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Donogard Philips Crain murió de forma terrible, un capitán de barco que conocía a plenitud los caminos dentro del mar, lo reconozco como mi mejor amigo, y me duele tanto las condiciones de su muerte. Hace dos años zarpó en un viaje con turistas belgas por las aguas del mar Caribe; una tormenta le hizo naufragar a él y a su tripulación. Lo encontramos varado en una isla de nombre étnico que me sería imposible de recordar en este momento. Estaba en condiciones deplorables, con heridas que asumimos fueron provocadas por el accidente marítimo. Su estado mental era frágil, en sus ojos había algo de demencia. Sería algo que vio en esa isla o la soledad le hizo alucinar cosas que provocaron daños en su psique.

De sus demás acompañantes, no se supo nada. Ni siquiera sus cuerpos fueron recuperados, se ha desistido en la búsqueda de sus restos.

Donogard estuvo recluido en el sanatorio de su ciudad de origen, mostró algún progreso en su estado mental; siempre que el tiempo de mi agenda laboral y familiar lo permitiera, visitaba a mi viejo amigo, yo era parte importante de su recuperación. A veces pienso que lo que él buscaba era no recordar, que lo vivido en la isla lo marcó fuertemente, y que a toda costa buscaba alejarse de esos días de naufragio.

Un domingo tres de Abril del presente año, me fue comunicado del fallecimiento de Donogard. Se suicidó arrojándose del octavo piso del nosocomio. Doctores y personal del instituto comentaron que ese día Donogard se mostró más evasivo y callado que de costumbre. En un descuido de los empleados, tomó impulso para arrojarse a través de una ventana. Su muerte fue instantánea.

La familia de Donogard me permitió recoger algunas de sus pertenencias que estaban en el hospital, así como conservar las que considerará de mayor valor sentimental para mí. Tenía el conocimiento de que mi amigo, en su estadía en el hospital, gustaba de escribir historias fantásticas, muchas de ellas disparatadas y de imaginación increíble. Sé que estás actividades le servían como terapia para sanar su dañada memoria y mente, así como para distraerse de recuerdos amargos.

Decidí conservar sus arrugados y amarillentos escritos, siempre que el cansancio me lo permitía, aprovechaba para leerlos por las noches. Muchos de ellos no tenían sentido y me abrumaban por lo tristes y perturbadores que podían ser, llamándome la atención uno en particular, que pareciera hablara de su experiencia de naufragio. No sé si trataba de contarnos lo que jamás le hubiéramos creído, por temor a llamarlo loco, o simplemente fue un invento de escritor inspirado. Fue lo último que escribió antes de saltar por la ventana, aquí lo redacto tal y como lo encontré escrito en hojas maltratadas:
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Desperté en un lugar que mis recuerdos no reconocieron, un paraíso soleado, la intensa brisa y el sabor a sal que se colaba por mis labios me hacía levantarme de la arena. Estaba en la orilla de una playa, trataba de acomodar mis ideas y buscaba recordar los eventos que me trajeron a esta desgracia disfrazada de placer. Un fuerte dolor de cabeza disparaba imágenes en mi mente. Vagamente, recordaba el rostro hermoso de una belleza imposible, comparable con los ángeles descritos en los versos de Benedetti. Observé mi cuerpo para verificar que no había sufrido lesiones. Giré mi eje en 360° buscando los restos de mi nave o a parte de la tripulación que me ayudará a formar el rompecabezas que mi mente no lograba armar.

Sobre la arena se dibujaban las huellas de mis pies descalzos que en instantes eran borrados por el oleaje, las palmeras se agitaban ante las fuertes ráfagas de aire que eran provocadas por una tormenta a kilómetros de la costa. Pude observar en el horizonte como el cielo se ennegrecía, haciendo al mar violentarse. Seguramente ese fenómeno natural había sido el causante de mi naufragio.

Aunque parecía lejana la tempestad, observé como el sol cedía y perdía brillo ante algunas nubes que rápidamente opacaban su intensidad. Me sentí un poco abrumado y temeroso, la soledad puede guiar a la locura a cualquier persona cuerda. Apresuré mi exploración por la costa, buscando los restos de mi barco o a cualquier tripulante, rezaba por encontrar a alguien con quien hablar y aliviara la angustia de mi amnesia temporal.

Vi interrumpida mi búsqueda ante las primeras gotas de lluvia que caían sobre mí, la tormenta se acercaba y tendría que buscar refugio rápidamente. Me alejé de la costa y gracias a Dios no tuve que avanzar mucho, pues apenas cruzando las primeras palmeras, encontré refugió debajo de la espesa vegetación del lugar. Árboles, hojas largas y ramas cubrían mayormente las inclemencias de la lluvia. Me resguardaba debajo de unas cuantas hojas gigantescas, las gotas gruesas de lluvia rebotaban sobre ellas. Al poco tiempo el clima soleado de la isla cambió a un ambiente gris y ventoso, el aire de la tempestad hacía a las olas crecer y golpear a las rocas que se encontraban cerca de la orilla.

