Giuseppe
Por Za-Lac-Fay

La conocí cuando solamente tenía setentataitantos años y de eso hace ya unos cuatro lustros. Aún conservaba algo de la belleza de su juventud, los ojos dulces y azules aún no perdían su alegre chispa y su sonrisa seguía siendo encantadora.

Todavía activa, regando los rosales de su jardín se había tropezado y al caer, la cadera se le había fracturado. Después del trabajo pasé a visitarla un par de días más tarde. La jefe de enfermeras en el hospital me informó que no le daban muchas esperanzas porque los riñones no le estaban funcionando bien y élla se negaba a ser sometida a dialisis.

Al entrar a su cuarto en el hospital noté la gran diferencia casi de un día para otro. ¡ Doña Carlota se miraba tan demacrada ! Estaba despierta y pareció reconocerme. Sus ojos habían perdido algo su brillo de otrora pero la sonrisa con que me envolvió seguía siendo la misma. Tratando de sonar jovial la saludé:

-¿Que tal doña Carlota, como se siente?

-¡ Hola José! ¿Pues que le cuento? Algo adolorida pero alegre de verlo.

Por un rato platicamos lo de ser esperado. La televisión estaba apagada pero la pantalla estaba programada para dar la hora digitalmente. Hubo un momento de silencio y observando la imagen desde su cama la viejita me dijo “Mire la television, José, creo que dice Dios, pero no tengo mis anteojos”.

Volteándome observé que la hora era 9:08 ¿O sería DIOS ?

-¿Y ahora no tiene una de sus historias que contarme? Me preguntó siempre sonriente.

-¡Por supuesto! Mentí y pensé que tendría que improvisar:
-Es la historia de una gata de grandes ojos azules, de sedoso pelo amarillento y largos bigotes que la hacían parecer que siempre estaba sonriendo.

-¡Ah, ya sé! Como uno de los míos, como Tobías- me interrumpió.

-Exactamente, pero esta era gata y se llamaba Charlotte- le dije llevándole la corriente.-Charlotte hizo amistad con una gárgola como la que tiene usted en su jardín ¿Cómo cree que se llamaba? le pregunté.

-Probablemente Giuseppe- me respondió con sonrisa maliciosa.

Proseguí hilvanando una historia y de pronto la viejita me interrumpió:

-Mire José, hay una mariposa negra volando por el cuarto. Ahora está por la ventana ¿La ve? –

La pequeña recámara no tenía ventana, ni pude ver mariposa alguna.

-Si, doña Carlota, pero pronto se irá-.

-Ahora está volando alrededor suyo y ya se paró en su cara.

-¿En mi cara?-

-Si, sobre su frente, José-

Afortunadamente no soy persona supersticiosa (fuera del gato negro, pasar bajo una escalera, el espejo roto y tocar madera, pero éso se comprende).
Traté de seguir con mi historia pero la señora ya dormía.
Doña Carlota murió esa noche,

Días mas tarde una de sus hijas me informó que su madre algo me había dejado en su testamento. ¿A mi? Si yo no era más que un amigo. Me dieron un pesado paquete en el que más tarde encontré una colección de poemas en su propia letra y cinco álbumes de discos de 75 rpm con otras tantas operas de Giuseppe Verdi.

-Hmm- pensé yo ¿ Giuseppe?






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