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Inicio / Cuenteros Locales / Koke_Vejete_2001_2016 / La bestia (Escrito el 05/08/2010)

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El pequeño planeta gira en torno a un sol en forma de alas de insecto. En la cumbre mas alta y nevada de sus montañas un mohoso y roído castillo se abría paso entre los blancos copos.
Él se mantendría sentado en el trono de piedras preciosas; una cascada de cabellos blancos dócilmente caía sobre sus agrietadas sienes, regalándole una efigie de perseverante sabiduría. Junto a ella la alta corona de oro le prestigiaba poder, cordura, y sapiencia. Conocimiento entretejido a la gran espada que reposaba en su costado. Herramienta victoriosa de varias cruzadas ya oscurecidas por el olvido.
A pesar de que la vejez le consumía, aún conservaba la fuerza y ferocidad que le legaran sus antepasados.
Encorvado en su silla miraba por una gran ventana, sendas solitarias, desoladas por el marchitamiento de su reino. Desde sus sueños robaría un telescopio para observarlos desde lejos. Sus ojos escrutaban la distancia sin que ambos contendientes se diera cuenta. La doncella y la bestia se prestaban a dar batalla bajo la mirada curiosa que escupía el anciano y su cómplice visor.
No quería, pero ella tenía que alejarse, no era su elección, más las hilanderas del destino ya habían vaticinado su porvenir.
La batalla con la tristeza duraba ya muchos tiempos relegados, ella defendía el derecho de no abandonar el reino. Con una luminosa centella ferozmente resguardaba sus acciones, la traería de sus promesas no olvidadas.
Con oscuras y malolientes alas, la desolación trataba de cubrir la fe que ya comenzaba a ceder, opacaba la luz que aun irradiaba. Defendiendo lo que amaba esgrimiría su escudo con poesías apasionadas. La armadura con cara de león rugiente la protegía, más era consumida en páginas quebradas por angustias.
Con un movimiento extendido de búsquedas, logra hacer ceder lo rancio y putrefacto, prestándose a acertar la movida final sobre el nauseabundo contrincante. Pero con un movimiento audaz, destellos de no luz la hacen trastabillar, cegándola con negras lágrimas.
Rugidos trémulos de ira cubren kilómetros de distancia, percutiendo lóbulos transportados por olas marchitas.
El rey corre hacía el balcón con una mohosa alforja en sus manos, de ella extrae saetas que dispara con destreza, promesas que no paran de engendrar cruzan la gran distancia, hiriendo en mortalidad a la omnisciente.
Ella se reestablece y permanece de pie, al lado del cuerpo inmóvil. Su endemoniada mirada ya no volverá a escupir ignorancia.
Reincorporándose, aleja el extraño sabor de la muerte en sus labios, magulladuras cubren su entidad, más se siente feliz. Observa al rival siniestro; nunca mas bocanadas de respiros le darán vida a su alma vacía.
El monarca no sonríe, pareciera que no hay gozo en sus acciones, cerrando la puerta ordena subir el puente levadizo, decide no dejarla ingresar a su pequeño dominio, puede vivir en su planeta, pero le es vetado hacerla parte de su soberanía.
_¿Por qué? Predestina la doncella con tristezas sangrantes.
_Porque tú destino puede estar en mi reino, más no en mi soberanía, ve y se feliz, busca las respuestas a tu dicha olvidada.
Palabras disfrazadas con mantos de descortesías, corazón noble escudado en un estado platónico.
Alejándose adolece sufrir, cojea. Sus huesudas manos saborean un bastón recubierto de marfil, distrae un miembro que fuera dañado por las mandíbulas del mismo contendiente muchos años antes.


Texto agregado el 06-10-2015, y leído por 119 visitantes. (2 votos)


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