De humildades y chamuyo
A veces me gusta pensar que Platón ganó para siempre, que todas las cosas del mundo son para nosotros ideas inamovibles que debemos esforzarnos por comprender, y que la verdad, el saber y el bien son entidades inmutables a las que podemos aproximarnos porque para eso contamos con la razón aunque jamás accedamos plenamente. Sócrates suponía que verbigracia la valentía era una virtud, pero era consciente de que nadie podía definirla como tal porque ¿dónde estaba la valentía en sí misma? ¿con qué parámetro era comparable? Hoy la filosofía es otra. Ha pasado mucha agua bajo el puente en estos 25 siglos, pero cualquiera que lea alguna discusión socrática de la mano de Platón bien podría remitirse hoy a algún vecino o a las pendejadas de la televisión o a cualquier afirmación pánfila de las que andan en el éter y de las que todo el mundo opina. Ya es que hablar boludeces del clima, de un homicidio, del casamiento de la tía o de un partido de fútbol es algo que hace cualquiera con ciertos sentido y criterio. Pero tal parece que también nos gusta ponernos a pensar que las cosas evidentes encierran algo que está más allá de la apariencia y del diálogo ordinario tal como pensaron los griegos en aquella época. A usted lo patea la mina y lo primero que hace es llamar a los vagos malentretenidos de sus amigos y van y se ponen todos metafísicos hasta llegar a la conclusión de que las mujeres son unas putas insensibles o algo así, o se dedican a jugar a la play para olvidar esas cuestiones de lloraconchas.
Usted ve por televisión, no sé, el título de tal gesto de humildad que tuvo el papa. Ahá, el gesto de humildad, nos dicen. ¿Qué carajos quiere decir eso? No sé. Pongamos que el papa se bajó de un auto carcacha igualito al suyo y saludó a uno por la calle igualito que hace usted. ¡Ah, pero lo hizo el papa! Si lo hizo el papa, es gesto de humildad; si lo hace usted, nomás no. ¿Qué es la humildad? Es algo que hecho por usted no es, pero que si lo hace el papa sí es. O también humildad es una especie de virtud a priori de los pobres. Si usted es pobre, es muy probable que digan (sin conocerlo y por las dudas) que es gente humilde. Se dice que los pobres son humildes, bla bla bla que la gente humilde. Ah, entonces la cosa sería algo así: si alguien con poder hace algo propio de alguien sin poder, es humilde. Es como sucede acá con las críticas: usted supone que alguien ha criticado su obra maestra con humildad y que otro lo hizo con pedantería, ¿no? Usted juzga a su crítico. Luego si a un pobre indigente le da por no jodernos, digamos que tiene humildad para no decir que nomás tiene hijos al pedo. Mas todos sabemos que lo de los pobres es una patraña, que los hay bien hijos de puta que humildes no han de ser, y todo esto es lo mismo que podemos saber o suponer de cualquier persona pobre, rica, marrón o esquimal. Hay algo que no sé si se nos escapa: el orden es dado por el poder. Por esto decimos que el papa, Messi, Obama o Borges como cualquier otro que esté en un pedestal arriba de nosotros puede (y debe) comportarse humildemente. Volvamos: nos encanta pensar y gritar que tal jugador de fútbol millonario es humilde y un ejemplo. Ay de las pelotudeces que decimos instalados en una especie erudición, en la pedantería propia de evaluar por lo que creemos que sucede o por prejuicio mientras lo único que asimilamos, conscientes o no, son relaciones de poder o el influjo del otro. ¡Uy! Dije pedantería.
Veamos qué hay cuando hablamos de arrogancia o de pedantería. Ya me cansé de oír a trasnochados que dicen que fulano es pedante pero tiene con qué, mientras que mengano es un infeliz porque dice y hace lo mismo que fulano pero (vaya uno a saber por qué) no tiene con qué y resulta, pues, un pedante menor. Vista así la pedantería sería una extraña clase de virtud. Luego si usted tiene mucho dinero y llama proletario de mierda a alguien, está siendo arrogante con chapa; si no tiene dinero y lo llama así, usted no tiene chapa, a usted no le da. Entonces ídem. La cuestión es que hasta aquí me da por pensar que pedantería, arrogancia y humildad son sentimientos del espectador. Llamo espectador a quien juzga un acto ajeno: en el mejor de los casos, sin tener nada que ver con dicho acto; en el peor, cuando dicho acto lo afecta. Yo soy pedante si le digo a usted que ha hecho mal tal cosa, y soy humilde cuando le digo lo contrario, sin importar la cosa en sí: si nos centramos en la cosa, no habrá entre nosotros nada más que ella. Considero posible que usted a esta altura haya ido al diccionario a buscar estas palabras en cuestión. Hasta aquí, entonces, pongo que la humildad, la arrogancia, la soberbia y la pedantería por igual están ligadas a cierta facultad que otorga cierto poder. Me resulta muy extraño que esté usando estas palabras como sustantivos, como si las pudiera yo agarrar y meterlas en un cajón o en la cabeza.
