloria y majestad”.