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AUSENCIA EN ABRIL

ooooooooooooo
por Alejandra Correas Vázquez


El entreabrió la persiana contemplando la luminosidad del día. Lentamente dirigióse muy despacio y sin prisa hacia uno de los armarios de la habitación, y tomando el piloto color gris lo dobló para colocarlo en uno de los compartimentos del portafolio que llevaba en la mano. La puerta del costado giró.

-—“¿Ya te ibas?”— le preguntó una joven asomando su rostro como a hurtadillas

-—“Sí. Quizás debí irme ayer... tal vez aguardé demasiado”-— fue su contestación

—“¿Y por qué? Pudiste olvidarte de algo”— insistió Alicia

—“Me voy como vine. Lo que existe aquí no es mío ¿Qué podría aguardar?”

—“No es verdad...Lleva algo pequeño, al menos. Algo nuestro”

—“No hay aquí nada nuestro, Alicia, estamos en casa de tu familia, donde no hay un sitio propio para mí”—contestóle Rolando

—“Tampoco es verdad”

—“Sí lo es…Yo llegué a verte la vez primera, Alicia, en un día de sol. La verdad llamó a la puerta de tu casa en la plenitud del verano, pero las persianas estaban entornadas. Un sol creciente arrojaba fuego sobre los caminos. El Río San Antonio lucía espléndido y vigoroso, trayendo ora sequía, ora turbulencia. Los talas frondosos erguíanse altivos sobre las laderas y el basalto se recortaba combo, entre las playas de arena …Sed… Pesadez… ¡Yo era un caminante que pedía un vaso de agua!”

—“Está tibia caminante ...te contesté... No ha quedado un solo jarro fresco. Venías desde muy lejos recorriendo la sierra”

—“Me basta, llegando de tus manos ...dije yo”

—“Y entonces ¿Por qué hoy me abandonas? Dejas atrás tuyo a tu esposa y a tus pequeños hijos ¿Lo has pensado bien Rolando”

—“No, en absoluto”

—“¿Cómo entonces?”

—“En el interior de esta casa nuestros hijos juegan con globos de colores, la sed de los hombres les es desconocida. Recorrí mucho tiempo estas habitaciones, comprobando que una penumbra cubre todo su interior. Una paloma aletea detrás de sus barrotes y nuestros niños la alimentan colocándole migajas en el pico. Pero la paloma está prisionera …Y todos aquí estamos también prisioneros”

—“Y ello no justifica tu partida”

—“¡Faltan luces!”

—“¡Aquí se encuentran!”— le dijo ella oprimiendo el botón de los tubos de mercurio y una luminosidad homogénea cubrióles el rostro”

—“No son suficientes, y son muy opacas”

—“No tengo otras, caminante”

—“¡Sí las hay!”

—“¿Dónde Rolando?”

—“Afuera el rayo del sol deslumbra la visión de los caminantes. Sus luces refulgen chocando contra los rostros y grandes sombras se proyectan junto a los sauces. La sierra resplandece de hermosura y el Río San Antonio serpentea, ora cristalino, ora turbulento, entre las rocas de basalto ¿Por qué te encierras, Alicia, rodeada de paisajes?”

—“¡Qué importa ya! ... Pues me abandonas, Rolando”

—“Me acerqué a tu lado, Alicia, buscando un refugio acogedor. Fresco en estación cálida. Tibio en estación fría. Pero la opacidad artificial de tus luces mercuriales, me rechaza. Te ocultas entre paredes sin mirar el espacio abierto que te rodea, donde reina el paisaje... El sol va subiendo y me voy”

Abrió la puerta. El horizonte mostraba aún los pigmentos del verano, las ramas de los árboles inclinaban sus frutos hacia los viandantes.

Rolando miró con tristeza a Alicia y creía verla aún rozagante de belleza, como el primer día, quizás el segundo y hasta el último día juntos. Pero ella siempre distante, inmutable. Con esa faz incierta que crean los caracteres firmes.

—“Ya ha pasado el verano, Alicia

—“¿Y qué llega detrás de él?”— preguntóle ella

—“Viene la estación de las siembras. Pero las habitaciones de tu casa, donde te encierras en forma de claustro, no te permitirán contemplar la labor de los hombres que respiran el aire natural de la sierra. Por ello me voy”

Ella veíalo a punto de alejarse, también entristecida. El volvió la cabeza y la divisó totalmente sola. Alicia bajó de un impuso rápido el zócalo de su casa, para colocarse a su lado.

¡Juntos! …Tal como tanto él había deseado… Y se encaminaron tomados de la mano hacia la calle, bajo la luz tenue de la hora matutina.

Sus niños estaban apoyados sobre los vidrios de la ventana mirándolos con sorpresa. Los globos de colores cayeron de sus manos deslizándose entre las plantas, para deshacerse por completo. Una caricia del sol esparció los pigmentos.

El nuevo amanecer iba a sorprenderlos entrelazados. Sobre el paisaje serrano un viento cordobés llevábase las hojas doradas del otoño, residuos gastados que se volatilizarían con el aire. El tronco del plátano soltaba su corteza y Alicia la recogía en sus manos. Quiso ella exprimirla como un recuerdo, pero fue desmenuzándose entre sus dedos, dejándole la palma muy blanca y vacía.

