El coche de los Martínez
Los Martínez eran y son un moderno y actual matrimonio que andaban en torno a los cuarenta cuando sucedió esta historia, hacía mucho tiempo que estaban planteándose cambiar de coche y si no lo habían hecho antes, era porque habían estado siguiendo muy atentamente la evolución de lo que todos decían seria el futuro de los automóviles, los vehículos sin conductor.
No hacía falta que nadie les convenciera de la idoneidad de los mismos, estaban seguros de que un sistema inteligente que se ocupara de los frenos, de la dirección, de la velocidad idónea para negociar una curva, del control de visión tanto hacia delante como hacia atrás era muy superior a lo que el humano llegaba, siempre proclive a distracciones, somnolencias o falta de habilidad.
Estaban decididos, su siguiente coche seria sin conductor y solo esperaban a que los fabricantes una vez dadas por validas las muchas pruebas que se habían realizado sin ocupantes se decidieran a hacerlas con personas y como el momento ya había llegado, habia ya a la venta muchos modelos de diferentes marcas, decidieron vivir la experiencia.
Lógicamente la marca a la que se dirigieron se deshizo en propaganda sobre las cualidades del vehículo que pretendían comprar y aunque ellos ya estaban convencidos de la bondad de la solución, atendieron atentamente todas las explicaciones, les contaron que las múltiples unidades de prueba del modelo que escogieron había cumulado más de seiscientos millones de Kms sin un solo accidente, en recorridos por autopistas, carreteras vecinales y trafico de ciudad, que conseguían un veinte por ciento de ahorro de combustible al utilizar siempre las marchas adecuadas, que no gastaban apenas los neumáticos al no deformarlos en curvas o llantazos, que se estimaba que la duración del motor se multiplicaba al menos por dos al no ser forzado sin motivo y que la caja de cambios seria eterna, pero sobre todo lo más importante era los múltiples sensores de visión con los que iba dotado que permitían vigilar no solo los peligros que pudieran aparecer en sentido de la marcha sino por detrás y lateralmente y que en definitiva eran infinitamente más seguros que los coches convencionales.
Como ya hemos comentado aunque no hacía falta mucha propaganda para convencerlos, lo que ya fue el remate final fue cuando el avispado vendedor que les atendía les explico lo siguiente.
“Como Uds. saben todas las funciones del vehículo están controladas por un ordenador central dotado de inteligencia artificial y pautas de comportamiento en su “soft” que garanticen sobre todo y ante todo la seguridad de los ocupantes”
Hizo un momento de silencio, para llamar su atención y continuo.
“Vamos les hablo de que el control esta encomendado a un robot de última generación, que en cada momento y en cada situación toma la más adecuada decisión que garantice por encima de todo la seguridad de los ocupantes, y ¿cómo lo consigue?”
Nuevo silencio para crear expectación
“Pues gracias a que en su cerebro artificial lleva grabadas las tres leyes que el genial escritor Isaac Asimov ya predijo y anuncio en sus novelas que sería necesario incluir en los robots para asegurar ante todo la defensa de la vida de los humanos y por si no las conocen me van a permitir que para su tranquilidad se las detalle”
“PRIMERA.- Un robot no hará nunca daño a ningún ser humano o por inacción permitir que lo sufra.
SEGUNDA.- Siempre obedecerá las órdenes de los humanos excepto si estas órdenes entran en conflicto con la primera ley.
TERCERA.- Un robot siempre protegerá su propia existencia siempre y cuando esta protección no entre en conflicto con la primera y segunda ley “
“Señores” continuo
“Créanme no solo les conducirá sin riesgo, sino que además velara siempre por sus vidas, solo me queda darles mi enhorabuena por su elección”
Los Martínez quedaron encantados con las explicaciones y aun mas con el uso del vehículo, al poco tiempo habían olvidado las anteriores tensiones de la conducción, sintiéndose cada vez más seguros y confiados en sus desplazamientos recorrieron muchísimos kilómetros sin ningún problema.
Aunque la historia no acaba aquí, seguimos contando lo ocurrido.
DIA X.- Llevaban casi un año utilizando el vehículo sin incidentes, pero ese día en que circulaban por una autopista, ellos charlando totalmente ajenos a la circulación y sus dos hijos pequeños durmiendo atrás, se reventó bruscamente el neumático delantero derecho al pincharse con un hierro abandonado en la carretera, inmediatamente el coche se desvió bruscamente hacia la derecha, en la que por mala suerte había un precipicio de gran consideración.
