Resulta irremediable que después de todo,
debamos de partir nosotros los viajeros,
porque siempre amaremos lo nuevo,
aunque sea bueno, malo o sin sentido,
con tal que nos meta en el camino.
Aun cuando debiéramos estar plácidamente
instalados en esos cálidos rincones
que nuestros huesos llaman: hogar,
siempre estará metido dentro de nuestras almas,
ardiendo como volcanes, el deseo de partir
y las ansias por las lágrimas que dejan las despedidas.
Esta es una verdad que de tanto ser cierta,
solo necesita de nuestras vidas para existir,
así que solo nos queda estar presentes
en el lugar y a la impostergable hora señalada,
para que en cada una de nuestras estelares células
sintamos cómo cada segundo hace su pase mágico,
para no estar más aquí, ni en ningún otro lugar.
Y así, en el más corto o en el más largo camino,
del viaje más feliz o del más tortuoso traslado,
siempre estaremos colgados de nuestro tiempo,
y pegados a la facha que nos acomoda,
sintiendo los fragmentos con que se hizo
todo lo que soporta este sufrido planeta,
que no necesita de nuestras pequeñas existencias
para seguir dando sus infinitas vueltas y vueltas,
que levanta todas las vidas y cierra todas las tumbas.
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