Causa y efecto
Jorge Cortés
Ese día, San Francisco del Barrial se despertó mas seco que de costumbre, el calor abrazaba como no lo hacía desde muchos años atrás. Al principio nadie pareció dar importancia a ciertos hechos aislados, que luego caerían como avalancha, provocando la incertidumbre en los habitantes de aquella ranchería.
- Que no tiene ni un limón, ma.... pos haz agua de pitahaya!
- Ay!, Mila,ya no hay un solo nopal por aquí, mucho menos pitahayas...tráite pues unas cocas, y un escuert para tu papá, ándale que ya va a llegar!
- Escuert creo que no hay, ¿si no, le traigo su mirinda?
Mila era la única que al parecer intuía lo que había venido escaseando en las últimas semanas. Lo comenzó a notar cuando su mamá se quejaba con las vecinas de que las pocas áreas verdes, en San Francisco del Barrial, habían ido desapareciendo misteriosamente, y que ya nunca encontraban cilantro, limones y casi ninguna verdura.
La alarma comenzó a trascender por toda la comarca lagunera, cuando las copas de los pocos árboles eran arrasadas como por un tornado, las mismas cactáceas naturalmente abundantes en la región, desaparecían de un día para otro. Muchos de los vegetales en la bodega de los Segoviano, eran sustraídas sin que mediara rastro del malhechor.
Mila comenzó un inventario de lo que en pocos días iba desapareciendo casi a la vista de todos.: Pepinos, berros, su sweater escolar, el pasto de frente a la iglesia, los chícharos del arroz, los chiles jalapeños, la camiseta de la selección mexicana de Jesús, las hojas de los árboles, la rana René de Sofía, la tarjeta american express del tío Juan, las fibras scotchbrite de la cocina, el jabón nórdico, los soldaditos de plástico de Beto, el billete de a dólar que le regaló el tío Juan, el shampoo Pert, las calabacitas. La bolsita de esa extraña hierba que guardaba Jesús en el cajón. Su espíritu investigador, la llevó a hacer un experimento en el patio, al otro día de la noticia de que el único semáforo del pueblo, había sido “mochado” en su parte inferior. Dejó unos aretes imitación rubí, junto con unos de falsas esmeraldas sobre la barda, durante toda la noche, y al otro día, tal como lo había previsto, sólo habían desaparecido los aretes verdes. Y lo peor; junto con los aretes, también había desaparecido el perico.
- Ma!: Loreto desapareció de la jaula.
- Lo has de haber dejado escapar, ese loro nunca aprendió a ser de su casa.
- Ma: todo lo verde está desapareciendo...
- Ya lo sé mija, la canícula ha sido muy cruda este año.
- No ma, no entiendes no se trata solo de vegetales....
- Ya hiciste la tarea? Apúrele muchacha de porra!
Nadie hacía caso de las observaciones de Mila, la gente le echaba la culpa al calor, a los especuladores, y al “maldito gobierno, que nunca hace nada”. Pero curiosamente, fuera de los vegetales, nadie echaba de menos los objetos verdes que desaparecían incomprensiblemente.
* * *
Alguna gente decía haberlo visto vagando solitario tranquilamente por el atrio de la iglesia, yendo sin rumbo fijo por las calles del pueblo al pardear la tarde. Pero las descripciones eran diversas y muy confusas. Unos decían que era un extraño perro con rasgos humanoides, algunos le habían visto una nariz “aguileña” y gigantescas garras , otros mencionaban una espina dorsal con vértebras muy pronunciadas, y una cola “pelona”, como de rata. Los ojos eran, - en eso sí todos coincidían- enormes y fosforescentes . Ya hacía unos años, la imaginería popular le había dado similares características a un famoso y nunca atrapado chupacabras.
La primera vez que se le vio de cerca, fue junto al puesto de lámina de los Torres. Pasó a un lado de los muchachos que comían alegres sus tacos de cecina ; Pancho le tiró las sobras de su plato, el animal lo olfateó, luego con el hocico escogió y comió los nopales, dejando intacta la carne y la tortilla, luego, poco agradecido, peló los dientes y se alejó retrocediendo en un intenso gruñido.
- ¡Pinche perro, está bien culero!
- ¿De quien es ese perro? Nunca lo había visto…
- Sabe !… Oiga doña Luisa, ya no me dé los otros dos que le pedí… ya se me quitó el hambre.
- No me vayas a decir que te crees eso de que “ perro no come perro” y estés pensando mal de nosotros, Panchito. Ya sabes que nosotros siempre hemos vendido pura calidad.
- No es eso, doña, de verdad se me quitó el hambre,…. ¿cuánto le debo?…
Tuvo que venir la desgracia, para que el pueblo comenzara a relacionar los recientes males, con la presencia en los alrededores de aquella extraña bestia.
Berthita, la hija del pastor evangélico, fue encontrada muerta a las afueras del pueblo, la escena era dantesca, entre miles de gordas moscas, el cuerpo de la joven yacía en un charco de sangre, con las vísceras saliendo de su cavidad abdominal, y las cuencas de los ojos vacías.
A las primeras versiones sobre ritos narcosatánicos , vendría la sospecha contra el extraño animal, que últimamente no se le había vuelto a ver el pueblo. El desgarramiento de la pared abdominal, definitivamente había sido causado por un feroz animal, lo que resultaba extraño, era que la bestia había despanzurrado cruelmente a la víctima, y al parecer solamente se había comido los ojos.
El servicio médico forense de Torreón, examinó al cadáver, y en primera instancia la necropsia, no arrojó datos que dieran alguna pista importante.
El médico a cargo, una suerte de Quincy del tercer mundo, tras de realizar la autopsia, regresó al pueblo con los restos de Berthita, para que recibiera sepultura. Pensativo, acompañó a familiares y amigos durante el sepelio.
