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Inicio / Cuenteros Locales / pombero / Recuerdos de un conductor de autobús

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Soy chófer de bus y los últimos 10 años mi vida ha transcurrido recogiendo y dejando pasajeros mientras transito, ida y vuelta, la misma ruta en los suburbios entre Virginia y Washington DC. Me demoro exactamente tres horas y 23 minutos de ida y tres horas y 5 minutos de vuelta por lo que me precio de ser uno de los chóferes más puntuales de mi empresa. He visto miles de caras y me gusta pensar que cada una de ellas representa una historia, y, a veces, especialmente cuando la persona que sube es una mujer bonita, quiero creer que es feliz.

Un día, cuando recién empezaba mi recorrido y el bus estaba casi vacío, se subió una pareja; ella joven y muy linda, sostenía en la mano un bastón delgado, de esos plegables y de color blanco. El hombre la seguía y le iba dando información sobre lo que ella tenía al frente al mismo tiempo que la guiaba hacia el asiento reservado para las personas con problemas físicos.

Mientras avanzábamos, él la atendía solícito, le hablaba al oído, le acariciaba los hombros, le comentaba en que parte de la ruta estábamos y no dejaba de mirarla con esa cara de hombre perdidamente enamorado y que yo resignado, pensaba que jamás llegaría a tener. Ella solo sonreía, pero era una sonrisa que mezclaba la tristeza con el estoicismo.

Pasaron unos 20 minutos hasta que llegaron a lo que era su parada, se bajaron y mientras esperaba que cambiara la luz del semáforo, alcancé a ver que entraban a un edificio de oficinas.

Y así, con la excepción de sábados y domingos, lo mismo sucedió todos los días durante poco más de un mes. Mi bus pasaba exactamente a las 7:30 de la mañana por el paradero donde, desde lejos, yo ya podía ver que me estaban esperando. Cuando abordaban el autobús, él respondía mi saludo asintiendo con su cabeza pero ella me saludaba con una voz cuyo tono creo que solo los ángeles pueden tenerlo.

Un día sábado me sorprendí al distinguir solo a él en la parada y al momento de abordar el bus, me preguntó si podía conversar conmigo. Me dijo que no me iba a distraer y que serían solo cinco minutos.

Y me contó su historia.

Se llamaba Richard y ella era Cristina, su esposa. Llevaban cinco años casados y cuando ya pensaban que era tiempo de tener hijos, ella tuvo un problema en la vista, que finalmente la dejó ciega. Completamente ciega... Me dijo que ella había encontrado trabajo como recepcionista en una oficina de abogados ubicada en un edificio a corta distancia de la parada del autobús y que poco a poco estaba recuperando la confianza en sí misma. Me contó también que él había pedido permiso especial en su trabajo para llegar más tarde y así poder acompañarla pero que ya era tiempo que ella hiciera sola el recorrido ya que él no podía seguir guiándola y me solicitó que mientras fuera posible, siempre le avisara a ella el momento en que le tocaba bajarse.

Y se le quebró la voz cuando me pidió que la cuidara especialmente ya que nunca habría una mujer que él pudiera amar tanto como ahora amaba a Cristina. Además me indicó que no le dijera que él había hablado conmigo, ya que ella quería demostrarse a sí misma que podía manejarse sin recibir ayuda alguna.

Al lunes siguiente, ella esperaba sola al autobús el cual abordó sin problema para luego dirigirse de manera segura hacia el asiento para las personas impedidas y creo que esa mañana su sonrisa era más bella que nunca. Pronto llegamos a su parada y mientras se bajaba del bus, la expresión de su cara mostraba que había hecho las paces con la vida. Me demoré un poco esperando que la luz del semáforo se pusiera en rojo con el fin de tener tiempo para vigilar que entrara sin problemas en el edificio de sus oficinas y justo cuando la luz era nuevamente verde, vi que traspasaba la puerta de entrada así que reemprendí mi trayecto pensando que la vida valía la pena vivirla.

El invierno transcurría frío y lluvioso, pero a mí se me encendía el ánimo cuando mi autobús se acercaba donde sabía que estaría Cristina y se me achicaba un poco el corazón cuando ella se bajaba. Así pasó el primer mes y cada día la veía más segura por lo que yo me alegraba, ya que el solo hecho de decirle buenos días y de recibir su amable respuesta acompañada de una sonrisa me ayudaba a sobrellevar mi tediosa y rutinaria vida.

Un día que no llovía, en la esquina diagonal a la que se encontraba la parada en la que siempre se bajaba Cristina, distinguí de pronto a una persona que miraba atenta hacia el lugar donde se encontraba mi vehículo y, al reconocer a Richard, caí en cuenta que a lo largo del mes transcurrido él no la había dejado sola ni siquiera un día; y entonces sentí un aleteo de mariposas en mi corazón mientras un par de lágrimas rodaba por mis mejillas…

Y le pedí a Dios que ojala llegue pronto el día en que yo pueda amar de esa manera…

Texto agregado el 22-09-2015, y leído por 217 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
22-09-2015 Historias así, dir=ferentes he escuchado de un primo que hace los mismo que tu pero...En L.A. Cuando se trabaja para el público, son tantas. za-lac-fay33
22-09-2015 Conmovedora historia de amor.Un Abrazo. gafer
 
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