Al día siguiente, Camila les dijo a sus padres que iría a casa de una amiga. Se dirigió a la Calle 16 y en la esquina esperó a su maestro. Unos cinco minutos después apareció un coche con los vidrios polarizados y oscuros. Se detuvo frente a ella. Camila abrió la puerta del copiloto y se subió. Cerró la puerta y vio a su maestro sonriendo en el lado del conductor. Miró su ventanilla.
-Te ves muy hermosa –le dijo su maestro con una sonrisa en sus labios. Ella no dijo nada y siguió mirando la ventanilla.
-Te dije que te ves hermosa –volvió a decir el maestro, pero ya en un tono un poco molesto. Camila siguió sin decir nada y continuó mirando la ventanilla. El maestro se enfureció y le dio una cachetada.
-¡Cuando yo diga que te ves hermosa debes responder gracias, entendiste!
Camila no dijo nada. Quería llorar, pero se contuvo. Siguió mirando a ventanilla.
-¡Pregunté si entendiste!
Le dio otra cachetada, más fuerte que la anterior. Unas cuantas lágrimas salieron de sus delicados ojos. Asintió con la cabeza.
-¡Bien, comencemos de nuevo. Te ves muy hermosa!
-Gracias –respondió Camila entre sollozos.
-Así está mejor.
El maestro condujo el coche por toda la ciudad hasta un motel. Alquiló un cuarto y estuvieron ahí por unas dos horas. Cuando terminaron llevó a Camila de nuevo a la Calle 16. Ella regresó a casa y actuó como si nada hubiera pasado.
A los tres meses sus padres notaron algo muy raro en ella: estaba “engordando” de una manera muy exagerada. Le preguntaron que le ocurría. Ella respondió que no se preocuparan, que era porque había estado comiendo mucho últimamente. No tenía el valor de decirles a sus padres que su maestro la había embarazado.
Por fin llegó el día de entregar promedios finales. El maestro se paró en medio de la clase y comenzó a leer sus notas. Ella estaba expectante. Todos, absolutamente todos, pasaron… menos… ¿adivinan? Ella, por supuesto.
Había dejado el curso, ¿con cuanto creen? Correcto, adivinaron, con 4. Puso su cabeza contra su escritorio y empezó a llorar. Sonó el timbre y todos salieron, menos ella claro. Se levantó del pupitre y se dirigió al maestro con los ojos llorosos. Este se encontraba sentado, guardando unos papeles en las gavetas de su escritorio.
-¿Por qué? –preguntó llorando Camila.
-Por qué que.
-¿Por qué dejé la materia? El trato era que si me acostaba con usted pasaría el curso, ¿o no?
-Si es correcto, ese era nuestro trato.
-¿Y entonces por qué dejé la materia?
-Porque no lo hiciste bien.
-¡Pero no es justo!
-Lo siento, pero así es la vida.
-¿Ah si? Pues vea –se levantó parte de su camisa y dejó descubierto su vientre hinchado-, ¡esto es suyo! –dijo señalando con un dedo su vientre.
-¿Y? Eso ahora es tu problema.
-¿Mi problema?
-Si me hubieras preguntado si andaba preservativos no hubiera pasado eso.
Camila se arrodilló y puso su cabeza contra el escritorio del maestro. Lloró con todas sus fuerzas. El maestro la observó pon un momento. Sonrió y le dio unas palmadas en el hombro.
-Tranquila –le dijo-, no te preocupes.
Camila levantó la cabeza. Sus ojos estaban rojos de tanto llorar. Aun salían lágrimas de ellos.
-¿Si lo haces bien la próxima vez, te prometo que pasaras el próximo curso, ¿ok?
El maestro lanzó una pequeña risa, se levantó de su silla y se fue. Camila quedó sola. Se acostó en el piso y continuó llorando, más fuerte que antes.
-¡Fui una tonta –se gritaba-, fui una tonta! Todo era un engaño… ¡y yo caí en el!
El tiempo pasaba, pero Camila seguía en el piso, llorando. Pensando como le iba a explicar a sus padres que había dejado el curso… y que su maestro la había embarazado. |