Se había acabado la producción literaria de Juan Dere ( sí, como el tractor) cuando decidió consultar a su loro sobre nuevos temas que lo sacaran de aquel impasse. Es sabido que los loros son duchos en tales temas- que no todo va a ser increpar a la vecindad.
Era viernes, dos de mayo- lo recuerdo perfectamente. Fue el primer día tras los fastos de las fiestas del trabajo. Las fechorías de aquel loro en el plano dialéctico no tenían parangón con otro loro en cualquier momento de la historia y lugar; hasta el punto de no faltar quien se planteara seriamente pleitear. A tal fin se habían personado casa de un abogado. El letrado les expuso el caso tal y como él lo veía y le dio pocas esperanzas de prosperar.
El loro seguía con los improperios vecinales a lo que el dueño respondía no tener responsabilidad; que aquel animal tenía propia iniciativa y que además en su casa se hablaba sólo italiano eximiéndose de culpa argumentando que él no lo había adiestrado en aquellos fines injuriosos. Y de ahí no lo sacabas. Si extraías más información te dabas cuenta de que aquella respuesta tenía bastantes visos de realidad y hasta era posible que el loro hubiera compuesto su repertorio en base a lo que había oído desde su puesto de observación en aquella comunidad ruidosa de aquel barrio de gallegos bonaerense.
No hubo manera de convencer al juez de tal extremo, sin embargo, ni con el argumento peregrino que esgrimió la defensa según el cual es sabido que los loros se manejan mejor en español.