“Una mentira se vuelve verdad, sí se repite muchas veces”
Yo mero
Queridos amigos:
Yo soy una persona sencilla, común y corriente, cuyo mayor anhelo es vivir y dejar vivir. Sin embargo una serie de sucesos poco usuales últimamente me han ocurrido y me tienen asombrado. Como me gusta ser comunicativo los pongo a consideración de ustedes.
Mi vecino, el reverendo Dagoberto, dice que soy un hombre feliz aunque solitario, lo cual es cierto. Me gusta la buena música, leer autores clásicos, beber caldos selectos y la comida poblana. Me molesta sobremanera, los amigos enfadosos que se la pasan hablando de sus pequeños problemas como enfermedades y cosas así. Tengo un amigo, el señor Desiderio, latoso a más no poder, pero que sin embargo tolero a pesar de que me pide con bastante frecuencia dinero prestado, no mucho, en verdad, y no me lo devuelve nunca.
No le guardo rencor por ello, porque le soy deudor, a mi vez, de muchas emociones extrañas y excelentes: Desiderio es un cazador de misterios y deja que goce de sus extraordinarios descubrimientos.
Gracias a él hice conocimiento con un extraño fenómeno: “el paraguas errante”, un enorme utensilio portátil para resguardarse de la lluvia, que se paseaba completamente sólo, sin que nadie lo sostuviese, por las calles lluviosas de mi ciudad. “Si por distracción o audacia se refugiase alguien debajo de él, desaparecería para siempre”, afirmaba mi amigo.
Me había sorprendido la lluvia camino de mi casa cuando vi al paraguas. En un zaguán se encontraba la molesta mendiga que siempre me importunaba y que no me la quitaba de encima hasta que le daba alguna moneda.
—Aquí tiene cinco dólares —le dije—; pero mire que hay debajo de ese paraguas y venga a decírmelo.
Ella obedeció.
Vi un poco de agua y arena brotar del suelo y el paraguas continuar su camino completamente solo por la calle.
Desde luego, al igual que ustedes en este momento, se me ocurrió la manera práctica de deshacerme de tanta gente molesta e indeseable, pero me encontré con la dificultad de que tenían que suceder tres cosas: que lloviera, que apareciera el paraguas, que era impredecible, y que la persona interfecta estuviera cerca. Tres casualidades imposibles de prever.
Yo estaba muy contento, porque eso me demostraba que mi confianza en Desiderio no estaba mal colocada.
Otra vez me contó sobre un gato blanco, no negro que dicen que es representación del diablo, sino de blancura angelical, mascota de una viejecita, “el enojo del adorable gatito, cuando se engrifaba, ocasionaba que la persona que lo disgustaba desapareciera en el acto”, volvió a comentar mi amigo.
Un prestamista, desalmado, y al cuál le debía una importante cantidad de dinero, con una esposa cuya belleza dejaba sin aliento, me tenía “frito” con sus continuas demandas de que le pagara lo que le debía o me demandaba. En una ocasión cuando me molestaba le dije que me acompañara a ver a mi tía que me daría todo el dinero requerido. Claro que la supuesta tía era la viejecita dueña del gato.
Sin sospechar nada llegamos el usurero y yo a la casa. Cuando nos abría la dueña de la casa y nos preguntaba que queríamos, el prepotente especulador hizo al gato a un lado, éste se había enroscado a su pierna en señal de amistad. Presa del desaire el minino cambió su amistad en ira, se engrifo, y de inmediato el molesto prestamista desapareció para siempre. La viejita ni se inmutó, ya estaba acostumbrada.
Después del feliz suceso, la viuda agradecida me otorgó sus favores por un tiempo. Pero, ya ven que todo cansa, cuando empezó con sus demandas de matrimonio, yo a mi vez desaparecí de su presencia.
No hay que abusar de la suerte, dejé al gato en paz (por las dudas, no se vaya a enfurecer conmigo el simpático micifuz) y seguí mi vida tranquila. De cuando en cuando me visitaba mi amigo Desiderio, más que nada por el excelente coñac que tengo y sus demandas de efectivo.
Una vez me condujo a la sección de lujo del cementerio de la ciudad. Ahí junto con el cuidador del lugar nos pusimos a profanar la tumba de una linajuda dama recién inhumada con una gran cantidad de joyas. Ya saben cómo son las señoras ricas, hasta en la muerte son presumidas. Por fortuna las joyas pasaron a tener una utilidad mejor que adornar a un cadáver, por cierto, muy feo.
Y aquí le paro en mi relato, la gente es muy chismosa y no se le vaya a ocurrir a alguno de los leen esto ir a la policía. Ya ven como hay gente inconsecuente.
Algunos conocidos, no muchos por cierto, dicen que yo soy un gran embustero como todos los que reseñan sucesos. Les puedo asegurar que es verídico lo que cuento, si no, que se muera mi amigo Desiderio de no ser cierto lo que han leído.
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