Tres armaduras de guerra, tres espadas tomadas por las empuñaduras, tres dignos relucen bajo la luz que se filtra por las ventanas del castillo. Suben velozmente los cientos de escalones de mármol alertados por los gritos del rey.
Despertar del prolongado letargo, agónico, con sabores salados aún posados en las mejillas.
No amanece, pareciera que la claridad se hubiera extinguido muchas vidas atrás dejándolo a la deriva entre humedades confusas de lobreguez y desesperación.
Escuderos de plata asían sus extremidades, tratar de despertarlo, más sus ojos permanecen fijos en tu nombre que no para de jugar entre las sombras reinantes. La tea no alcanza a descifrar la razón, notas de clamores se deslizan en medio de la entelequia. Gritos desesperados, dolor, padecimiento, muerte.
_¡Está sola malditos bastardos, está sola, la abandone a su nefasto desenlace!_ Palabras escapan de sus oscuras pesadillas.
Con escasa diferencia los ojos diestramente parecieran que abandonan sus cavidades, un hilo de saliva recorre su magullado cuello, apretando las sábanas de seda mantiene su rigidez, no logra desbordarse de la turbación que noche a noche lo atosiga.
Ordena traer su indumentaria, desusados atuendos empolvados de olvidos. Hierros cimentados por ilusiones engalanan su entidad: capa de sueños adorna su dorso, larga tela ondulante y rojiza acicala un cuerpo curtido por los años. Reluciente espada engalana el cinto de cuero que envuelve su cintura. En su contraparte, un telescopio que sustrajera de lejanos sueños placenteros, aun lo conserva como su más preciado tesoro.
Astillas de madera vuelan frenéticamente al veloz paso de los cascos, potro blanco, corcel perteneciente a una raza perdida, devora en pocos segundos el puente levadizo. Guía del amo, gallardo animal, arma feroz. En busca de litigios rígidos, exhalaciones luminosas entre las sombras que se niegan a abandonar su reino.
Cabalga con una antorcha, en busca de lo que ya no puede ver. Solía esconder sus preocupaciones para que ella no supiese de su existencia, más siempre estaba allí, protegiéndola. Poesías recitaba en ilusiones, rosas embestidas de ternuras le entregaba silenciosamente, las posaba en sus labios sin que se diera cuenta.
Albo esqueleto de una bestia abatida tiempo atrás, huesos putrefactos de maldad que fuera vencida por saetas de amor.
La rodea a pie, reconociendo las marcas de sus flechas en los blancos simientes expuestos al viento.
Desesperación le acorrala, corre confusamente sin dirección gritando el nombre de quien quisiera como a su propia vida. Ya no la encuentra, el aliento cede, la fuerza le deja, se desploma sobre rodillas agrietadas. Sonidos secos emite el escudo león rugiente al precipitarse en los pies del monarca, su mano tiembla soltando la espada de plata.
Sus pulmones desalojan un alarido, sonido atroz invade cada rincón del reino, resonancias malditas no logran anhelos; pues estaban vetados desde el comienzo, y él lo sabía, siempre ha sido un apasionado de lo imposible, negar el destino manifestado por sus dioses.
Vuelve derrotado por un enemigo fantasma, un invisible adversario que no puede combatir, fantasmas trae consigo en abatidas miradas.
Pasa los días mirando por el telescopio que conservara, pasa los días buscándola, pasa los días aferrado a un ideal, una esperanza que se niega a fallecer. Aguardándola, saboreándola, percibiendo el lazo que los une. A pesar de los años siempre forma parte de su futuro y destino. La quiere demasiado para abrazarla con el manto del olvido.
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