La Despedida del Chirigua
El pueblito de san Rosendo languidece en invierno entre colinas barrosas y las aguas cristalinas del rio laja, que poco más al sur se unen a las del gran Bio bio para viajar juntas hacia el mar, el aspecto triste de sus calles desniveladas y solitarias se acentúa por el color de las casas teñidas con el hollín de las locomotoras a carbón. La estación es parada obligada de los trenes para continuar el viaje al sur, decenas de rieles y algunas máquinas abandonadas espejean en las noches con la lluvia y la niebla bajo las luces mortecinas de unos faroles tristes.
Dos veces al día la pequeña estación se llena de incognitos viajeros que esperan la pasada del expreso de Santiago a Puerto Montt en la mañana muy temprano y a media noche cuando este pasa de vuelta hacia Santiago. A esas horas la estación bulle de actividad, tanto de pasajeros como de vendedores de los más variados productos, que aprovechando la larga estadía del tren, por el cambio de locomotora; pues de ahí al sur el viaje se hace con máquinas a vapor; venden sus productos a los viajantes.
La rutina de San Rosendo es propia de un pueblo pequeño donde todas las personas se conocen de años y de una u otra manera se han creado lazos de amistad o de parentesco, la quietud del paisaje y el silencio es roto por el gorjeo de los zorzales y loicas que vienen a anidar en los sauces de la orilla del rio o por el traquetear de algún tren cargado de celulosa que pasa raudo hacia el puerto.
El invierno del año sesenta y ocho fue especialmente crudo, en el mes de julio se desato un temporal de viento lluvia que duro más de dos semanas con algunos claros y escampes que permitían a los sanrosendinos avituallarse de víveres, leña y carbón para entibiar sus casas
Los más de los días el pueblo mantenía sus calles desiertas, transitadas solo por el humo de las salamandras y de una que otra golondrina gris. Los truenos retumbaban sobre las latas de los techos y los relámpagos tenían de plata hasta los rieles de la estación, triste esa es la palabra, triste el invierno aquel, también fue ese invierno cuando murió el “Chirigua”, hombre pequeño y servicial cuyo corazón lo sobrepasaba por un par de brazas, siempre dispuesto a dar lo que no tenía por ayudar al prójimo, La historia dice que llego al pueblo en un tren de carga, lo encontró el jefe de estación en un carro de esos para el transporte de ganado, aterido y casi inconsciente lo llevaron a casa de doña Catalina la viuda del profesor Ordoñez , ella lo acogió como el hijo que nunca tuvo, trato de educarlo pero no le alcanzo el tiempo, a los dos años y cuando el chirigua no cumpliría los doce años doña Catalina se fue de este mundo dejando al niño solo. El pueblo asumió que al no tener ningún heredero el chiriua seria dueño de la humilde casa de la viuda y nadie desconoció ese acuerdo, el viejo Juan López le ofreció ganarse el sustento ayudando en su carbonería, así de un día para otro a sus doce años el chirigua tenia casa y trabajo. A medida que fueron pasando los años el muchacho fue madurando y convirtiendo en hombre, se le veía por el pueblo con su paso rápido como si anduviese apurado, es por eso su apodo, como un pajarito siempre de rama en rama. Cuando murió don Juan López el chirigua se hizo cargo de la carbonería y también de la joven viuda, las malas lenguas dicen que eso venia de antes, lo cierto es que el hombre gozo del buen pasar que le permitían los negocios, trabajaba todos los días, jamás ni siquiera el día en que doña Marta, la viuda, le anuncio que se iba del pueblo el chirigua cerro su negocio, anduvo medio tristón, pero al poco tiempo ya lo había superado y era el mismo travieso e inquieto de siempre.
Por eso es que digo que el invierno del sesenta y ocho fue un invierno triste. Eran las nueve de la mañana, vagaba mis quince años por las calles desiertas buscando algún negocio donde comprar lo mi tía rebeca me había encargado, quise ir a la carbonería del chirigua para capear un poco la lluvia que a ratos se hacía más intensa, al llegar veo que vienen dos viejos conocidos y casi a la carrera entran en la carbonería, eran el Pecho de Pala un viejo grandote de voz potente y el hermano Cosas Mias un viejito evangélico pusilánime que seguía al anterior como al mismo cristo, los seguí al interior y grande fue mi sorpresa al ver al chirigua tendido tan corto era sobre unos sacos vacíos, muerto. La pena y la lluvia arreciaron dentro y fuera de mí, le tenía aprecio a ese viejo divertido y buena gente, muchas veces cuando mi tía se le atrasaba en montepío él nos fiaba la leña para la estufa y legumbres para la olla, mucha gente del pueblo le debe ese tipo de favores al chirigua, porque él jamás negaba nada y nunca fue de andar cobrando, decía “el que pidió, sabe que debe y ya vendrá”
Ahí estaba el cuerpo de mi amigo y yo a su lado sin saber qué hacer, hasta que el Pecho de Pala, me mando que le avisara al jefe de estación y después cruzara al pueblo de laja donde estaba la tenencia de carabineros más cercana y les avisara también.
