DESDÉN LUMINOSO

Y lo llamó, con palabras exageradamente amelcochadas como al anciano gustaba escuchar y a ella decirle, le pidió regresar donde una multitud formada por unos cuantos previamente aleccionados por ella lo aclamaban entre vítores extraviados. ¡No te vayas amado mío! ¡No nos prives de tu luz!, ¡Sin ti este sitio queda en tinieblas! y corría tras de él agitando los brazos desesperada entre hipos etílicos y lloriqueos lastimeros.

El anciano tránsfuga más fastidiado que conmovido detuvo su lerdo andar y volvió el rostro bonachón el cual solía esgrimir hipócritamente ante su plebe, abrió su mochila y sacó algo de ella. Con rabia arrojó a los pies de la turba suplicante por su regreso una lámpara y varias pilas alcalinas al tiempo que les gritaba con ironía: ¡Ahí tienen su luz, para que se iluminen!