Alicia apoyó su cabeza contra el pecho de Rolando, y el viento serrano sopló esparciendo la cola del Zonda que llegaba desde las Altas Cumbres. Los rayos del nuevo sol entibiaban levemente sus facciones y los surcos sembrados del camino se abrieron, ofreciéndoles el choclo carnoso y maduro, con su melena al viento.

En la lejanía, la nube del invierno avanzaba cubriendo la calle arenosa. Las ramas del tala retorcido mostraron sus uñas espinosas, y cada una de ellas transformóse en brazos, portadores de manos reclamantes.

—“¡Alicia!”— gritáronle en conjunto

Alicia escuchó aquellas imperiosas voces familiares que siempre la dominaran, y que ahora desoyera dándoles la espalda para seguir a Rolando…

¡Y quedó tiesa e inmóvil!

Volvió hacia atrás la cabeza ...y temerosa… dejó la mano de Rolo que la conducía, para recoger aquel abrazo espinoso.

El la observó mientras ella se alejaba, ausente a todo llamado suyo, distante a todo reclamo de Rolando. Alzó con su puño viril una parte de la tierra serrana y marcó con esa masa fértil el nombre de su amada sobre el tronco desnudo del primer árbol.

Pero ella ya estaba muy lejos, la envolvieron numerosas manos y él no la tendría más a su lado... El hielo se extendió por el sendero. Rolando quedó en imagen sobre el recuerdo. Luego le gritó:

—“Perdimos el Diamante, así fue, Alicia.”

—“O no supimos tallarlo, Rolando... ¿Llevarás algo para que me recuerdes?”

—“Nada me es propio aquí. Voy en busca de un sitio real para mí.”

—“Yo tengo uniones y no voy a quebrarlas, compréndelas para comprenderme, Rolo.”

—“Tus uniones son tutelas que te impiden ser libre para compartir tu vida conmigo ¿Podrías comprenderme también a mí, Alicia?”

—“Lo intentaré en tu ausencia.”

—“Esperaré...”— y se dirigió solo hacia la calle

Calle de tierra. Serrana. Empinada. Casonas señoriales bordeando el camino abrileño. Otoño. Partida. Ella puso detrás suyo la llave de la puerta y corrió el pestillo.

Luego se introdujo en las habitaciones del interior de su casa. En la galería del fondo se entremezclaban las voces. Más lejos el jardín ofrecíale su espectáculo dorado del otoño. Los plátanos de inmensos ramajes, teñían el suelo con el naranja viejo de sus hojas.

Dos niños las recogían en sus baldes de juguete. Otra jovencita se hallaba de pie junto al mandarino florecido. El perfume de azahar era dueño de toda la escena.

—“¿Ya se fue?”— le preguntó Azucena

—“Sí. No miró ni un momento hacia atrás. Ni una llamada. Pasó la noche en ese cuarto, solo”— contestóle Alicia

—“¿Lo dejaste partir sin seguirlo?”

—“Era su deseo”— confirmóle Alicia

—“¿Y qué hiciste para detenerlo?... O para correr detrás suyo.”

—“No me llamó a su lado.”

—“Rolando estuvo aquí durante todas estas horas ¿Te acercaste en algún momento en busca de su diálogo?”— le observó con inquietud Azucena

—“¿Para qué? ¡Para que me obsequiara con su silencio!... A su lado las paredes parecen más vivas. El me ignora”

—-“¡No amiga! Además de ciega, tienes los oídos cubiertos por un equívoco espeso. Estuviste todo el tiempo esperando su llamado físico, como a la bocina de los autos... Te has equivocado Alicia, el estaba allí solo en ese cuarto, llamándote” — sostuvo su amiga

-—“Extraña forma de llamarme ¿No lo crees Azucena?”

—“Así fue siempre Rolo, desde el primer día, cuando vino detrás tuyo, Alicia.”

—“Como un símbolo, sin palabras.”

—“Entonces pudiste recibirlas, sin oírlas”— le recordó Azucena

—“Con su presencia aquí, llegando...simplemente.”

—“Sí, de esa manera, tal como el primer día que llegara Rolando en tu busca. Y ahora estaba él esperando que lo siguieras.”

—“Siempre sin palabras”— insistió Alicia

—“¿Eran necesarias acaso?”— callóse Azucena de improviso mientras se alejaba

—“Abrió la puerta hace un momento y... partió.”— comentó Alicia

Dijo esto último hallándose ya sola. La otra no la escuchaba, Azucena ahora, divertíase con los niños, que continuaban jugando.

oooooooooooooo

La arena cubrió todo.

Vino el alud con la creciente desde las Altas Cumbres arrastrando la vida. La arena envolvió los brotes, las vertientes y el afecto.

El se detuvo.

Invocó a sus duendes y no llegaron. Caminó un poco más, bajo el cielo implacable. Invocó a su genio y no le respondió.

Ella se detuvo.

Siguieron los dos caminando sobre la misma arena. El cielo estaba azul prusia y con centelleos de cobalto.

Ellos continuaron.

La arena unió los caminos en una misma creciente y las aguas del río embravecido surcaron su escenario.

Turbulencia. Violencia. Desgaste. Inundación …y… Finalmente la paz, mientras el Río San Antonio retornaba a su calma. Se irguieron los brotes, regresó el afecto y multitudes de amantes convergieron en su rumbo.

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Texto agregado el 19-10-2015, y leído por 62 visitantes. (0 votos)


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