Hoy me consume una insoportable migraña.
Recuerdo a la tía Ana. Continuamente mantenía su cabeza envuelta en trapos, hierbas y ungüentos. Mi madre solía insinuar que sus dolores de cabeza eran provocados por la lucha incesante de sus demonios. Que tenía tantos pecados y tantos arrepentimientos reprimidos en su alma y en su inconciencia que estos luchaban por ser liberados, se armaban de temores, remordimientos, restricciones, lástima, odios y resentimientos mutuos que no le dejaban descansar en paz...!
La idea de las represiones y los pecados, de los fantasmas y los demonios, dándome vueltas, luchando dentro de mi cabeza me parece divertida. Como si fueran dibujos animados imagino el rencor que me producía mi maestra de sociales en primaria. Él, mi rencor, vestido con bata rigurosamente blanca (como la bata de ella), con los ojos inflamados y su voz chillona, esgrimiendo una regla de madera mientras grita: “¿No me diga jovencito? ¿Otra vez olvidó hacer la tarea?”. Sus ojos enrojeciendo y creciendo casi a punto de explotar mientras su piel comienza a tostarse, a oscurecerse con la rabia. Y después, cuando esta rabia reprimiendo sus palabras, atascándolas en la garganta, le refrenaban el aire, la respiración, y luego, cuando su rostro enrojecía atiborrado de sangre explotaba en una verborrea inteligible de reprimendas y vilipendios... Mi rencor la imita, se burla, pero luego comienza a hostigarme en el cerebro y golpea al rencor del maestro de deportes. Este, sentado con su enorme panza y su gorra cubriendo su magnánima calva escarba con un mondadientes entre su boca hallando residuos de su sándwich y volviéndoselos a meter. Al ser empujado por mi rencor a la profesora desenfunda de la espalda un bate de aluminio y, con el primer golpe destroza su regla de madera; y con el segundo, la estampilla en los surcos de las paredes de mi cerebro...
Los demás despiertan. El odio a los trancones, a los políticos, a las suegras, a los calzoncillos que tallan, a las monedas que se escurren de la mano cuando vas a pagar tu pasaje y caen a la calle; a las damas “bien” que te miran de arriba abajo en los centros comerciales, a los vigilantes que te siguen por todos los pasillos después de que ellas se han quejado de la “chusma”; el odio a los taxistas que quieren robarte ocultando el verdadero valor indicado en el taxímetro, a las novelas televisivas, a los programas de humor, al cura que te cacheteo en la “confirmación”, a tus múltiples ex-novias; el odio a los zapatos nuevos, al perro de la vecina que cree que tu pierna es un juguete sexual; el odio a los licores adulterados, a los policías, al jugo de naranja artificial, a la supuesta “Leche Entera”, a la sopa de puerros, a los bolígrafos que te escupen tinta en el pantalón; el odio a la religiosidad de tus tías que van a misa solo para criticar a los que pasan, a la ética política, a la ética ciudadana, a la ética estudiantil, a la ética religiosa, a la ética militar, al servicio militar, y a mi padre... militar.
Todos estos odios despiertan también a mis temores. El temor a que el computador se apague sin que alcances a guardar, el temor a que te roben, a que una paloma te cague el vestido de gala antes de entrar a una fiesta, a despertar en clase en medio de examen final; el temor a las alturas, a que te pesquen en el baño fumando... o en otras cosas; el miedo a que se te acaben los preservativos, a que un día el que sabemos no funcione; el miedo a que un camión te aplaste, a que tu avión se caiga, a que te secuestren o el miedo a que reelijan al presidente. El miedo a Dios, el miedo a Krishna, Buda, Alá, Odín, Quetzacoatl (serpiente emplumada), al dragón de Okomodo, al Diablo, al Demonio de Tasmania y a todos esos fantasmas de ficción (...como los dibujos animados...!). El miedo a la oscuridad.
Hay un festín en mi cabeza. El sabor amargo en mi boca, el suelo que no quiere mantenerse estable, los ojos que arden y huyen a la luz...
Cierro los ojos e imagino el bacanal de mis temores. La jaqueca, la migraña, la neuralgia, los demonios, los fantasmas. Temblando saco la jeringa, me inyecto y descanso. Mis miedos, mis temores...!
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