Llegó, como llegan las despedidas:
Sola y a destiempo.
Arremolinada en un ímpetu silencioso
mientras afuera el sol lucía su invierno;

Sentada en el suelo junto a la vieja silla
con su caja de colores acres, nebulosos,
alimonados y furtivos,
pinta lentamente venganzas y desvaríos,

se desmonta los sueños con rabia
dibujando auroras negras y pétalos en el cielo,
cisnes imposibles en lagos que no existen
y plasma pequeñas burbujas de besos
que le estallan en la comisura del labio
justo al principio de una canción triste;

Un poema inacabado le roba una sonrisa,
amaga la pena en el destierro
y respira.

Palomas blancas le miran
desde el rincón último de sus versos
mientras imagina que inventa una primavera
de matices perfectos;
Pero lágrimas rojas le insisten que todo es mentira.

Guarda sus colores imaginarios
en fundas que no tiene,
se olvida del aire
y se abandona al sueño;

Se marchó, como se marcha una tarde:
Sigilosa y ya sin tiempo,
con el latido marchito en la mano y la intención dormida
mientras afuera,

ya nada importa.