El poeta trata de resolver su drama, sabe que está lejos, que se ha perdido en un cuento sin fin, y que no tiene mucho tiempo para resolverlo. Siente que no funciona su musa, que está distante y pomposa, que las otras musas son arpías y se divierten con su congoja.
Va cayendo en un pozo profundo, su danza es un despliegue de instantes imaginarios, mientras la danza da vueltas y vueltas, las letras giran alrededor juntando comas, y meciéndose en su mar de aguas oscuras, distante otras van voraces en busca del poeta que se deja arrastrar por la corriente incontenible de su mente, donde un lobo depredador le arrebata sus fantasías, le come su imaginación, su cordura, su corazón que yace yerto. Piensa azorado en su aspecto, y siente correr por sus venas la frustración. No hay salvación para un escribiente que yace en medio de un remolino, apagando su destino, llevado por su incoherencia, no hay salvación si te abandonan las musas, si se repite lo incierto no hay argumento, si te desprecian las letras y tu andar de peregrino no encuentra el camino, ni un sendero para hacer que tu imaginación encuentre algún sustento divino, algo más fino que el viento levitando, atormentándote.
Hay un sinfín de rivalidades, para que llegue el infame depredador a dejarlo sin sus sueños, sin su milagro de amor.
El abandono es total, no surge ningún trampolín para saltar a otro espacio más preciso. Con claro esfuerzo se ven momentos sensibles para el poeta, que quiere despertar de su anestesiada voluntad, nada que lo interprete, que lo desensille de su mal sueño o lo despierte. Su respiración se hace lenta, vacía, nada es más fuerte que el deseo de salir y romper esa cadena de voluntades necias, y florecer, renacer, encontrar el camino a las letras, que lo sacudan violentamente, y así resucitar del mal sueño, y ser libre…
MARÍA DEL ROSARIO ALESSANDRINI |