Una mañana de enero cuando el sol estaba más pleno, se te vio pasar sobre un esqueleto que antes fuera una bicicleta- acomodado en una bella maceta de jardín. Tú figura Romero, tu movimiento Romero anunciaba una larga trayectoria sobre esos fierros oxidados y ruidosos como tan silencioso tu corazón. Recuerdo cuando las personas te amaban y respetaban, lo recuerdo Romero- yo de niña te veía pasar tranquilo y feliz por las calles polvorientas del pueblo, un lugar triste y pobre, pero tu calidez lo hacía un lugar feliz, tu canto, tu amor desbordante por las gente del lugar se notaba, se sentía, paseabas con la alegría sincera de aquel que es feliz con lo que hace- tus padres antes de morir te dejaron una enseñanza muy especial, te dieron mucho amor tanto, que tú lo volcaste en favor de quienes más lo necesitaron, hoy- tu tristeza nos embarga a todos y no podemos ayudarte. No sabemos ayudarte. La melancolía de su andar flotaba como una nube asfixiante, no podías respirar- tus canciones y tu voz se perdieron entre el murmullo lánguido de esos seres que te amaban, nada podía cambiar tu actitud dormida en la recamara de tu conciencia. Montado en ese esqueleto rodante, te fuiste sin dejar huellas- el viento levitando sobre un montículo de tierra- enredaba tu andar levantado anillos de anhelos que se elevaban en la tarde perdida con tu nombre- el camino te trago en su necesidad de hacerte ver, que aún quedaría tu recuerdo, aquellos que amantes y te amaron jamás habrían de olvidarte, y así fue- como se concibió tu nombre Romero, sigues en el pueblo, y en todos los pueblos donde te conocen desde siempre, tu perfume perdurara eternamente.
MARÍA DEL ROSARIO ALESSANDRINI. |