Tu aliento calcina lentamente cada fibra de mi cuello, entregándote oculta en la complicidad del abrigo de aquellos colores con los que he pintado tu alma.
Revistes en besos ardientes mi piel sedienta de ti. Abrazándome con fuerza te cedo mi solitario espíritu.
Extraigo cada estremecimiento que hace temblar tu voz al decir mi nombre entre sábanas que tibia y dulcemente nos deshojan.
La sensibilidad de las yemas de tus dedos recorriendo cada vértebra de mi espalda, dibujando el bogar de tu húmedo sexo a la deriva, fundiéndonos en un solo ser.
Tus pechos oscilando al desenfrenado ritmo de necesitarnos, encendiéndose entre los apasionados besos de reencuentros.
Viajando dentro de ti, saboreando cada sílaba de poesías que me obsequias de tus labios entreabiertos, bebiendo del aroma que diseña la silueta de mi cuerpo entre las líneas de tus manos. No deseo abandonar tu estremecido espiritu, retenerlo por un tiempo más. Cada gemido es un convocado a no dejarte, a permanecer a tu lado, en un silencioso letargo que hacemos nuestro.
Rehilando tu amor guardo en mí todos los miedos, cambiando las tristezas por una lluvia de pétalos que volvimos a encontrar; cada rocío susurra en tu oído lo que mis limitadas palabras no pueden decir. Precipitándome por tu corazón, viéndote sonreír, reflejándote en mis ojos te obsequio para siempre toda la pasión que somos hoy.
Pensándote, sintiéndote, añorándote, y besándote.