Lisadon, el pequeño pueblo a la orilla de un peñasco alto había sido fundada hace mas de 50 años por hombres que arrastraron a sus familias al lugar más apartado del mundo para escapar de la guerra que cada día cobraba más vidas. Los años habían consolidado su independencia pues ahora tenían unas cincuenta casas con familias de más de seis integrantes, una escuela que tenía niños de distintas edades, todos cursando el segundo grado de primaria, además de una iglesia construida de adobe que daba misa cada sábado y domingo por la mañana.
Debía ser un viernes por la tarde, el viento comenzó a sentirse fuerte y tibio levantando polvaredas y obligando a todos a refugiarse el resto del día en sus casas.
Rosa la mujer más vieja del pueblo casi ciego se percató del aire al escuchar el estruendo en la ventana de su cuarto y lo siguió escuchando toda la noche arañando el vidrio y sacudiendo la puerta principal. La mañana del sábado nadie puedo seguir con sus trabajos pues el aire empujaba los cuerpos de la gente que se atrevía a salir a la calle, tenían que caminar encorvados y con pasitos pequeños para no se aventados por los cielos, los vidrios de las ventanas comenzaron a reventar por la tarde y el
viento se coló por donde pudo excepto por la iglesia que se mantuvo sin un rasguño. La mañana del domingo se pudo salir de casa aunque el aire seguía soplando fuerte pero había logrado barrer toda la tierra suelta del suelo y la había levantado unos metros por encima de las cabezas de la gente, así el cielo comenzó a tener un color ambarino que se proyectaba por todo el pueblo. Para esos dias
lograron restablecer el orden y las mujeres del pueblo dejaron de usar faldas y tomaron prestados los pantalones de sus esposos para caminar por la calle.
Sin saber qué hacer, medio pueblo acudió a la casa de Rosa. La vieja con un dedo pegado a los labios comenzó a dar instrucciones, mandó a tapiar con tablas todas las ventanas y no volverían a colocar vidrios hasta que terminara el viento. Mandó a poner techos a los chiqueros y los gallineros, ninguno debía quedar por encima de la cintura, las clases se suspenderían hasta nuevo aviso, asi
como las plantas que aún quedaban en el pueblo serian puestas en macetas y se dejarían dentro de las casas, mientras que a los niños les pondrían piedras en las bolsas de los pantalones para hacerlos más pesados.
En menos de un día las medidas se seguían al pie de la letra, el sol dejó de entrar en las casas, por esos días el viento soplo más fuerte pero era extraño ver que las casas no eran arrastradas, ni los techos levantados al mismo tiempo que se podía ver a las gallinas y los cerditos durmiento tranquilamente al ras del techo de su chiquero como levantados por las almas en pena. En los días más pacíficos del viento se podía ver a las hormigas haciendo sus casas a cuatro metros del piso, llevando al hormiguero las pocas frutas que crecían en los árboles. Parecían abejas por la forma natural en que se movían por los cielos.
Una semana después de comenzado el toque de queda el padre Antonio Isabel tomó el aire como una prueba de dios o un desafío del demonio y se dispuso a ir de casa en casa dando misas personales, sin embargo su sotana hizo un paracaídas perfecto y fue levantado por los aires hasta que fue un punto negro en el cielo.
La gente tomo la desaparición del padre como una premonición "eso le ha pasado a un hombre de dios ¿que nos espera a nosotros?".
Nuevamente fue la vieja Rosa, la organizadora de un éxodo que sacara al pueblo de aquel lugar, poco a poco levantaron los cimientos y dispusieron a irse, justo cuando el aire terminó. Sobre ellos cayeron montones de tierra que enterraron a los niños más pequeños y dejaron inconscientes a los adultos. La única que no logro sobrevivir fue la vieja Rosa. Por la tarde, nadie sabía que hacer pues además de la tierra habían encontrado el cuerpo de un hombre mayor que alguna vez había sido el
padre Antonio Isabel. El aire le había arrancado las ropas santas y le había cambiado la lengua y los ojos por arena.
Todos pensando que nuevamente era una premonición decidieron quedarse con sus casas y restablecieron el orden en el pueblo.
Hoy en día Lisadon sigue ahí perdido en algún lugar del mundo, ahí no hay cambios y los niños ya saben leer y escribir, la iglesia sigue sin padre, pero lo mas importante la gente sabe qué hacer si el viento regresa. |