La primera misión era sencilla pero para ir a Laja tendría que cruzar por la pasarela que corre paralela al puente ferroviario, a un costado de las vías del tren y el rio Laja rugiendo furioso allá abajo, más la lluvia desatada y el viento cualquiera se hubiese acobardado yo también, pero era mi amigo el que necesitaba esta vez de mí y lo hice, llegue de vuelta con dos cabos de carabineros los tres mojados como pitios, yo temblaba de frio, recién ahí me acorde que la tía Rebe me había mandado de compras, como celaje corrí hasta la casa y un escalofrió me recorrió el espinazo cuando entre y sentí la tibieza de la estancia, la tía me miro sorprendida de mi apariencia, hasta el guarapón pasado de agua, ahí fue que al ir contándole lo que había pasado llore de pena por mi amigo y mi tía conmigo. cambié mis ropas, seque las que me había quitado a la orilla de la salamandra , mientras la tía cocinaba algo rápido para el almuerzo, en la tarde arrecio el temporal con ráfagas de viento y lluvia , así y todo llegamos con mi tía a la carbonería donde entre cuatro velas titilantes y en un ataúd de humilde madera estaba el cuerpo de mi amigo rodeado de no más de una docena de personas y un par de perros mojados, a la orilla de un gran brasero, el murmullos de los padre nuestro, los truenos lejanos y el sonido de la lluvia era lo único que se oía en la estancia,
Por sus años la tía Rebe no puede pasar frio por lo que apenas oscureció me ofrecí para llevarla a casa, pero se quiso ir sola, pidió que me quedara hasta que llegara la llorona y las señoras de la iglesia y que rezara con ellas por el descanso del alma de este buen amigo según sus palabras.
Estuve toda la noche en la carbonería al lado del féretro, a la mañana siguiente quedábamos tres, el Pecho de Pala, el hermano Cosas Mías y yo. Cuando escampo un poco llego el padre Julio y le rezo al finado en voz baja, esparció agua bendita sobre el ataúd y se retiró, no sin antes que el Pecho de Pala le encargara de conseguir algo para llevar al finado a su última morada
Al fin nos prestaron una carreta chancha con dos bueyes flacos para hacer el viaje, el dueño dijo que el prestaba la carreta pero que otro la llevara porque él estaba con el pecho tomado y no quería mojarse, ese mismo era el que más favores le debía al finado, en fin yo me ofrecí a llevar la picana y en un descampado de la lluvia iniciamos el ultimo triste viaje del chirigua chirriaban las ruedas de la carreta , los hermanos de la iglesia nos acompañaron hasta la salida del pueblo con un par de mandolinas y tres guitarras desafinadas pero al fin y al cabo era música cristiana que el chirigua siempre respetó y de ahí en adelante partió nuestro vía crucis, la primera loma estaba tan barrosa como podía esperarse los bueyes respondieron bien, el estero aunque bastante crecido no nos dio problemas porque el hermano “cosas mías” supo por dónde vadearlo, el problema fue la segunda loma había pasado en la mañana un arreo de ganado hacia Yumbel y el terreno era un lodazal que los bueyes se enterraron hasta las corvas y la carreta hasta los ejes desde ahí se devolvieron la mayoría de los diez acompañantes que aún quedaban, y el pecho de pala, el hermano cosas mías y yo con mis recién cumplidos quince años estábamos en el medio de la nada sin un medio de transporte , con un ataúd y a quinientos metros del cementerio para enterrar a nuestro amigo, el pecho de pala fue quien tomo la iniciativa.
.- ya chirigua ahora te vay a subir sobre los lomos de un macho.
uniendo la palabra a la acción tomo el ataúd con el finado adentro y se lo planto al hombro como si no pesara y comenzó a caminar hacia el cementerio, con el hermano cosas mías sentimos que algo sonó dentro de cajón pero no dijimos nada solo atinamos a seguir caminando detrás del ataúd que se balanceaba sobre los hombros del pecho de pala , cada cierto trecho ayudábamos al viejo a cambiar de hombro y en algún momento lo cargamos en andas mientras pecho de pala descansaba así llegamos al cementerio, la lluvia de nuevo se descargaba sobre nuestras cabezas buscamos una cureña subimos al finado en ella y guiados por el cuidador del cementerio lo llevamos hasta la tumba que se había abierto para nuestro amigo Luis moreno como rezaba una cruz de madera pintada con letras blancas, pero la tumba no se veía , estaba cubierta de agua hasta el borde, nos miramos una vez más los tres y sin que me lo pidieran busque un balde mohoso de tiempo y penas, comencé a sacar el agua desde el borde, hasta que fue necesario meterse en la tumba para terminar de vaciar el agua, el frio me calaba los huesos pero pensaba en mi amigo. Lágrimas de pena y de rabia se me confundían con la lluvia, no supe cuánto me demore solo que en algún momento estábamos tirando los primeros puñados de barro sobre el cajón de nuestro amigo el chirigua,
.-Serán cosas mías hermanito o este entierro es el más triste que nos ha tocado
No le pude contestar tenia las mandíbulas trabadas de pena y de frio.
Santos Tobar
Octubre 2015
|