Sentado en las gradas, observo las tres docenas de eufóricas personas que bailan incoherentemente, gozan de la música que se origina en los grandes parlantes. No recuerdo bien como se llamaba el grupo que tocaban sobre la tarima, más lo que sí tengo en la memoria es que pertenecían a la menuda ciudad de Iquique (al menos hasta ese entonces era pequeña) dónde aun vivo. Adolescentes no relacionados a la “generación de discotecas”, disfrutan del “Heavy Metal” movimiento musical que no solo traía problemas con los padres, si no era repudiada socialmente, por la dureza de sus letras y ritmos. Tomando una helada lata de cerveza me distraigo jugando con el gran orificio en los desgastado jeans, por donde escapa mi rodilla (sí, es que se puede llamar jeans a un pantalón prácticamente roto y deshilachado por donde se lo vea) Mi atuendo se diferencia mucho de la ropa de moda; botas militares, pelo largo hasta los hombros y mi inseparable y negra polera, estampada con “Eddie” la mascota de Iron Maiden.
Trato de buscar entre el tumulto a m´hijo, compañero de tantas parrandas y locuras, más prácticamente todos estamos “uniformados” y entre el desorden de muchas melenas, colores oscuros y botas me es imposible encontrarlo.

“I left alone, mi mind was blank
I needed time to get the memories from mi mind What did I see
can I believe
that I saw That night was real and not just fantasy.
Just what I saw in my only dreams were they Reflections of my warped mind staring back at me…”

“El número de la bestia” canción emblema de Iron Maiden, y tema insignia de quienes éramos tildados de “pelucones asquerosos y lacras sociales” (gobernaba el dictador Augusto Pinochet en aquel tiempo y toda persona con el cabello largo era tachado de comunista leninista o terrorista) bándalos, antisociales, marginados, alcohólicos, drogadictos y otras tantas “linduras”. Más éramos sólo unos jóvenes con gustos distintos a los de la mayoría, incluso las personas mas radicales, incluidos los sacerdotes de casi todas las iglesias, nos tildaban de “satánicos”. Ahora con treinta y seis años, como a esa edad, creo en Satanás como creo en los políticos.
La multitud enardecida con los riff de las estridentes guitarras eléctricas, saltaban entre el humo que desprendía la máquina traída desde la capital, especialmente para este concierto. Usando los gritos y el jolgorio para encubrirse, una delgada sombra traspasa la seguridad del recinto, y subiendo al escenario toma una de las grandes bocinas de sonido. Trata de subirla a su hombro, para ubicarla cerca del oído, todos aplauden rabiosamente el audaz acto, “ayudando” al unísono con un fuerte conteo... ¡1!... tira del parlante, casi lo despega del piso, ¡2!... logra levantarlo hasta la cintura, ¡3!... alcanza a ponerlo sobre los hombros, todos aplauden eufóricamente el triunfo. Cuando es iluminado por uno de los reflectores, me doy cuenta que es mi amigo, el m´hijo. Haciéndome un saludo él sonríe, y tomando impulso se lanza sobre el publico con la bocina incluida. Me sorprende demasiado, y no pude parar de reír por un buen tiempo.

M´hijo golpea la puerta de mi casa, al verme el abrazo es instantáneo y sincero, salimos a tomar una cerveza para recordar “viejos tiempos”, hemos cambiado radicalmente. Mi cabello encanecido y corto, mucho mas gordo y, mucho mas relajado (eso es lo que admiro de la edad) M´hijo me habla que encontró la verdad, trae una Biblia que lleva para todos lados, me conversa de Jehová y de su nueva fe, me cuenta que vive en el campo, arando la tierra, sembrando y criando ganado, los tiempos para él han sido tranquilos.
_ ¿Recuerdas cuando estabamos en el concierto de "Scrotum dead" y te lanzaste sobre la gente con el parlante? Le pregunto con una sonrisa. Reímos tanto que las lágrimas asoman por los ojos.