Siempre pensé que cosas como el bullying jamás me alcanzarían: una familia normal, un colegio normal y una ciudad normal, nada de qué preocuparse; pero escuche el sonido de algo estrellándose con la pared.
Era un chico lindo y hubiese parecido “normal” si no tuviera ese tono rosado en las uñas o esos brillantes ojos delineados o si no se hubiese despedido con un rápido beso de aquel otro chico frente a la escuela, ahora no era un chico tan lindo, con la cara llena de lágrimas, el labio partido comenzando a hincharse y la sangre goteando de su nariz, no era nada lindo acorralado por tres chicos más grandes que se burlaban de su expresión de terror; nadie hizo nada, yo no hice nada y todos continuamos caminando como si todo fuera normal. A la semana el chico no-tan-lindo dejo el colegio y no hubieron culpables.
Siempre que hablaban del bullying yo no tomaba atención jamás me pasaría, jamás seria participe de él, no tenía que asistir a todas esas charlas con la orientadora, pero me demore en guardar mis libros y después tuve que ir al baño.
La chica que siempre sonreía hermosamente cuando miraba su celular fue encerrada en el baño y “lavada” por agua de dudosa procedencia; las chicas que arrojaban el agua me miraron cómplices y me invitaron a unirme después de mostrarme un celular con un fondo de pantalla de dos chicas besándose mientras se tomaban de la mano en la playa, no quería pero ellas insistían, se reían y después de un rato me miraron desconfiadas. Yo temblaba tanto que termine mojándome un poco las manos, pero antes de salir del baño me las lavé. La chica que ya no sonríe ahora tiene cortes, en lo absoluto hermosos, en las muñecas.
Siempre dije que las personas que sufrían de bullying eran débiles, que si fuera yo me defendería, no me importaría lo que otros dijeran, pero comencé a mirar a aquella chica de pelo largo más tiempo del que debería y comencé a pensar cuan feliz seria si nos tomáramos de la mano, que deseaba besarla incluso más que a un chico y tuve miedo.
Yo quien siempre hablaba incluso antes de pensar ahora tenía un secreto, todos viven vidas “difíciles” pero yo todavía tengo que soportarme a mí misma, no quiero decepcionar a nadie, no quiero ser odiada, no quiero que me miren como a un bicho raro, no quiero que crean que soy repugnante, no quiero ser yo… pero lo soy y lo sé. Y alguien más se enteró.
Comenzaron los rumores y después los empujones en el pasillo, las risitas disimuladas que evolucionaron a evidentes carcajadas apuntándome, la preciosa chica de pelo largo se veía un poco fea con esa expresión de desagrado mientras me culpaba -¡¿Por qué yo también tengo que ser parte de la burla si solo tú eres extraña?!- ella dijo y era verdad, era mi culpa, solo mi culpa, porque yo no era “normal”, porque yo estaba mal, porque tener esos sentimientos era incorrecto. Y me sentí pequeña, débil; deje de ir a clases, deje de salir de mi cuarto, ahora yo sufría de bullying, ahora era yo la que quería dejar de respirar. Note como había hecho tanto mal a aquel chico por no haber dicho nada y a aquella chica por seguir la presión del grupo.
Esta no es una historia de cómo lo superé, esta no es una historia de cómo dejo de importarme. Todos somos parte del bullying hasta que se detenga por completo, no puede ser ignorado.
No basada en hechos reales. |