Piratas
Era el típico barco pirata que surcaba mares y océanos en busca de tesoros y aventuras. George Moore, comandaba un grupo de impresentables tripulantes ávidos de sangre y codicia. Siempre buscando el momento de abordar navíos extraños del que hacían brotar espumas de pánico.
-Capitán, se acerca un buque negrero, ¿qué hacemos?. Casi como sabiendo la respuesta arengaba a los gritos al resto de la tripulación a alzar sus espadas.
Mientras del palo mayor comenzaba a erguirse la bandera negra con la calavera cruzada de dos huesos, una explosión de adrenalina inundaba la cubierta del navío.
Una rápida evaluación del momento desaconsejaba el abordaje, poco botín, salvo por el valor en tierra de los esclavos a los que difícilmente podrían alimentar y que quedarían a merced de los tiburones del Caribe.
Un incontrolable cóctel de testosterona hacía impensable abortar la operación, así que el capitán no tuvo más remedio que azuzar a su tropa.
-A prepararse para la lucha, no tiene que quedar ni uno que cuente la historia.
Ya pegadas las embarcaciones un improvisado puente los unía en una lucha desigual entre los cuatro únicos tripulantes del barco negrero y los cincuenta sanguinarios piratas.
En pocos minutos solo un tibio gemir de los pálidos moribundos y un nutrido contingente en las bodegas que pugnaba por salir.
Un barco al garete, se desprendía de las garras del barco pirata, con los oscuros personajes en ambos navíos, intentando prender fuego al dominado.
-Más ron, se le oía gritar a un marinero, mientras los otros no hacían más que bebérselo.
De un manotazo le arrebató la botella, mientras hundía su espada en el cuello para poder esparcir sobre la cubierta su contenido, dando comienzo a la fogata.
El navío comenzaba a arder en una dantesca escena que parecía no inmutar a sus protagonistas. No advirtieron siquiera que las embarcaciones se adentraban al temible Mar de los Sargazos.
La trampa de la falta de propulsión que su calma quietud provoca en el lugar de aguas tranquilas y espíritus enajenados.
Una densa bruma, delineaba fantasmagóricas imágenes, que se desdibujaban conforme el sol se ocultaba en el poniente.
Solo iluminados por la llamas de una embarcación al garete y con desesperados pasajeros lanzándose a las aguas.
Desde las entrañas del barco cientos de níveos ojos formaban extrañas constelaciones de pavor en la oscuridad de la bodega. Las pupilas dilatadas buscando un hilo de luz de esperanza, en el destino trágico de sus portadores.
Poco a poco se fueron apagando con inexorable final el titilar de miradas que alguna vez soñaron otras vidas y que un destino porfiado se las arrebataba.
La espesura hostil de ese mar tenebroso poco a poco fue dando paso a un cielo estrellado de centellantes miradas que observaban desde el firmamento, cuando el sopor de los piratas rebosantes de licor, los desparramaban por la nao.
Hoy la leyenda transforma a aquellos desdichados, en silentes custodios de los mares en las noches despejadas, donde moran sus espíritus en respetuoso homenaje a su existencia.
OTREBLA
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