Fray Junípero (El misionero)
El padre Junípero, monje franciscano, acababa de cumplir los treinta y tres años, edad en la que no por casualidad decidió había llegado el momento de iniciar una tarea de evangelización por el mundo, idea que llevaba alimentando desde que profeso.
Creía firmemente que era la misión para la que estaba en la vida y estaba seguro de que podría convencer a otras personas de su verdad como en su momento hicieron muchos de sus antecesores en la orden y muy especialmente el que consideraba como su guía con el que compartía nombre y dedicación, fray Junípero Serra al que admiraba profundamente.
Así que pidió permiso al superior de su orden en San Pedro de Alcántara y empezó a prepararse para comenzar su tarea.
Fray Junípero aunaba en su persona, una enorme entereza, un gran espíritu de sacrificio, una exacerbada religiosidad y una seguridad en sí mismo que le hacían idóneo para la obra que el mismo se había impuesto.
Pretendía llegar con su palabra a comunidades a las que consideraba estaban en el error, quería luchar y convencer a otros hombres alejados del cristianismo y llevarlos al buen camino, pero no quería trabajar en sitios donde las religiones implantadas fueran de origen cristiano como el judaísmo, el protestantismo, el luteranismo o el anglicanismo, ya que consideraba que aunque estuvieran equivocadas estaban demasiado próximas a las ideas católicas, también descarto en principio ir a ningún país islamista, por dos razones, la primera y principal porque en estos momento había demasiadas confusión y mezcla con ideas radicalizadas de origen político y la otra porque también consideraba que en el fondo tenían ciertas similitudes con su fe, reconocían a muchos profetas cristianos y tenían también raíces en el antiguo testamento.
Quería trabajar en países politeístas con creencias que estuvieran mucho muy alejadas de las cristianas y por tanto de las católicas.
Así que decidió empezar por un país budista, había más de mil millones de personas que profesaban esa religión era pues un campo ideal para trabajar, se traslado a China a Beiging alojandose en un pequeño monasterio de monjas de su comunidad que convirtió en su centro de maniobras, comenzando su tarea dando charlas en colegios, conferencias en centros oficiales, visitas a zonas deprimidas y profuso reparto de biblias y estampitas de santos.
La recepción de sus enseñanzas fue mucho menos cálida que lo que él en su vehemencia esperaba, no consiguió pasar de una cierta atención educada y poco mas, ni una conversión.
Algo falla, pensó, es necesario que profundice más en sus creencias para encontrar sus puntos débiles.
Así que comenzó a estudiar el budismo, documentándose profundamente en las enseñanzas de Shiddhartha Gautama, primer buda y fundador del budismo que había vivido cinco siglos antes del inicio del cristianismo, comprendiendo enseguida que se trataba más que de una religión de una filosofía de vida.
Y que la idea de que la virtud estaba en lo que ellos llamaba el camino intermedio, era una reflexión nada despreciable pues consideraba que era tan malo el exceso por un lado como por el contrario y que muchas de las apetencias y deseos de los hombres no había que considerarlas siempre como negativas, solo si llegaban al exceso y que no se nacía estigmatizado con una culpa inicial, con un pecado, merecedor de castigo, se nacía totalmente limpio y que Buda al que ellos adoraban en sus muchas reencarnaciones era asequible a los creyentes y estaba más pendiente de la felicidad de los hombres en la tierra que de castigarles y prometerles un hipotético premio cuando llegaran al Nirvana, su cielo, considerado mas como el final del sufrimiento y la elevación sublimada del pensamiento, que un paraíso idealizado.
Ideas que le conmocionaron, hasta el punto de empezar a pensar que el budismo estaba más próxima a la realidad de la vida que la que su religión siempre opresiva, llena de temores y con la constante idea de culpabilidad.
