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Don Martiniano, más conocido con su hipocorístico Martí, pensaba con tristeza en su fallecido papá: don Martiniano señor, tan entero, justo, de los de antes, mandaba en su casa y sobre todo se deleitaba con el inefable placer de fumar. Señor millonario gracias a sus negocios de compraventa de todo lo imaginable. Tomó estado, es decir se casó, ya viejo, harto de pecar y llevar una vida libertina en todas sus formas conocidas y las que él inventó. Cansado y aburrido, pero con el sabio consejo de que “Para gallo viejo, pollita tierna”, se matrimonió con una adorable muchachita de 15 primaverales abriles.

Todos sus amigos pensaron mal por eso de que “matrimonio a edad madura, muerte o sepultura”. ¡Qué equivocados estaban! Gracias a su pasado y sobre todo sus mañas, dominó por completo a su mujercita y vivió muchos años. Para empezar la embarazó y de ahí su único hijo, protagonista de esta tristísima pero verdadera historia, pero no nos adelantemos.

El hijo, de joven, empezó también a fumar con el enojo de su madre, pues ella convencida de que su marido no tenía remedio, se dedico a “educar” convenientemente a su retoño, dentro de la santa iglesia y alejado de todos los vicios que adornaban a su marido. Éste en el colmo del cinismo decía: “Un hombre sin vicios es como una flor sin aroma” y ya en sus últimos inviernos se deleitaba fumando puros Cohiba y demostraba su autoridad regalando a su hijo Martí estas delicias.

Pero todo en esta vida se acaba, sobre todo lo bueno. Don Martiniano padre rindió cuentas a la vida en una edad provecta y su mujer el ver que todo el dinero había desaparecido y en su lugar quedaban deudas impagables, llena de ira, sin ninguna ceremonia mandó cremar el cuerpo y en una maquiavélica venganza esparció las pavesas en plena calle, con la seguridad absoluta de que el cabrón de su marido formaba ya parte del infernal cortejo de Asmodeus, diablo menor de Satán.

Sin padre empezó la vida de martirio de nuestro héroe. Se dice que “más tiene el rico cuando empobrece que el pobre cuando se enriquece”, la madre de Martí, también había aprendido las mañas de su fallecido viejo y con miles de transas salvó recursos suficientes para un mediano vivir. Sin embargo y por consejo de su padre confesor, no le soltaba parné a su hijo. Le consiguió un modesto trabajo en una oficina gubernamental y lo peor, casi lo obligó a casarse con una muchachita llena de virtudes (de la congregación de las hijas de María), eso sí, tenía la belleza de la juventud.

El tiempo que lo único que sabe hacer es añadirnos años, pasó rápidamente. La vida de Martí se convirtió en un infierno, primero con dos arpías de mujeres, su madre y su esposa, pues la bella damita se convirtió en una verdadera hija de la Gorgona, una Anfisbena venenosa cual serpiente cuyo mayor placer era hacer infeliz la vida del pobre Martí y fue peor cuando la madre de éste pasó a la corte celestial.

Al principio de su matrimonio, su mujercita ahíta de los placeres del himeneo lo dejaba fumarse un “cigarrin” después del amor, incluso una copita. Pero el tiempo es cruel, al llegar a la mediana edad y declinar el brío varonil, la mujer convertida en bruja insatisfecha y más sin hijos, desquitó su frustración en el pobre consorte.

Martí tenía prohibido cualquier acercamiento con el humo del enervante cigarrillo al grado tal que si su ropa se impregnaba del olor de tabaco porque sus compañeros fumaban como chacuacos, ella se ponía hecha una fiera y le pontificaba sobre los males de tan nefasto vivo. Pobre hombre casado con esta representante local del Consejo Antitabaco.

Un día los compañeros de trabajo del infeliz señor le fueron a avisar a la señora que su esposo había fallecido.
—No me sorprende —fue el frío comentario de la mujer—. Siempre le estaba diciendo “No fumes, Martiniano. Ya no fumes.” No me hizo caso, y he ahí las consecuencias.
—Su marido no murió por causa del cigarro señora —le aclaró uno de los compañeros del finado—. Al atravesar la calle lo atropelló un camión.
—Les digo —insistió la Anfisbena—. Seguramente iba a comprar cigarros.

1.- Fumando espero. Tango cantado por Sarita Montiel.

Texto agregado el 18-10-2015, y leído por 214 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
19-10-2015 Me gustó el tono fresco, desenfadado y con toques sagaces. Un abrazo bien dado! MujerDiosa
19-10-2015 Jajaja. Estupenda historia y ese final de Jaque mate. Soberbio. Full abrazo, Héctor tan querido. SOFIAMA
18-10-2015 Jajaja, al final el tabaco te mata...y que? yo que soy una fumadora empedernida siempre digo lo mismo a los que pontifican sobre las maldades del tabaco...."cuando me muera, quiero hacerlo por una causa justificada" Muy buen relato. elisatab
18-10-2015 Retratas muy bien en lo que se convierten algunas esposas: mandonas, intransigentes, de una bella jovencita en una maléfica bruja. Por fortuna la inmensa mayoría no. Me gusta tu tono desenfadado e interesante. Prende la lectura ***** Terryloki
18-10-2015 ¡Bravo!; Me encantó tu historia. muy buena, un comienzo bastante particular donde la desdicha pone en alerta a la sucesiva generación; y ésta en vista de lo perjudicial de las costumbres se ve reflejada bajo una crianza ortodoxa. Sin embargo, en el desarrollo era logico que se repitiera la misma historia y lamentable que la juventud de la esposa de "Martiniano" fuese otra serpiente insípida. Pero, el final, El final está increíble. ¡Me gustó mucho, gracias por compartir tu historia. Morgan-Tilos
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