El pequeño planeta gira en torno a un sol en forma de alas de insecto, en la cumbre mas alta y nevada de sus montañas, un mohoso y roído castillo se abría paso entre los blancos copos.
Él se mantenía sentado en el trono; una cascada de cabello blanco caía sobre las albas y agrietadas sienes. La alta corona de oro le prestigiaba poder, sabiduría, sapiencia. Una gran espada descansaba en su costado, herramienta victoriosa de varias cruzadas ya oscurecidas por el olvido. A pesar de que la vejez le consumía, aún conservaba la fuerza y ferocidad que le legaran sus antepasados.
Encorvado en su silla miraba por una gran ventana, sendas solitarias, desoladas por el marchitamiento de su reino. Desde sus sueños robaría un telescopio para observar lejos. Sus ojos la escrutaban sin que se diera cuenta.
No quería, pero ella tenía que alejarse, no era su elección, más las hilanderas del destino ya habían vaticinado su porvenir.
La batalla con la tristeza duraba ya muchas semanas, ella defendía el derecho de no abandonar el reino, con una centella ferozmente resguardaba sus acciones, la traería de sus promesas no olvidadas.
Con negras y malolientes alas, la desolación trataba de cubrir la fe que ya comenzaba a ceder, opacaba la luz que aun irradiaba. Defendiendo lo que amaba esgrimiría su escudo con poesías apasionadas. La armadura con cara de león rugiente la protegía, más era consumida en páginas quebradas por angustias.
Con un movimiento extendido de búsquedas, logra hacer ceder lo rancio, presta a acertar la movida final sobre la nauseabunda contrincante. Pero con un movimiento audaz, destellos de no-luz la hacen trastabillar.
Rugidos trémulos de ira cubren kilómetros de distancia, percutiendo lóbulos transportados por olas marchitas.
El rey corre hacía el balcón con una alforja en sus manos, de ella extrae saetas que dispara con destreza, promesas que no paran de engendrar cruzan la gran distancia, hiriendo en mortalidad a la omnisciente.
Ella se reestablece y permanece de pie, al lado del cuerpo inmóvil. Su endemoniada mirada ya no volverá a escupir ignorancia.
Reincorporándose, aleja el extraño sabor de la muerte en sus labios, magulladuras cubren su entidad, más se siente feliz. Observa al rival siniestro; nunca mas bocanadas de respiros le darán vida.
El monarca no sonríe, pareciera que no hay gozo en sus acciones, cerrando la puerta ordena subir el puente levadizo, decide no dejarla ingresar a su pequeño dominio, puede vivir en su planeta, pero le es vetado hacerla parte de sí.
_¿Por qué? Predestina la doncella.
_Porque tú destino puede estar en mi reino, más no en mi soberanía, ve y se feliz.
Palabras disfrazadas con mantos de descortesías, corazón noble escudado en un estado platónico.
Alejándose adolece sufrir, cojea. Sus huesudas manos saborean un bastón recubierto de marfil, distrae un miembro que fuera dañado por las mandíbulas del mismo contendiente muchos años antes.