Nos sentamos frente a frente, con la necesidad de no perdernos de vista.
Ella nos observaba y yo hubiese querido leer sus pensamientos, pero estaba ocupada en no delatar los míos.
Los tres hablamos por horas, sin sentido, sin tiempo y cuando él dirigía su acento hacia mi, yo reconstruía la forma de su rostro, el sonido de su risa.
Frente a frente y con todos los obstáculos de por medio, lo toqué infinitas veces con mis ojos. Lo abracé hasta reconciliarlo con su nuevo mundo.
Ella musitó estar cansada; yo, con la boca apretada, supliqué por un poco más...
Nos pusimos de pie, camine hacia mi bolso de viaje, me incliné a levantarlo... Y me encontré con sus ojos, con sus manos, con la voz de ella como música de fondo, con ella dirigiéndonos como maestro de orquesta, indicándome cuál sería mi habitación.
Lo miré y mis ojos estuvieron a punto de inundarse, pero lo odié, lo odié con todas mis fuerzas. Y nuevamente me contuve los reproches y apreté los dientes para no besarlo.
Ambos se despidieron de mi; yo, cerré la puerta, desempaqué mi pijama de satín y caminé descalza hacia el baño, sin hacer ruido, me quité la ropa, me miré en el espejo cepillando mis dientes.
Lo deseaba, ¡lo deseaba!, no como a los veinte, lo deseaba como mujer. Lo quería, lo quise en silencio a través de los años y a veces él, como Neruda, "también me quería".
Me puse el suave pijama blanco, me solté el cabello, me abracé acariciando mis hombros y me devolví resignada a acurrucarme en esa cama, tan bien arreglada, que se me había designado. Y allí busqué su aroma, su piel, su boca...
Afuera llovía y después de algunas lágrimas me fue imposible conciliar el sueño. Me anudé el cinto de una bata a la cintura, abrí despacito la puerta para que no crujiera, fui a la cocina por un vaso con agua...
De pronto me puso a temblar su aliento caliente sobre mi rostro susurrando mi nombre, su mano en mi vientre apretándome contra su cuerpo mientras mi respiración se agitaba. Con su índice apoyado en la mitad de mi humedecido labio inferior, me recordó nuestro voto de perpetuo silencio.
Tomé todo el aire que pude, cerré los ojos, lo dejé besarme, tocarme y giré en puntitas para besarlo; lo besé sin piedad aprisionando su rostro con mis manos, desordenando su pelo mientras me desequilibraba con su lengua.
Me abrazó, lo abracé, después de muchos años con la pasión que me inundaba y que me hacía sentir que me moría, en mitad de un gemido, volví a decirle que lo amaba.
Sus dedos dentro mío me convirtieron en soneto, en su amante ocasional, en lo incorrecto, en lo correcto.
Me arrimó al lavaplatos entre luces y sombras y con el impulso furioso de su perfecta erección lo dejé invadir la totalidad de mis dominios.
Mientras entraba y salía de mi, mientras me poseía, enterré treinta y nueve jadeos en su cuello. Apreté los ojos, me envolví en su espalda y una esfera brillante colisionó con mi glándula pineal haciendo convulsionar mi cuerpo en un orgasmo de fuego.
Entonces alguien encendió luz...
Yo desperté.
P.d: "¿qué debería hacer?
Nadie me explicó cómo seguir la vida sin ti…"
¡Feliz cumpleaños!
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