En ese momento el cerebro del automóvil evaluó la situación y en decimas de segundo tomo en cuenta todas las variables y razono así.
Si el automóvil se precipita en el barranco, los humanos sufrirán daños, pero si corrijo fuertemente la dirección y llevo al vehículo a rozar fuertemente el lateral izquierdo con la barrera de separación de las dos vías y al mismo tiempo que acciono fuertemente el freno, acabara por detenerse.
No protegeré mi existencia como me pide la tercera ley, pero sin embargo cumpliré con la primera que es mandatoria en este caso.
Y así lo hizo, quedo el coche abollado y con una enorme raspadura pero todos tan felices y encantados con la decisión de haber adquirido este vehículo, había que repararle pero les había salvado la vida.
DIA Y.- Los Martínez llevaban ya muchos miles de kilómetros disfrutando de su automóvil sin ningún problema digno de mención, pero ese día.
En que la madre llevaba a sus dos hijos al colegio y a otro niño vecino, al llegar a un cruce en que el semáforo estaba verde, inopinadamente un agente de tráfico al oír la sirena de una ambulancia que venía por un lateral sin pensarlo salto al medio de la vía y mando parar a los vehículos que venían de frente.
Ante esa sorprendente situación, el cerebro del vehículo razono de la siguiente manera.
Me manda un humano parar, tengo que obedecerle según la segunda ley, pero veo con mi sistema de visión trasera que un camión nos investirá al no darle tiempo a frenar.
Si obedezco, los humanos que trasporto sufrirán daños, situación no permitida por la primera ley, así que tomo la decisión de no frenar sino acelerar a tope esquivar al agente y cruzar antes de que llegue la ambulancia.
Y así hizo, bueno fueron multados, pero la Señora Martínez quedo encantada con la decisión que el coche había tomado, les salvo de un accidente.
DIA Z.- La familia estaba feliz ya hacía tres años que tenían el coche y cada vez estaban más contentos, siempre tomaba en caso de peligro la decisión más correcta, que probablemente ellos no hubieran sido capaces de encontrar.
Bueno hasta ese día en que.
Viajaban de vacaciones junto a sus hijos y circulaban por un carretera secundaria bastante estrecha y al dar una curva cerrada a la derecha, algo más adelante como a unos doscientos metros salía de una vía secundaria de la izquierda un camión que al hacer la maniobra de incorporación a la carretera ocupo también el carril derecho y como a unos cien metros por delante de la curva marchaba un pelotón de ciclistas que ocupaban más de media carretera.
El robot/vehículo razono así.
Si esquivo a los ciclistas no podre evitar el chocar con el camión, ya que no tendré tiempo de volver a la derecha, pero si sigo lo mas pegado que pueda a la derecha y freno bruscamente a la vez no me daré con el camión aunque alcanzare a los ciclista, pero si al mismo tiempo toco fuertemente la bocina probablemente alguno de ellos se lanzara a la cuneta y no alcanzare a todos.
Y aunque es casi seguro que produciré daños en los humanos ciclistas, serán menos importantes y probablemente no mueran, sin embargo los humanos que transporto tienen pocas posibilidades si choco con el camión.
Entro en conflicto con la primera ley al hacer daño a los ciclistas pero el saldo final es positivo, teniendo además en cuenta que los niños que llevo están en un escalafón de protección superior a los ciclistas que son de mayor edad.
Y arrollo a los ciclistas, tres piernas rotas, un hombro dislocado, una conmoción cerebral que fue superada y otras lesiones menos importantes, y ni un rasguño en los ocupantes del vehículo.
Los Martínez habían salvado la vida, aunque no obstante este suceso fue definitivo para que tomaran una decisión que antes ni habían contemplado y decidieron después del incidente desprenderse del vehículo.
Sabían que el cerebro artificial de su coches había actuado coherentemente, que gracias a él lo contaban y que si hubieran ellos estado conduciendo no podían saber qué hubiera pasado y que decisión hubieran tomado, pero también se dieron cuenta que el vehículo había actuado según un algoritmo matemático, sin un matiz de sentimientos y basado en una leyes que le habían permitido elegir entre unas vidas u otras y eso fue intolerable para su moral, volverían a sus inseguridades, a sus deficiencias y a sus decisiones humanas aunque no fueran perfectas.
No obstante los vehículos sin conductor siguen su venta ascendente y las estadísticas corroboran su seguridad.
Fernando Mateo Septiembre 2015
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