- Solamente una pregunta, reverendo.¿ A qué edad operaron a su hija de la vesícula?
- A mi hija nunca la operaron de nada.
Mila, que escuchaba la conversación, agrandando los ojos, preguntó:
- De qué color es la vesícula, doctor?
- ¿Por qué preguntas eso?
- Berthita tenía los ojos verdes, ¿la vesícula es verde?
- Que extrañas preguntas haces... buenos sí, en un cadáver la vesícula es de coloración verde.
- Venga tantito doc...
Mila sacó de la mano al doctor Núñez, y expuso su teoría de que rondaba un extraño animal, que se comía todo lo que fuera verde, de origen vegetal, animal y hasta mineral. Naturalmente Núñez vio en la mirada de Mila los ojos de una niña fantasiosa, pero convencida de lo que decía. Trató de hacerle ver lo poco probable que era su teoría, pero prometió una línea de investigación en esa dirección.
Le producía una vaga incomodidad el hecho de que el cadáver careciera de tres órganos verdes, y los demás hubiesen quedado intactos en el cuerpo de la jovencita, y también el hecho claramente visible de la falta de vegetales en el área de San Francisco del Barrial, definitivamente dudaba de la posibilidad de la existencia de un “Clorófago”como tal, aunque alguna vez había leído de ciertos animales hematófagos, que se guiaban por la coloración roja, al atacar a sus víctimas y del desarrollo de una habilidad extraordinaria para detectar líquidos y objetos rojos aún a través de paredes.
Por otro lado, podría ser un animal ávido de Magnesio, presente en la clorofila, y por lo tanto, para él, potencialmente presente en todo lo verde a su alrededor, tenía que pensar en esos absurdos para descifrar el loco caso que ocupaba su mente.
Núñez regresó al pueblo, buscó a Mila, quien le platicó sobre el inventario de cosas verdes que se perdían y que día a día aumentaba; decidió realizar el experimento de Mila; colocó varios objetos verdes y de otros colores de diferente naturaleza en diversos lugares ocultos del pueblo, incluso algunos los envolvió en papel periódico y en bolsas, para probar la posibilidad de detección a través de cuerpos. Pasó la noche vigilando en su camioneta, desde donde veía uno de los bultos-carnada, pero no vio nada anormal. Al otro día vio con sorpresa que todo lo que había regado oculto por el pueblo y que tenía color verde, había desaparecido. El Dr. Quincy mexicano, tomó como suya la causa y a riesgo de parecer un Jaime Mausán, convocó al pueblo a buscar el extraño ser que mucha gente decía haber visto. Se entrevistó con los supuestos testigos y con los que ocho años antes decían haber visto y atacado a pedradas al “chupacabras”, juraban que en aquel entonces, le habían pegado en la cabeza, que lo creyeron muerto, pero que al regresar por el cuerpo, no lo encontraron.
Algunas descripciones de unos y otros coincidían en algunas cosas, pero se diferenciaban en muchas otras. Así que aún sin saber lo que iría a buscar, Núñez organizó una cruzada para localizar al extraño ser Clorófago que acechaba la comunidad de San Pancho. Armados de palos, picos, y una que otra escopeta, salieron a peinar la zona con la esperanza de encontrar alguna pista. Núñez pidió ayuda al gobierno de Coahuila, pero no lo tomaron en serio, así que se aventuró con un reducido grupo de lugareños.
La suerte llegó pronto, a lo lejos en la sierra de Sarnoso, se veía una grieta verde en un panorama seco a más no poder. Con cautela se acercaron y comprobaron que ese era el almacén verde de mucho de lo que se había perdido en San Francisco. Quien quiera que fuera el que acumulaba todo eso, estaba preparándose para una larga temporada.
Casi por oscurecer, decidieron regresar al pueblo, pues no iban preparados con linternas. Al otro día rodearían el sitio y comenzarían a llevarse todo lo verde que aun era utilizable. Caminaban en fila india, cuando a sus espaldas se escuchó un estremecedor alarido. Los más valientes voltearon a ver de que se trataba, los demás ya iban corriendo cuesta abajo, a una velocidad insospechada. Dos ojos fluorescentes describieron el movimiento de un cuadrúpedo que se ponía en dos patas, amenazante, y chillando espantosamente comenzó a acercárseles. El instinto de supervivencia le ganó a la valentía y tras tirar un par de cargas de escopeta en dirección al feo gruñido, también salieron de allí a toda velocidad, sin voltear a ver si aquella cosa los seguía.
Al día siguiente, con plena luz de las diez de la mañana, y armados con todo lo que pudieron, el comando se dirigió a la rendija de la montaña que contenía el tesoro verde del Monstruo, pero no había ya nada ahí, dudaron si habrían equivocado el camino, pero al llegar y ver algunas ramas secas de cilantro, epazote, un plumón y una pequeña pelota verdes, se dieron cuenta de que lo habían perdido.
A las pocas semanas, comenzó a regresar a San Francisco el de por sí poco verde de la región. Mientras se vieran cactos y algunas matas verdes rodeando el Pueblo de San Francisco, podían sentirse seguros, los años pasan y el olvido de lo acontecido deja como leyenda el asunto del “comeverde”.
Núñez regresó a Torreón, recuperó su trabajo y la credibilidad al guardarse para sí mismo las dudas y obsesiones que el caso le había provocado. Secretamente se cartea con un grupo de entusiastas en los asuntos paranormales.
Mila se ha recibido de oculista. En la pasta de su trabajo de titulación se lee: Tesis que para obtener el grado de Especialista en Oftalmología, presenta Hermila Reséndiz L. .
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