Tanto se asusto de sus reflexiones que decidió salir de China y viajar a la India a Nueva Delhi donde había varios conventos de franciscano y poder acercarse a los seguidores del Hinduismo, otros mas de mil millones de creyentes, estaba seguro de que una religión que tenia no miles, sino centenares de miles de dioses y distintas deidades locales y familiares de todo tipo tendría unos seguidores mucho más permeables a su mensaje, un solo Dios todopoderoso y punto,
Pero quizá porque ya no estaba tan seguro de su fe y porque ahora tenía muchas dudas, tardo mucho menos que en China en ver más las partes positivas del hinduismo que lo contrario.
Lo primero que le hizo reflexionar era que era una religión que durante más de cinco mil años de antigüedad, se había ido desarrollado y adaptando perfectamente a la vida de los seres humanos, pareciéndole increíble que en tan largo periodo de tiempo no hubieran nunca tenido conflictos por temas religiosos, ni masacres entre sus seguidores, ni violencias con los que no lo fueran, antes por el contrario se habían ido acoplando sin problemas a las peculiaridades de las diferentes tendencias, aceptando poco a poco una gran amalgamas de rituales, de creencias y de dioses locales, totalmente distinto a lo que había sido el cristianismo.
Y los mas importante para el buen fraile, es que habían sabido resolver el problema teológico de los cristianos, de aceptar por un lado que Dios es infinitamente bueno pero que también permite cosas horribles y maldades sin justificación, ellos lo tenían claro además de los infinitos seudodioses adoraban a tres dioses principales, un dios creador, Brahma que creo todo, un dios conservador de la vida y pendiente de la felicidad de los hombres, Visnu y un dios destructor y malvado culpable de todas las desgracias e infortunios, Siva.
Y por si esta solución no le pareciera una magnífica idea, la creencia en la reencarnación en otras formas de vidas posteriores, mejores o peores según meritos, resolvía perfectamente el premio o castigo que los hombres merecieran al final de su vida.
Estaba ya en un mar de dudas y ni se molesto en dar conferencias ni tratar de convencer a nadie, no estuvo en la India ni tres meses.
Todavía reunió sus últimas fuerzas para pasar unas semanas en Japón donde entablo conversaciones con monjes taoístas, sintoístas y confucionistas, que le introdujeron aun más dudas ya que supo que además de los dioses celestiales también adoraban a antiguos héroes, a personas que habían sido singulares en vida y a entes relacionados con la naturaleza y que era normal que muchas personas practicaran varias religiones a la vez, por ejemplo taoísmo y budismo, que también estaba allí implantado, las religiones para ellos, tenían más de ceremonias y tradiciones que de creencias espirituales.
Aquello ya fue más que suficiente para él, aceptando no solamente que su misión había sido un rotundo fracaso, que había perdido casi un año de su vida, que ahora todo se le tambaleaba y que estaba en un mar de dudas, sino lo que era peor, que había llegado a conclusiones a las que nunca creyó pudiera llegar, no podía ya evitar las preguntas alojadas en su mente.
¿Pero cómo puede haber en la tierra tantos dioses y si Dios existe porque no es único para todos?
¿Pero cómo es que no me había dado cuenta que mi religión es moderna en comparación con estas y que además está también basada en una serie de leyendas antiguas y tradiciones indemostrables?
¿Y cuál es la religión verdadera, si alguna lo es?, porque como he visto cada una es un conjunto de filosofías y recopilaciones de ideas adaptadas a las diferentes peculiaridades de cada pueblo, ahora veo claro que todas se aprovechan de la debilidad y el miedo de los hombres ante la vida y el futuro. Y sobre todo ¿Qué hago yo intentando convencer a nadie de que acepten mis creencias, de las que ahora no solo dudo sino que creo son tan inconsistentes como cualquiera de las otras?
Y se volvió a su Andalucía natal, donde no solo colgó el hábito sino que abandono la religión y se convirtió en un ateo convencido.
MORALEJA: No es sano investigar ciertas cosas ni preguntar demasiado, porque luego pasa lo que pasa.
Fernando Mateo Octubre 2015
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