Miro como me sonríe mientras juega con la vela que adorna la pequeña mesa. Con sus dedos le da vida a la candente esperma que lentamente se derrite entre la diminuta pira carmesí y la trivial conversación.
La delgada cerveza escurre entre su vaso y el limón que adorna la boca de la botella, sirviéndose el dorado líquido con una elocuente elegancia que contrasta con el rudo vidrio que viste mi licor. (Es raro que siempre me fije en esos detalles, nunca se lo había comentado a nadie, más ahora que lo escribo me doy cuenta de ello)
Me habla de cómo ama muchísimo lo que hace, aun cuando siempre termine desmoronando la base de sus alegrías con la típica frase del necesario alimento del ego. Creo que al igual que yo, muy interiormente ella tampoco conceptúa mucho las bases de su discurso al obligatorio hermoseamiento ególatra.
Me hace reír lo inocente que puede llegar a ser sus miradas, y lo hermosa que se ve cuando me engalana regalándome una sonrisa. Disfruto de su compañía y de la silente noche que nos abraza calidamente con un fino manto de estrellas.
Una sombra putrefacta vestida de oscuridad vuela sobre nosotros cuando el pasado hace presencia en sus palabras, pantanosos recuerdos de rutas de vida que no lograron su objetivo, agrio sabor deja en su espíritu sílabas de desdichas.
Logro retomarla y alejarla de las tinieblas al tomar sus manos con delicadeza, mirándola fijamente a los ojos me sonríe dulcemente, sólo pienso en besar sus labios.