BENDITO ADAGIO PARTE XIII
Jorge no solo es, la persona que nos permite la entrada al trabajo; entrar y salir de un lugar es muy fácil y simple, Jorge, hace más que eso; nos saluda, nos sonríe y nos conoce tan bien, desde nuestros nombres, hasta nuestras expresiones.
-Buenos días Jorge.
-Señorita Andrea ¿cómo amaneció?
-Bien ¡Gracias! ¿Y tú?
-Mmmm hace días que la veo feliz ¿estará enamorada?
Le sonrió moviendo la cabeza, mientras entro a continuar la rutina laboral.
La explicación es solo una, el saber que Augusto sigue preguntando por mí, hace que mis días sean más felices, hay una emoción que cosquillea mi estómago, ¡mis ansias!
Atrás van quedando aquellas interrogantes y aquella historia que un día colgaba de mis manos.
Cada día que pasaba sin tener noticia de Alejandro, me preguntaba.
¿Dónde quedó aquella varita que escribió nuestro destino?
¿Dónde se perdió ese hermoso cielo?
¿Dónde se posó la miel de nuestros ausentes besos?
¡Vulnerable! Así me sentía ante su ausencia.
La única conexión que aún nos mantenía unidos era Olinda, su madre; desde que la conocí, nació un cariño mutuo entre ella y yo. Ella estaba tan contenta porque veía que su hijo desenvolvía muy bien el cargo de Gerente en su empresa.
La contrariedad era notoria, ella contenta, Yo desconcertada; aun así entendía todo lo que él tenía que asumir; desde reuniones, hasta esporádicos viajes, que limitaban nuestra presencia. La distancia iba ganando terreno entre Alejandro y Yo.
¿Dónde se había ido el amor? mi almohada guardaba esa pregunta todas las noches, mientras corría una lágrima silenciosa.
Esa situación no podía seguir así, mientras más corría el tiempo, más sola me sentía, así que decidí enfrentarlo, un día lo esperé hasta muy tarde, cuando llegó se alegró tanto al verme, me sonrío como aquella primera vez cuando crucé el umbral de la puerta. Entendí que estábamos dejando pasar el tiempo sin pedir una oportunidad.
Volvimos a caminar, buscando nuestra noche, reconciliando nuestras manos, reconciliando nuestros abrazos y reconciliando nuestros besos.
Se acercaba el cumpleaños de Alejandro, Olinda planificó un almuerzo en casa, él estaba tan tierno, tan amoroso, él me estaba dedicando su día; sus manos tibias acariciaban mi mejilla su mirada me rendía cada vez que él quería, su voz me cantaba una canción al oído ¡Yo reía!, Olinda de lejos nos observaba sonriente mientras conversaba con uno y otro amigo de la familia que había invitado.
Un poco antes de la comida, una voz muy dulce con una cajita mediana en manos y cantando “Feliz cumpleaños” llamó mi atención, de los invitados y de Alejandro – quien se colocó de pie y con gran emoción, mencionó un nombre ¡Natalia! Propiciando un extenso abrazo correspondido.
¿Quién olvida un nombre, una fecha? Quizá el silencio que se otorga, solo es hasta que pase el momento de ira.
Natalia, fue novia de Alejandro, vivían la vida desenfrenada, una vida social muy activa, después de la tragedia, donde murió el padre de Alejandro, ellos rompieron el compromiso, salió a relucir un amor egoísta, pues él tuvo que adoptar una vida responsable y ella, no estuvo de acuerdo, marcaron tanto la distancia que no quedó ni la amistad.
El almuerzo no fue como Olinda lo había planificado, inesperada fue la visita de Natalia, ella tenía un gran carisma y agradaba, ¡pero! Su sonrisa bonita y las miradas que le lanzaba a Alejandro, despertaron mi sexto sentido; presentí que llegó decidida a recuperar el amor que Alejandro, un día profesaba solo a ella. Actuaba con tanta confianza, que me hacía pensar que había llegado un dueño más de casa.
Era una muchacha muy bella y también muy presuntuosa, por momentos me hacía ver invisible y eso era una provocación abierta.
Después que se logró un conversar ameno, se hizo la tarde, de pronto recordé que ese día tenía marcado una exposición de grupo… me disculpé, con mucha sutileza me despedí de Olinda y Natalia.
Con un dulce enlace, una coqueta despedida y un apasionado beso; me despedí de Alejandro, no permitiendo que dejara sola a Natalia ni al resto de sus invitados.
En el trayecto y en la exposición, tenía el pensamiento ocupado sentía miedo.
Janin, estaba a mi lado para apaciguar temores y activar mis ánimos.
Ahh las aulas, entre risas, barullo y mucho estudio llegan hacer el lugar perfecto para olvidar cualquier sentir que nos quite la calma.
Un día tocaron a mi puerta era Olinda, me contó que Natalia, a pesar de lo que aparentaba era una buena chica, que el padre de ella y su difunto esposo, habían sido muy buenos amigos. Natalia tenía solo un defecto, era impulsiva y a veces algo caprichosa. Que no permitiera que su llegada, desmejore nuestra relación.
Nuestro amor parecía que alzaría nuevo vuelo ¡pero no!
No podría culpar a Natalia; tuvimos una caída más, nos alejamos bastante tiempo, Alejandro de vez en cuando llamaba para saber cómo estaba, a la vez, me pedía que visite a su madre, Yo, lo hacía con todo el cariño que hacía ella había nacido.
Efectivamente Olinda tuvo razón al temer que la llegada de Natalia, iba a desmejorar, ¡pero! se equivocó, no era nuestra relación, pues ya estaba desmejorada; sino la vida de él, la responsabilidad que Alejandro había ganado, ella la estaba deteriorando.
En una visita que hice a Olinda, llegó Alejandró, nos dejó a solas y fue entonces que formalmente terminamos la relación. Una lágrima, dos, tres que más daba, prefería eso a ser engañada. Total las distancias ya estaban marcadas.
Él amaba mucho a su madre, y sabía que el afecto que nos teníamos, no dependía en ese momento de una relación, así que no hubo intención ni por él ni por mí, de romper nuestra amistad.
Cuando partí, Olinda me esperó en la entrada, se despidió, espera – me dijo, es un momento de desorden en la vida de Alejandro. Se acercaban las fiestas navideñas y ella rogaría mucho para que él cambie y vuelva a ser el mismo de quien me enamoré. No le pude negar que también deseaba lo mismo, así que esperamos ambas cada una en su espacio.
Así pasé la navidad, mis ojos brillaban pero no de alegría, eran por las lágrimas que retenía, pedía tanto, mi único deseo, verlo.
¡Lo extrañaba!
Janin nunca me dejó sola, llegó el año nuevo y el fin de nuestra vida universitaria. A pesar del tiempo que había corrido, aún quedaba una ligera tristeza. Janin me convenció para asistir a una fiesta amarilla, fuimos solas y cuando llegó el conteo final, nos miramos, con un fuerte abrazo, sonreímos. Yo creo que en ese instante empecé a sonreír.
Desde ese entonces, salíamos frecuentemente, ella se quedaba a acompañarme para evitar cualquier brote de nostalgia. Una semana completa del mes de enero me hizo compañía, la pasamos lindo.
Era verano y Janin me hizo una propuesta.
-Andrea ¿vamos a Máncora?
¡Acepté!
Llegó la segunda semana de febrero y partimos.
La arena, el Sol, la playa, hicieron olvidar, cualquier dolor, cualquier pena de amor.
Continúa…
Krisna |