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Inicio / Cuenteros Locales / ANFABER / El pueblo de la buena fortuna

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Todo el mundo intentaba deshacerse de sus bienes, ¡pero era tan difícil!, a cada minuto se multiplicaban. Mientras unos regalaban las joyas ,casi a prepo, a sus vecinos o parientes, otros venían y les dejaban en el umbral de sus puertas cheques por más dinero de lo que costaba todo lo que habían logrado obsequiar. Los negocios ponían a precio ridículo la mercadería para asegurarse que no ganarían demasiado aunque hicieran gran cantidad de ventas, pero entonces los clientes, además de llevarse todo, dejaban propinas suculentas, no solo a los empleados sino a los dueños del lugar. Los peones trabajaban el doble de lo que aceptaban cobrar a fin de mes y el campo era tremendamente fructífero, gracias a la diligencia que ponían estos en hacer que sus amos se enriquecieran.
Habían inventado días de fiesta, la fiesta de la esquina mas florida del pueblo, la fiesta de gallo que mejor cantaba, la fiesta de la pesca, de la siembra, de la cosecha, de las ovejas, de los caballos, y en todas las fiestas la gente se peleaba por regalarse lo más caro, lo más lindo, pero a nadie le menguaba la fortuna. Peones, niñeras, patrones, estancieros, remiseros, sepultureros, maestros, todos eran extremadamente ricos. El dinero iba de una casa a otra como pasa una pelota de tenis en pleno juego de un lado de la cancha al otro lado , para volver luego y aunque nadie quería ser tocado por ella, al final todos tenían más de la cuenta; algunos enterraban sus billetes en el jardín y entonces crecía en el mismísimo lugar un árbol con frutos blancos que brillaban en la oscuridad de las serenas y hermosas noches pueblerinas, pero lo más fabuloso era que las semillas de estos frutos no eran otra cosa que diamantes.
Lo habían intentado todo, incluso donar la mitad de cuanto tenían, enviándolo a lugares que ni conocían, pero cuando lo hicieron, recibieron a cambio un camión de caudales que alguien les envió anónimamente y repleto de lingotes de oro. No había nada que hacer, en este pueblo la buena fortuna era excesiva lo quisieran o no sus habitantes.
Un día llego un turista de nombre Juan, encontró el pueblo de casualidad por haberse extraviado de la ruta que lo llevaba a su destino. Fue amablemente recibido por los más antiguos pobladores del lugar, lo llevaron a comer al mejor restaurante y por supuesto no lo dejaron pagar (cosa que a él lo alegro grandemente ya que llevaba muy poco dinero encima y estaba muerto de hambre), después de la suculenta cena, el dueño del restaurante y también propietario de la posada, le dijo que podría usar una de sus cabañas por tiempo indeterminado y sin costo alguno.
La ventana del cuarto que tomó prestado Juan daba hacia un jardín donde había tres blanquísimos y refulgentes arboles de diamantes que llamaron la atención del recién llegado, a la mañana siguiente el hombre preguntó a Gervasio que tipo de fruto daban esos árboles, intrigado porque jamás había visto uno de esa especie, Gervasio le contó su aventura de esconder el dinero bajo tierra, y como esto había ocasionado que crecieran estos singulares arboles cuyos frutos guardaban las piedras preciosas, por supuesto el forastero no creyó ni media palabra, sin embargo quedó sorprendido, sin lograr entender por qué a esta gente le podría molestar tanto ser rica, en caso de que realmente lo fueran.
En la noche la intriga pudo más que su discreción y se fue sigilosamente al jardín tomó una pala y comenzó a cavar alrededor del árbol y ¡oh sorpresa!, allí había, sin envoltorio alguno, pero en perfectas condiciones, más de 200.000 pesos, dudó unos minutos en sacarlos, pero al fin se excusó a sí mismo con el argumento de que su dueño quiso deshacerse de él y por tanto no se trataba de un robo, fue directo al siguiente árbol e hizo el mismo trabajo , hallando otra vez idéntica suma de dinero y lo mismo con el tercer árbol, luego puso la tierra en su lugar y se fue a esconder los billetes en su equipaje.
