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Vidas perdidas.
Cuentan que un hombre de un lugar cualquiera dedicó toda su vida a darle un pequeño disgusto a su mujer. Tal era la señora, que al parecer las veía todas venir, y la paciencia, casi rayana la obsesión, del señor.
Al final, como no lo logró a entera satisfacción, dejó escrito en el testamento una cláusula, abiertamente ilegal, con la que creyó lograr su objetivo.
Sólo entonces la mujer se relajó.
Merecía el hecho un capítulo entero de una serie que podríamos llamar matrimonios a traición.
Forma parte de la historia que dos personas que se odian concienzudamente deseen pasar la vida juntos. Y no es que en el matrimonio no haya de existir cierta dosis de realidad, pero a veces es la única argamasa que le da consistencia llevando en casos extremos a la tragedia.
Don Afrominedes era el término medio de la cuestión. Había rivalidad conyugal pero la mala educación no llegó a aflorar en aquel seno. Portazos y ciertas malas maneras, sí. Rabietas y odios injustificados fueron el resumen de aquella convivencia que terminó sólo con la muerte de él.
Sintiéndose derrotado escribió el testamento aquel ológrafo lleno de insensateces legales como la de privarla del usufruto y otras por el estilo. Aquella existencia había alcanzado tal término de realidad que la rivalidad se empezó a tornar un asunto de victoria o muerte. Sólo su muerte dilucidó definitivamente la cuestión.
Se oían voces en la calle cuando sucedió. De repente, tras cuarenta años de tira y afloja se hizo la paz en aquella casa. Con el último suspiro de Don Afronimedes empezó el primero de la señora que no había hecho otra cosa en su existencia conyugal que resistir.
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Texto agregado el 09-10-2015, y leído por 134
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Lectores Opinan |
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10-10-2015 |
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El amor no se pierde, se transforma. jordifont |
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09-10-2015 |
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Nada es eterno ¿No? elpinero |
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