No puedo dejar de sentirme un imbécil…
Miro de reojo a los costados, salvaguardarme de imaginarias miradas indiscretas. Más sólo las sombras de la noche me hacen compañía.
Su voz a través del teléfono busca las palabras adecuadas para justificar su inasistencia, perdiéndose en medio de un océano de rebuscadas argumentaciones. Excusas que paulatinamente se van esfumando en conjunto con su figura, con su ser.
Un hedor putrefacto precede el cernícalo que vuela entre las oscuras nubes del cielo, baja lentamente hasta posar sus garras en mi espíritu. Es la ira, el odio que es expulsado de mi alma. Llega destruyendo la luz de tus excusas con el dulce veneno de sus rancios colmillos, atragantándose con carcajadas irónicas pues no asimila lo burdo de tus excusas. Sus lúgubres alas comienza a cubrir y borrar tu presencia en mi vida. Ya no escucho tus explicaciones, ya no escucho tus palabras, ya no escucho tu estampa en mí, y pausadamente comienzo a olvidarte; ahogando totalmente tu nombre escrito en la neblina que disipándose se retira muy lejos de todo.
No puedo dejar de sentirme un imbécil…
Ándate a la mierda...