Al día siguiente ,durante el desayuno Juan le dijo al Gervasio que tendría que irse por asuntos de trabajo que lo urgían pero que pronto regresaría, sin embargo antes de marcharse le contó sobre las grandes ciudades y todo lo que con dinero se puede hacer en ellas, como la gente compra, vende y se deja comprar, le contó sobre las peleas por obtener ganancia y lo importante que resulta cuidarse de no perder un centavo innecesariamente, le dijo cuánto prestigio y respeto despertaba en las personas el individuo que tenia riquezas y lo miserable que podía llegar a sentirse quien no hubiera sabido hacerse de una pequeña fortuna, el turista hablaba tan convincentemente que Gervasio sintió un inmenso deseo de conocer una ciudad y entendió que para ser bien recibido debía ser un hombre verdaderamente rico, supuso que en las grandes metrópolis todos tendrían mucho más que lo que tenia cualquier habitante del pueblo y que antes de ir debía ahorrar…(este verbo jamás había sido utilizado antes en el lugar) así que después de despedir al visitante, reunió a su familia, le transmitió con lujos de detalles y algunas exageraciones propias, sus nuevos conocimientos sobre las grandes ciudades y los entusiasmó a prepararse para viajar en unos meses cuando hubieran logrado ser realmente ricos…..
Desde ese día Gervasio cobró un poco más cada plato a sus clientes y sirvió una ración más pequeña que la de costumbre. A fin de mes pagó a sus empleados lo correspondiente a su trabajo pero les quito el bono que solía darles de regalo. Una mañana notó este buen hombre que sus tres arboles habían perdido su antigua brillantez. Tomó uno de los frutos, lo abrió y para su sorpresa halló que no tenían semilla alguna, ¡los diamantes se habían esfumado!, en otra ocasión esto lo hubiera alegrado pero con su nueva expectativa de volverse rico rápidamente para cumplir su sueño le preocupó sobremanera, para colmo de males quiso desenterrar el dinero pero este como por arte de magia había desaparecido, no pudo evitar sentirse desesperado, su fortuna había disminuido considerablemente y tendría que tomar medidas drásticas para recuperarla.
Esa noche las porciones de comida fueron un cuarto de plato y valían el doble, los clientes preguntaron qué pasaba, no por el precio excesivo, con el que estaban muy conformes aunque extrañados, sino por la ración tan pequeña , Gervasio les explicó lo que había sucedido con sus árboles y la pérdida de su dinero, ante tan buena noticia, los amigos no dudaron en festejar, era el primero que lograba reducir notablemente su fortuna, lo que no imaginaron era que a Gervasio no le hacía ninguna gracia la situación y mucho menos esos inoportunos festejos, de manera que desanimado como estaba, y bastante molesto los trato pesimamente y estos a los pocos días y desacostumbrados a los malos tratos decidieron cambiar de restaurante, de modo que la clientela de Gervasio menguo considerablemente y con ella sus bienes.
Mientras tanto el resto del pueblo seguía en su lucha por deshacerse de sus riquezas que aumentaban día tras día, por alguna razón el ideal de estos ciudadanos era tener cuanto necesitaban para vivir, sin guardar lo que excediera a eso, fue entonces que a uno de ellos se le ocurrió mencionar el modo en que Gervasio iba perdiendo su fortuna, de pronto se imaginaron que él era quien tenía la receta perfecta para quitarse de encima lo excesivo y decidieron indagar sus actitudes y seguir su ejemplo, en poco tiempo de observarlo aprendieron el extraño modo de comportarse que tenia actualmente Gervasio, y pusieron en acción la mezquindad de este, hábito que hasta el momento jamás se había visto en el lugar.
La receta resultó perfecta, a medida que practicaban la avaricia rápidamente se empobrecían pero no solo adelgazaban sus bolsillos sino también sus virtudes y cuando llegaron a no tener siquiera lo necesario no pudieron evitar volverse más y más egoístas, gruñones y solitarios, tratando desesperadamente de conservar para sí al menos lo indispensable para vivir.
Dicen que en el curso de unos pocos años el pueblo perdió su fortuna, su belleza y su buen humor, y en cambio comenzó a reinar la enemistad y las acciones deshonestas.
Dicen también que hace mucho tiempo no hay fiestas, ni regalos y que solo queda un vago recuerdo de aquellos arboles que iluminaban las frescas y alegres noches pueblerinas….

Andrea Bermudez(anfaber)

Texto agregado el 01-10-2015, y leído por 69 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
02-10-2015 muy buena narración y excelente moraleja seroma
 
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