La invasión de las musas
La inspiración es el alimento de todo artista. Es un estímulo que experimentan, por el cual se sienten impelidos a producir espontáneamente un trabajo sin esfuerzo, casi involuntariamente. Es un estado en el que el alma se encuentra sometida a la influencia de una fuerza sobrenatural. Es el efecto de sentir del escritor, orador o artista plástico: aquel singular estímulo que les ayuda a realizar una obra original, concebida en las paredes de su cerebro, no buscada, que se presenta en su imaginación como un latigazo inesperado.
Es también considerada como el estado propicio para la creación del Espíritu, una acción ejercida por Dios sobre la inteligencia humana. Muchas personas que se sienten invadidos por este impulso casi irresistible, manifiestan que han sido favorecidos con ese designio para llevar a cabo, tal como lo han concebido en sus cabezas, algún proyecto que trascienda los límites de la mediocridad.
Aunque los sicólogos modernos afirman que es obra del subconsciente (parte del alma que lleva una vida secreta y que de pronto se revela), en la antigüedad consideraban que eran las Musas las que inspiraban las obras de los artistas.
Según una fábula de la mitología griega, estas diosas eran las nueve hijas de Zeus y Mnemosina, y frecuentaban el monte Olimpo, en Tesalia, así como los montes Helicón y Parnaso, y presidían las diferentes artes liberales o ciencias. Clío era la musa de la historia; Euterpe, la de la música; Talía, de la comedia y Melpómene, la de la tragedia. Las demás eran: Terpsícore, diosa de la danza; Erato (diosa de la elegía o la poesía amatoria) y Polimnia, de la poesía lírica; así como Urania, de la astronomía y Calíope, de la elocuencia.
Cuando una de estas musas tocaban las puertas de los “elegidos”, el resultado se dejaba sentir con una secuela de obras hermosas de las que sus autores guardaban la secreta esperanza de que fueran, también, perdurables. Esa era la creencia que primaba en ese tiempo y en esa cultura.
Hoy en día las musas son otras y muchos artistas no esperan ser llamado por ninguna de ellas, aunque la inspiración ha existido siempre, no obstante las vicisitudes de cada época, aupada por los sentimientos, de manos con la autodisciplina, por la necesidad de desnudar el alma y porque también existe el deseo de explotar comercialmente (¿por qué no?) el fruto de su labor.
Porque la sola inspiración no es suficiente: no hay que esperar que llegue para tomar la pluma, por ejemplo, y comenzar a escribir, pues suele favorecer a quienes andan tras ella. Y buscarla significa trabajar disciplinadamente, de una manera constante, para entonces entregarse a las exquisitas mortificaciones de la creación.
Por eso, quienes escriben no pueden considerárseles, bajo ningún concepto, como autómatas que elaboran sus textos de manera repentina, sin tener la menor idea de cómo lo habrán de terminar ni a cuales recursos estilísticos recurrirán durante el proceso, para lograr un resultado feliz en sus obras.
La archi-mencionada inspiración y la espera del descenso de las musas al espíritu del escritor ha costado la pérdida de mucha savia artística. Escribir es un oficio y como tal obedece a una praxis que le resulta imprescindible.
André Maurois en su obra “Un arte de vivir”, afirma que “después de largas rebuscas, el artista adquiere una experiencia, una seguridad y estilo que permiten, en ciertos momentos, y cuando conoce perfectamente lo que quiere representar, hacerlo con una rapidez, un éxito inmediato que al profano le parecen milagroso”. Pero, para que sus escritos tengan el efecto deseado, los artistas de la palabra escrita deben conocer muy bien la realidad que le circunda y deben investigar con asiduidad, tanto para cultivarse como para no llevar a cabo partos ajenos.
Este mismo autor considera, refiriéndose a la música, que escribir una partitura de orquesta supone una educación completa que no podría ser adquirida, aunque se tratase de “un hombre de genio” más que por un trabajo minucioso. Algunos compositores realizan su ritual de trabajo teniendo, generalmente, al silencio y a la soledad como aliados, mientras otros acondicionan sus espíritus previamente escuchando música clásica. Una gran cantidad emprenden su labor ayudados por experiencias propias o ajenas…pero el común denominador parece ser poseer un talento nato y la firme decisión de encausar sus inquietudes a través de su manifestación artística.
Pablo Picasso, genial pintor español, confiaba la realización de sus obras a su incansable faena diaria: “Cuando baje la inspiración, que me encuentre trabajando”, manifestó en más de una ocasión. Porque el impulso creativo va de la mano con el trabajo constante, con ese afán de hacer, modificar, recabar opiniones y rehacer, hasta que el resultado sea considerado apto para ser exhibido, juzgado y disfrutado por los demás.
Que nos invadan las musas, que nos conmine la inspiración, pero sobretodo, que el resultado final sea recibido por todos, por su calidad, como un regalo del Supremo Creador.
Alberto Vásquez.
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