Corredor de camino al cielo
Yo quería ser corredor. Un buen corredor. Y no para participar en maratones ni competencias, sino por el simple hecho de correr. Sentirme libre y ágil como el viento, poder explorar lugares profundos en la bella naturaleza. Y si con alguien me hubiese gustado competir, en todo caso, no hubiera sido sino conmigo mismo. Ser cada vez más de lo que era antes.
Fueron muchas las noches en las que soñé con salir de casa y perderme en el horizonte, correr y correr hasta desaparecer frente a los fríos ojos de lo cotidiano. Que la gente me viese pasar y dijera “¡Mira como corre!”. Atravesar todo tipo de zonas urbanas, suburbanas y rurales. Frente a toda clase de climas fríos, templados y cálidos. En toda clase de relieves, como las montañas, los bosques y pastizales, las llanuras y mesetas. Llevarme solo lo necesario para acampar en la vegetación, y con el firmamento como único testigo.
Me hubiera gustado sentirme como un suspiro veloz, un susurro plateado en la oscuridad del mundo, o una representación de la libertad plasmada en la cinética. Es extraño. Nunca me llamó la atención lo deportivo. Pero cuando se trataba de correr mi interés por alguna razón salía a flote. No sé con exactitud por qué siempre quise ser corredor, tal vez creía que así uno podía escapar, dejar todo atrás por un tiempo.
Se me ocurre también que puede ser algo que lleve en la sangre. Aunque siempre que observo mi sangre no veo más que plaquetas, glóbulos rojos y plasma sanguíneo. Es un misterio. Cabe el punto de vista evolutivo, en el que correr es fundamental en la naturaleza del hombre por razones de supervivencia. Y pienso que esto no se reduce solo a correr para atrapar una presa o salir ileso de una persecución ante una gran bestia, sino que va más allá. ¿Qué tal escapar de los problemas que invaden nuestras mentes como un batallón de asesinos bien entrenados?
Esto es lo que quise ser, que difiere bastante de lo que fui y, al fin y al cabo, de lo que terminé siendo en el presente. Mi vida en la actualidad es tan cotidiana que podría representarla en un callejón. Es una línea recta sobre el papel, sin ninguna clase de ramificaciones ni caminos más allá de mi propio ser.
Mi elevada presión sanguínea, la diabetes y mis altos niveles de colesterol son los únicos factores que, con suerte, me sacarán de lo monótono algún día solo para llevarme al hospital, y con un poco más de suerte, quizá hasta algún lugar más alejado y a varios metros bajo tierra. Esto es lo que soy hoy, que difiere bastante de lo que quise ser antes, pero tal vez no sea lo que seré mañana. Pues, ¿acaso no debería ser algo más de lo que no quise ser?
Juntaré a todos los ángeles de mi cielo y les pediré una ruta, un camino, una vía de salvación. Y cuando respondan a mi llamado y apunten con el dedo en una dirección, correré y correré por ella hasta alcanzar el Jardín del Edén y recorrer cada rincón del cielo. Están hablándome ahora, presumen que siempre estuvieron haciéndolo. Se escuchan distantes pero a la vez cercanos. Me dicen que el momento es igual al presente. La distancia, infinita. Y la velocidad será solo la que mi corazón me dicte. “Solo corre”.
Así, pues, salí de mi casa y corrí. Y jamás dejé de hacerlo. Fue entonces cuando el Jardín del Edén se convirtió en mi camino y el cielo en mi propósito. Correré y llegaré al cielo tarde o temprano porque este es mi camino. Y tú, noble viajero, no dejes de buscar el tuyo.
Seamos los corredores de nuestra propia vida. Solo corre y nunca, jamás, dejes de correr. |