CUANDO MUEREN LOS SUEÑOS
Cada día tengo menos luz, porque envejezco. Pero para no apagarme, por cada gran sueño que muere, me invento otros de menor cuantía, e intento luchar por conseguirlos. Sé que por ejemplo, nunca más sentiré en mi piel el roce único de Budapest, siempre oliendo a Danubio y a tranvías. Sin embargo, me queda La Habana, que a veces no huele bien, pero es la única ciudad que tengo a mano. De alguna forma, he sido feliz aprendiendo a respirarla.
Y en cuanto a relaciones humanas, ya le he dicho adiós a muchos amigos viejos. Un día decidieron olvidarme. En cualquier estación del mundo, se apearon del tren en el que juntos, años atrás emprendimos viaje. Pero siempre hay amigos nuevos. Tal vez, al igual que yo, se quedaron solos. O enterraron sueños. Y suben a mi tren ilusionados, dispuestos a acompañarme. Quizás hasta el final. O quizás hasta que encuentren por el camino algún otro tranvía, algún otro Danubio, o algún otro Budapest que los conquiste.
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