Literalmente me acuesto en el sofá, veo el reloj y este marca las dos de la tarde del día jueves. Mi día de descanso, día de no hacer nada, día de dormitar, vagar, y leer.
En el centro de arriendo de videos encontré “La delgada línea roja”, película basada en la novela de James Jones. Generalmente omito este tipo de films; pues para quienes somos “adictos” a la literatura es casi imposible (por no decir imposible a “secas”), encontrar plasmada en celuloide los “mundos alternos” que se trenzan entre cada sílaba de un buen libro.
Al encender el televisor y pasar por los molestos anuncios del F.B.I, las primeras iconografías comienzan a brotar de la pantalla.
Poesía se entrelaza con imágenes de guerra, desesperación, dolor, destrucción y caos. Magistralmente Terrence Malick nos introduce en la mente de cada uno de los soldados que se mueven por su obra. El infierno psicológico del cual no se puede escapar, vivir con el terror de no estar forjando las cosas bien, no limitadas por los ejercicios en sí, sí no, por la realización de actos vetados por la conciencia.
Esta enorme maldad...
¿De dónde viene?
¿Cómo llegó al mundo?
¿De que semilla y de que raíz creció?
¿Quién está haciendo esto?
¿Qué nos está matando?
Robándonos la risa y la luz,
Marcándonos con lo triste
De lo que debimos ser,
De lo que debimos saber.
¿Beneficia nuestra ruina la tierra?
¿Ayuda al pasto crecer?
Esta oscuridad...
¿No ha pasado?
Lírica en “off” baila tomada de la mano con las secuencias rectilíneas de vidas pasadas, pequeños desafiazos de felicidad arrancadas de cuajo por las garras de imperfectas decisiones, arbitrajes propensos a la ausencia de comprensión de estados consanguíneos.
Sólida actuación de Jim Caviezel, una contraparte a manos de un decidido Sean Penn, ambos balanceados, perfectos. Perfilándose encima del caos que significa una guerra de proporciones mundiales.
Música desprendiéndose de la batuta de Hans Zimmer, acompañado del coro isleño “Melanesian", anteponiendo el legado de hermandad situado en sociedades primitivas con nada o escasa pinceladas de contacto con la mal llamada “civilización”.
¿Qué es está guerra en el
corazón de la naturaleza?
¿Por qué es la naturaleza
vil consigo misma?
La tierra peleando
Con el mar...
¿Hay fuerza vengadora en ella?
¿No una fuerza, sino dos?
Fotografía sepia arroja la cámara de John Toll. Pequeños aborígenes nadando en cristalinas aguas de Guadalcanal, edénica y virgen isla dónde lleváramos nuestro placer por la destrucción.
Me emociona la poética, hago visible y perceptible el dolor de cada una de las vidas paralelas de los personajes.
Desconozco si la película ganó algo en sus siete nominaciones al premio de la academia (creo que no, pues a pesar de no ser muy comercial, carece de los típicos y baratos “discursillos nacionalistas” con la bandera estado unidense de fondo.), Más la encuentro excelente.
Creamos una familia,
Tuvimos que separarnos
Y dividirnos.
Y ahora nos volvimos
Unos contra otros.
Cada uno parado
En tierras del otro.
¿Cómo perdimos la
bondad que se nos legó?
La dejamos escurrirse,
Desbordándose sin
Cuidado.
¿Qué evita que toquemos
la gloria?
Terminan las imágenes, y seleccionando el menú principal disfruto de la banda sonora. Hoy es un Jueves perfecto; pienso mientras veo el humo que sube hacia la techumbre, separándose del cigarrillo que acabo de encender.
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