La ley de la atracción (cuidado con lo que piensas)
Hay días en que sería mejor no levantarse de la cama. Días que se tuercen apenas ponemos el pie en el suelo tras una noche de sueño esquivo y en los cuales la ley de la atracción se ceba con todos nosotros; escondida tras una pesadilla mal recordada y lista para cumplirse como cualquier otra ley que gobierna nuestras vidas. Sin embargo es la única ley, y pocos lo saben, que es reversible, flexible, moldeable y acomodaticia, donde todo depende de uno,... ¿sorprendido? La ley de la atracción dice que se obtiene lo que se piensa y, hasta donde sabemos, todos los pensamientos son solo nuestros, ¿no?.... Dicho esto sirva de ejemplo esta brevísima historia, a todo aquel que quiera que le sirva, claro está, por eso de la atracción….vaya!!
José llevaba una semana con el ceño fruncido y desenfocado, sin saber porque las cosas no terminaban de encajar ni de desencajar. Se levantó esa mañana con mal pie, con un humor contrariado producto de pesadillas que no fueron tales pero que dejaron ese amargor matutino que coloca la desazón en su punto de ebullición y que nos suele aconsejar entre mal y peor en cada situación que se nos presenta. José encontró el agua de la ducha entre tibia y fría,... justo hoy!!, el desayuno a medias, ya que no quedaba suficiente de esto y de lo otro, el coche hacía un ruido extraño, ....otra vez, no!!, poco después, camino del trabajo, recibió la llamada de un cliente que quería cancelar un pedido y así lo hizo, al llegar a la oficina se encontró con la factura de la luz que llegaba fuera de fecha y además con recargo, a media mañana recibió el aviso de que un amigo tenía serios problemas de salud, y un largo etcétera que lo mantenía disgustado y de mal talante. Llegó la hora de comer y se dijo -me voy al restaurante que está junto a la estación para enderezar el día- y resultó que estaba cerrado por descanso semanal y tuvo que comer en un McDonald lleno de críos que gritaban como si fuera el último día de sus vidas. Cuando le llamaron esa tarde de la consulta del dentista para anular la cita de las 19:00 lo supo, sumó la retahíla de sucesos de baja intensidad y tras hacerse la pregunta que todos nos hacemos: ¿por qué hoy? y ¿por qué a mi?, se fue a su casa sin mediar nada más que la determinación del destino buscado con todo su ser.
Llegó a casa, saludo a Beatriz, su esposa, con una media sonrisa y un -bien, bien a la carrera-, y solícito se fue para el salón y metió la mano en una de las cajoneras del aparador, tanteando a ciegas tocó la cajita de cerillas que extrajo con agilidad, la observó como siempre lo hacía y sintió la atracción en su interior, le invadieron cientos de sensaciones e imágenes que lo transportaron a un nirvana muy personal e hicieron que su mente se liberase y volase en el tiempo, y allí estaba otra vez en Roma, en el restaurante Ragno d’Oro, con amigos riendo a mandíbula batiente y con los abdominales doloridos, chiste va y risotada viene. Mientras todo le sabía a gloria bendita, le explotaban en la boca los sabores de su niñez, y su infancia se hacía presente una vez más, su madre en la cocina, trajinando a sus ojos con manjares de toda una vida y con un punto de lucidez que le encendía la mirada y su padre jugando a las cartas en la mesa del fondo, compartiendo una partida con amigos, y a su vez riendo y disfrutando como si el tiempo fuera eterno y estuviera suspendido de un fino hilo unido a sus sentimientos. Unas lágrimas furtivas se escaparon de sus ojos clavados en la araña de oro de la caja de cerillas, y tras dejarse invadir de todo aquello, lentamente se despidió de su madre con una sonrisa cómplice, de su padre que tenía una gran mano y lo miró de soslayo con un hasta cuando quieras, se despidió de los amigos con un abrazo y un chiste en la boca, del camarero con un “ciao caro” y un apretón de manos, y acto seguido guardó con delicadeza su vórtice afectivo en forma de cajita de cerillas en el aparador.
Se miró al espejo y aun lloraba cuando una sonrisa le explotó en la cara e hizo que todo su cuerpo riera espontáneamente y pusiera en sincronismo todo su ser, mientras su esposa le sorprendía con un: ¿qué te pasa José? y él le respondía girándose para no ser descubierto con un: -nada, nada, solo cosas mías, ¿nos vamos a cenar fuera?
Esa noche durmió como un niño, en paz con todo y con todos, todo volvía a encajar en su sitio.
PD: Dedicado a José que atrae todo lo bueno que piensa y siente y que me honra con su amistad, afecto y cariño y por supuesto a mi hermano Fernando que lo hizo posible.
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