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Inicio / Cuenteros Locales / Koke_Vejete_2001_2016 / Manicomio (Escrito 2006-2007)

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Despierto apresuradamente, es aún demasiado temprano, el sol sale perezosamente por la cordillera de la costa. No es un buen despertar, hay suaves murmullos en el aire transformando mi descanso en una pesadilla.
Miro a mí alrededor, el desorden impera en la pequeña habitación. Las decenas de libros se mantienen en su lugar, los cómics reposan dentro de sus plásticos envases. Algunas sabanas han resbalado por la colcha cayendo al suelo, cerca de mi cama, todo está tal cual lo recuerdo haber dejado anoche. Y es en ese preciso momento, que me doy cuenta del silencio lúgubre e impávido que tiraniza la atmósfera. Lo que hay en el aire es un perceptible y continuo murmullo cuyo origen me es desconocido.
Bajando la escala que me separa de la calle recaigo en la soledad que cubre no solamente mi casa, si no toda la cuadra, toda la calle y toda la ciudad. A pesar de la desaparición de las sesenta mil personas que había anoche en la urbe de concreto, la incertidumbre que se supone que debería aparecer en estos casos no llega, pues el calor del astro rey abrazando mi cuerpo es simplemente delicioso y perfecto.
Camino por la desolación absoluta y me siento dentro de alguna película de zombis. De aquellas dónde la estrella del film se despierta absolutamente solo, para encontrarse cinco cuadras mas abajo con una masa de personas muertas y vivas al mismo tiempo tratándo de comerse su apetecible cerebro. La sonora carcajada que escapa de mi boca es instantánea y limpia. No, no hay zombis, sólo algunos pájaros trinando al candor de la dulce mañana.
Camino hacia lo que parece el origen de los murmullos que había olvidado al disfrutar del nuevo mundo. Un mundo sin odio ni venganzas, desprovisto totalmente de maldad y agresión; un nuevo lugar, donde puedo comenzar desde cero.
Recorro las grandes avenidas despobladas de actividad, los inmóviles y silentes vehículos son el único vestigio de que alguna vez la raza humana gobernó estas tierras. A pesar de estar absolutamente solo, me siento feliz. Siempre sentí terror a las multitudes, más qué el temor en sí, creo que fue una sobredosis de repudio a los demás. Esa sensación de no formar parte de sus sociedades, bueno para ser sincero ni el menor interés en serlo.
Sentirme distinto, no sé de qué forma definir la poca afinidad con la mayoría de las personas. Pero eso ya no tiene importancia, pues por lo visto ya no existe nadie mas que yo, eso me hace feliz.
Los murmullos parecen emanar de una diminuta ventanilla que está suspendida y unida a una nube. Se mantiene flotando a baja altura, un par de metros paralela al suelo. A medida que me acerco los murmullos se transforman en claras conversaciones de mas de tres personas. Sigilosamente agudizo mi oído; situándome lo mas cerca que puedo de la minúscula ventanilla abarrotada. Trato de lograr entender la antes difusa conversación, más el dialogo es sólo parte de la ya desaparecida humanidad. Algo dicen de unas drogas y calmantes, nombres raros, largos e incomprensibles que siempre llevan los medicamentos que según recuerdo colgaban de la estantería de la farmacia que solía visitar cuando los hombres eran los dueños y señores de estas tierras. Tratando de que mi presencia pase desapercibida, miro entre los barrotes y las voces se apagan. Mi mirada se encuentra con la de cinco personas vestidas de blanco, una de ellas lleva en sus manos una gran y goteante jeringa.
Cerrando fuertemente la ventanilla pongo algunos automóviles sobre ella y la nube que la sostiene. Mi objetivo es mantenerlos alejados del mundo que por derecho me pertenece.
Antes y con mi tristeza podían presidirlo, mas ahora y con mi alegría a flor de labios ya no existen. Corresponde a quien lo encontrara, a quién despertara por primera vez, y creo con sinceridad ser el nuevo gobernante. Una especie de conquistador de tierras vírgenes; un nuevo Colón.
Con carcajadas y saliva escurriendo de mi garganta, aguanto con fuerza las poderosas colisiones, quiero evitar la ocupación de mi territorio. Algunas palabras alcanzo a distinguir entre mis alaridos de protesta, algo de que son para hacerme sentir mejor, de que las inyecciones me ayudaran en mi problema; pero no lo creo, pues la felicidad que tengo es impagable. Los gritos desenfrenados son mi bandera de repudio por la invasión venidera.

Texto agregado el 11-10-2015, y leído por 107 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
11-10-2015 Me gustó muchísimo!!! Es una de las tantas cosas que deben sentir quienes están en esos lugares. Terrible todo. MujerDiosa
 
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