El sol comenzaba a ocultarse, tiñendo de rojo las nubes que parcialmente lo rodeaban. Las gaviotas pintadas de carmesi cantaban y volaban desordenadamente, girando sobre las tranquilas aguas del oceáno Pacifico.
Cerca de orilla una silueta se confundia con los colores del paisaje marino. Y una rebelde brisa proveniente del sur desordenaba su cabello y el vapor que emanaba de la taza de café mantenía sus manos calientes.
Hundiéndo los pies en las heladas arenas trataba de rescatar el escaso calor de la suave alfombra cuando pequeñas y salinas gotas de rocío besaban su rostro.
Apoyada en su automóvil escuchaba la banda de sonido que elijiera para la solitaria ocación, Tracy Chapman sonaba en los altavoces.
Observaba el monótono romper de las olas en las rocas, cerró los ojos y bebió del dulce aire; su mente era visitada por fotografías de una vida anterior.
Esperaba como todas las personas no equivocarse, qué sus elecciones fueran las acertadas, pero las ruedas del destino determinan muchas veces lo opuesto a lo que deseamos, indiferentes frente a merecerlas o no. Dudó un par de segundos antes de utilizar el aro de oro; quizás el enlace durara para toda la vida, más reflexionando un par de años después una sonrisa se dibujó en sus labios recordando el largo camino al altar con esa vestimenta alba, un nervioso novio como gallardo caballero la esperaba con una dorada armadura.
Un largo trago del humeánte nectar calentó el cuerpo que ya comenzaba a sentir el constante frío que llegaba de la mano con el ocaso.
Pasado el tiempo la realidad golpearía el fin de un sueño demasiado corto. Las peleas se hacían mas severas y constantes, el cariño comenzaba a desaparecer con los años, y la felicidad que esperaba que fuese eterna se transformó en una quimera. A medida que el tiempo avanzaba el vacío se convirtió en su cómplice, y se refugió en el trabajo.
La madre; mujer de negocios, solía recriminar constantemente sus errores. Buscaba en ella la perfección que suelen buscar los padres, encontrar la perfección perdida de su vida, no solo legándola a su hija, si no, culpándola por no desear sus mismas metas. Olvidando constantemente que esa realidad es personal y no una herencia que se entrega como un dote. Ella a pesar de ser su hija, era otra persona, un ente completamente distinto, un alma diferente.
El graznido de una gaviota la distrajo, hubieses jurado que cantaba para ella; quizás el ave comprendrendería su soledad. Más en aquella playa encontraba la paz que le negaran por décadas. La tranquilidad entre las sombras que comenzaban a caer en las blancas arenas.
Él llegaría a su vida en forma casual, el trabajo de medio tiempo no rivalizaba con sus estudios en la universidad. Era sólo un compañero de labores entre muchos; con un fuerte apretón de manos sus vidas se entrelazaron.
_ ¿Que harás está noche? _ La pregunta sonó natural, después de mas de un año de trabajar juntos se dio cuenta que había escapado del mundo conocido internándose en el olvido de las demás personas. Estaba en el periodo donde ya no deseaba vivir en la oscuridad, era hora de liberarse de las sombras saliéndo hacía la luz.
_ Nada _ Respondió Thomasito mintiendo. Sabía que la noticia de su compromiso era público, más como todo hombre era imposible no ceder frente a una hermosa mujer. Además intuyendo la atracción física pensaba que con un poco de suerte habría involucrada una mullida cama. Más de alguna excusa podría decirle a su novia que por razones de trabajo se encontraba muy lejos y por ese entonces se contactaban solamente por teléfono.
_ Te amo mucho, espero que te llegue mi cariño_ Dijo ella con ternura.
_ Lo sé, ten un poco de paciencia, ya tendré el suficiente dinero como para viajar y quedarme a tú lado. Tengo que colgar, me encantaría quedarme un poco más contigo, pero hoy fue un día agitado en el trabajo y necesito descansar_ Vovía a mentirle.
_O.k., mañana te llamo, cuídate, te amo mucho.
_ Yo también_ Al colgar el auricular no sabía si sentir remordimiento por las continuas mentiras, más siempre encontraba las excusas lógicas para sentirse mejor._ Cuando nos unamos en matrimonio todo será distinto_ Se dijo a si mismo cuando abandonaba su habitación.
Las primeras estrellas se abrían paso en el firmamento reflejando su luz en las oscuras aguas del oceáno, en el horizonte era imposible saber donde terminaba el mar y comenzaba el cielo.
Se abrigó con una gruesa bufanda cuando los peces comenzaban su ritual de saltos sobre la superficie. Ella buscaba recuerdos entre los destellos de luz que emanaban desde la lejania la gran capital.
Una pequeña mesa los separaba, el aroma a tabaco se impregnaba en la ropa y los narcóticos líquidos de colores adornaban el bar. Thomasito trataba de ocultar el aro de oro que adornaba su dedo.
_ ¿La amas?_ Preguntó sin rodeos.
_ Si_ Respondió con una seguridad que no le importo.
Se besaron en el estacionamiento e hicieron el amor bajo las estrellas, complementándose, sin promesas, bebiendo el vino que Thomasito eligiera especialmente para la romántica ocasión.
Parada sobre la helada arena buscaba el sitio donde se estacionaron por primera vez, donde no necesitaron de palabras ni de fidelidades.
Sentándose en el interior del automóvil encendió el motor. Mirándose al espejo trato de arreglar su desordenado cabello, encendiendo un cigarrillo comenzó el largo camino de regreso. En busca del lugar de encuentro. A pesar del prematuro matrimonio de él, siempre tienen tiempo para verse, para saber qué a pesar de todo siempre estarán juntos. Que lo que digan las demás personas no significan nada, las palabras solo son artilugios que los une a la cordura de éste mundo, que los mantiene cuerdos dentro de la locura de esta pasión desenfrenada.
Golpea suavemente la puerta del lejano motel; él abre la pesada puerta, una sonrisa, un prolongado beso y un obsequio; las letras de García Márquez con “el amor en tiempos de Colera” adornan el mágico momento. |