Duermes a mi lado, me invitas a quedarme. No dejarte en la oscuridad, existir junto a ti en estas noches de prolongado insomnio. Tu rostro refleja una serenidad que me obsequia alegrías y regocijos.
Haciendo mía cada bocanada de tibio aire que frágilmente mece tu desnudo cuerpo me haces sonreir tiernamente. Te balanceas al ritmo de dulces poesías que tu corazón declama en las sombras de mi eterna desdicha.
Beso tus labios cuando recitas mi nombre entre sueños, bordeando deseos dónde encontrar las respuestas a las tempestades que abofetean ásperamente mi alma. No quisiera verte llorar, saboreando las yagas que escarchan las alegrías de tu ser.
Suavemente me alejo del florido paraíso en busca de mi infierno, en el perpetuo dolor encontré las palabras de abominación que agresivamente grite en tu contra.
Te maldije dios, te maldije con la sangre que emanaba de las heridas de mi alma. Y tú me quitaste la vida, arrancando de cuajo toda luz de esperanza. Marchitándome me deshojo frente a tu obsequio de alientos apagados.
Demonios extraen cada uno de los colores que me regalan vida, ríen entre dientes pregonando mi desgracia en los cuatro puntos cardinales. Inmundicia pinta de color carmesí un nefasto designio. No puedes condenarme a un penetrante infierno peor del que ya formo parte.
Sigilosamente llegas a mi lado, observas larga y profundamente mis pupilas dilatadas de horrores. Me abrigas con una traslúcida sonrisa, siento tu bendito perdón recorriendo cada palabra que escogí para evitar el daño. Me abrazas, me abrazas y sólo puedo llorar.