Entra al módulo, su presencia no pasa desapercibida a la mirada de quienes a esa hora se encuentran dentro del pequeño local.
_ No deberían permitir el ingreso al centro comercial a este tipo de gente_ Dice con enojo alguien presente entre la multitud.
Una desordenada barba adorna su rostro. Sucias ropas cubren un dañado y delgado cuerpo. Su caminar, siempre me ha llamado la atención su lento e inseguro caminar, una fetidez de vino barato le precede. Mirándome sonríe.
_ Hola Jorge, ¿Cómo estás?
_ ¡Mira quien acaba de aparecer; el mismísimo José Luis en persona!_ Respondo amigablemente.
Se sienta en unas cajas de licores que tengo a un costado de la puerta de entrada.
Su mirada siempre distraída y cansada. Los párpados no alcanzan a cubrir unos ojos tristes. Cientos de canales curten su morena piel.
_ Dame una “heladita”_ Dice con la mirada perdida.
La fría cerveza lo anima, me cuenta historias de un pasado mejor, reímos mucho con sus cuentos. Me relata que la noche anterior durmió sobre unos abandonados rieles, por donde muchos años atrás pasara una locomotora. Hacía frío, pero a él no le molestaba. Tirado en la calle; a nadie le importa.
Toma una cerveza tras otra, se relaja adecuándose entre las incomodas cajas, nos quedamos en silencio.
Una pareja tomada de la mano observa la vidriera, sus hijos los acompañan, ríen de algo que dijera uno de ellos, comparten un momento de felicidad.
_ Sí mi esposa no me hubiera lanzado a la calle ¿Estaría yo así? ¿Mis hijos me reconocerán al verme? José Luis piensa en voz alta. Sus ojos se cristalizan.
Nuestras miradas se encuentran, veo a través de él, puedo sentir el abandono y la soledad que lo carcomen. Me gustaría poder decir algo, encontrar alguna palabra de alivio.
Levantándose guarda en sus bolsillos unas latas de cervezas que consumirá después. Camina torcido, sin palabras me mueve la mano en signo de despedida. Lo miro desaparecer entre la multitud que lo evita.