¿VOLVERÁ?
Vio aquel tronco y se le iluminó la mirada. Solo pensar en lo que pudiera hacer con aquel “pedazo de la naturaleza” le causó un temblor de manos, imaginarlo lo excitó, poseía la habilidad, la experiencia y la imaginación para “trabajarlo” a plenitud.
La sudoración humedeció su prolongada frente víctima de alopecia senil, sus papilas salivaron con exceso como si estuviera saboreando algo extremadamente delicioso.
Entonces convino el precio con el dueño de aquella “cosa” con la que ya imaginaba realizar con sus manos una obra de arte. Él sabía muy bien como “ponerlo a modo” para extraerle el precioso líquido aún contenido en su interior.
Luego lo tallaría con paciencia, mucha perseverancia y hasta con deleite supremo para darle la forma que imaginando, ya lo excitaba al máximo.
Después, al realizar su “trabajo”, redondeó con mucho cariño aquellas dos protuberancias cuidando mucho no parecieran flácidas, sino llenas, como si tuvieran vida en forma de blanquecino líquido.
Puso especial cuidado en “trabajar” sobre las partes venosas que se le apreciaban al “tronco” aquel. Cuando “eso” parecía estar en todo su esplendor, erecto, invitando al tacto, todavía se entretuvo dándole brillo mientras suspiraba mirando sus prominencias.
Con aceites especiales pasaba la mano de arriba abajo, luego en forma circular por las partes curvas y otra vez incansable de abajo hacia arriba, hasta que ese “pedazo de la naturaleza” pareció decirle susurrándole al oído: — Soy tu obra maestra—
El gran deleite de aquel hombre se manifestó con una gran piloerección, único “levantamiento” que a sus años lograba. Pero siguió sobando el pedazo de tronco ahora transformado en “aquello” que a sus ojos con glaucoma les parecía bellísimo, entonces en un acto de honestidad consigo mismo dijo para sí: “De haber logrado cubrir las imperfecciones de este tronco, no sería igual la excitación al pasar mis manos sobre él”. Así, sobando y sobando el trozo de madera transformado en “obra de arte”, al escultor y tallador lo sorprendió el nuevo día escurriéndole la baba por las comisuras de los labios y la mirada extraviada en aquel larguísimo camino al parecer sin retorno.
¿Volverá?, tal vez lo haga si su sexagenaria amante dejara de leer los cuentos de Giovanni Verga y de Sergio Pitol (La Loba y El arte de la fuga) deleitándose entre sorbo y sorbo de licor y le pidiera que regresara, ese llamado le serviría al tallador como faro de orientación para encontrar el retorno a la realidad.
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