Veamos un acto en sí mismo. Supongamos que a usted le gusta ir a cazar leones. Usted va y se compra su fusil y su boleto al África y mata ese león pelotudo que salió en todos lados. Usted ha pagado por el placer de realizar su cacería. Más allá de si está bien o mal matar leones, yo creo que lo suyo fue una actividad contradictoria en sí misma. Primero, ese león no sirve más, conque si yo quería matarlo, ahora no puedo; y lo mismo le pasaría a usted si quisiera repetir la operación con el mismo león (por algo lo eligió antes). Segundo y consecuente, si todos los que sentimos idéntico placer que usted quisiéramos hacer lo mismo, no habría más leones para nadie y expiraría dicha cacería. Yo no sé qué son o en qué consisten la arrogancia, la pedantería y bla bla bla, pero intuyo que validar una actividad cuya realización la agota y en consecuencia priva a otros de ella es, como poco, un acto de egoísmo agravado: usted se ha cagado en todos los demás (y en los leones y en la ecología y en la legislación local en el caso del mencionado león). Usted ha hecho alarde de un poder al que accedió al margen de los demás (incluso de los demás cazadores) como cuando el supuesto erudito llama ignorante al resto y se le caga de risa, como si nos dijera: miren, imbéciles, esta actividad es la mejor del mundo y la hago yo y ustedes no porque no saben de qué se trata, y aun si supieran, ya está, lo hice yo, carajo, jódanse. El cazador, pues, realizando su actividad la está destruyendo y con ello a sí mismo como cazador: es una especie de suicida. Corolario: entre otras cosas, la inexistencia de otros cazadores garantizaría la posibilidad de caza al cazador.
Por todo esto, podríamos decir que la arrogancia, la pedantería y la soberbia, si es que realmente existieran como actividades, se agotarían en sí mismas: como el cazador al león, quien las ejerce para con los demás necesita precisamente de los demás, que a su vez se alejarán de él por hincha pelotas. Moraleja 1: esta gente se jode a sí misma porque su proceder es antisocial. Moraleja 2: el que se siente jodido por estos supuestos actos no entiende la situación, puesto que si entendiera que el tipo se está jodiendo a sí mismo, no se ofendería. Moraleja 3: estas maneras de comportamiento no pueden dañar realmente a terceros. ¿Y la humildad? Habrá que ser arrogante para juzgar la humildad ajena. La humildad sería lo normal; ya que estamos, podemos llamarla sentido común, que tampoco sabemos qué, es pero suena más lindo y menos melancólico. Si la humildad fuera otra cosa que un mero sentimiento, sería algo que no representa virtud alguna, más bien una manera normal de andar por ahí conviviendo con la gente.
A veces, como dije, pienso que Platón ganó para siempre, que la virtud es algo inamovible y puro a lo que debemos encaminarnos porque es la única manera posible de ser personas, que la verdad y el saber están ahí desde el inicio de la razón y a veces los encontramos siendo como debemos ser, y que todo esto nos llevaría a un estado de felicidad natural. Pero otras veces me da por pensar que lo que llamamos felicidad nada tiene que ver con el bien ni con la virtud, que Platón no estaba solo, que por algo y contra alguien Platón hizo y pensó y estudió y escribió y llegó hasta nosotros con esa fuerza enfermiza, y es que en su época los sofistas decían que las cosas no estaban dadas así. Siglos después, Nietzsche vio lo mismo que aquellos sofistas, más o menos esto: que la verdad, el saber y el conocimiento, lejos de ser virtudes con fines en sí mismas, no son otra cosa que meras contiendas de pasiones, de amor y de odio: no son otra cosa, en fin, que productos de las relaciones de poder entre los hombres. |