Estaba asustado, tenía miedo de ser devorado por esas olas enormes. A la distancia veía como los rayos descendían en altamar, un hermoso paisaje apocalíptico del que no deseaba ser parte. Y no sé cómo, volvía a mi ese recuerdo, esa cara ¿quién sería la dueña de tan excelente rostro? Me apartaba de la realidad y me forzaba para recordar esa limpia y blanca piel, esos ojos aperlados intimidantes, esa perfecta boca. ¿Sería mi esposa? ¿Habría sobrevivido? Deseaba un poco de fortuna.

Allá a lo lejos, dentro del mar, había una roca de tamaño considerable, se encontraba a unos veinticinco o treinta metros cerca de la orilla, en ella se impactaban las olas más grandes, haciendo a la espuma caer en todas direcciones; en una de esas arremetidas, pude observar al objeto de mi principal búsqueda, las olas habían traído a alguien, depositándolo en la superficie de la gran roca. Estaba seguro de que era una forma humana, un sobreviviente más del infortunio. Sin importarme la violencia del clima, salí de mi refugio, corriendo hacia la embravecida orilla, acercándome para prestar ayuda a mi nuevo inquilino.

Como era de esperarse, la tarea de acercarme resultaba imposible, las olas me golpeaban con fuerza cada vez que intentaba pisar los primeros metros de mar sobre la costa, y cada vez que osaba acercarme, olas violentas me revolcaban amenazando con llevarme a las profundidades. Perdí de vista a la forma humana sobre la piedra, ¿sería mi imaginación? O ¿algún cadáver que el naufragio acercó a mí?

Decidí regresar al resguardo del manto verde, la lluvia seguía con fuerza, una completa obscuridad se posó sobre mi cielo. Tapaba mis oídos con las palmas de mis manos, los truenos me ensordecían y los relámpagos me encandilaban. Me llené de miedo, sentí que el fin del mundo empezaba justo ahí. Las olas se embravecían cada vez más, rayos golpeaban a la masa marítima, mientras que un grito de horror opacaba el impacto del mar sobre las rocas, un alarido de muerte me alertaba.

Levantaba la mirada y buscaba sobre la orilla al autor de tan espeluznante grito, buscaba por encima de las rocas algún indicio de vida. Mis ojos parecieron reconocer a alguien. Una forma espectral yacía recostada en la costa, me miraba con ojos aperlados; sino hubiera sido por su hermoso rostro, tal vez hubiera muerto de miedo. Reconocí a la sobreviviente como la mujer que vagamente recordaba. Corrí hacia ella en medio de la tormenta, fui a su rescate. Mis plegarias por encontrar a alguien habían sido escuchadas.

Mis pisadas sobre la arena húmeda hacían más difícil mi tarea de acercarme a ella, tenía miedo de ser impactado por un rayo, pero era más mi temor a la soledad. Pronto estuve tan cerca de la orilla que la forma humana que advertía a lo lejos conseguía finos moldes femeninos, comprobaba la belleza de su rostro. Parecía confundida, más nunca quitó sus ojos preciosos sobre mí. Estaba su cuerpo hundido en el agua, apenas y sobresalía parte de él, tenía el torso desnudo. Me sentí avergonzado de ver la desnudez de sus perfectos pechos, su apetecible figura despertaba en mí una excitación inadecuada por lo caótico del momento. Rápidamente recapacité y tomé orden mental para continuar con mi tarea de rescate.

Daba brincos sobre el agua y las olas que amenazaban con tumbarme. Mi acompañante por momentos desaparecía y volvía a emerger de entre la espuma, no se podía levantar, seguramente tenía una pierna rota o peor aún, desprendida a razón del accidente, debía estar en shock por la sangre perdida y la tormenta.

Al fin pude acercarme lo suficiente a ella mientras le decía que todo estaría bien, que la sacaría de ahí, me agaché para tomarla por los brazos que ella desesperadamente extendió hacía mí. Cuando la sujeté por los antebrazos para halarla, sentí su piel muy desagradable, viscosa, babosa; esto dificultó mi intención de salvarla. Saqué fuerzas de no sé dónde y tiré de ella fuertemente para cargarla.

La impresión que esta acción provocó en mí fue muy fuerte, no podría describir el asco y horror de mis acciones, recordarlo me llena de náuseas y espanto. Cuando halé a la hermosa mujer, la otra mitad de su cuerpo cubierta aun por el agua, quedó expuesta ante mis ojos, una figura aterradora guardaba la dama por debajo de su ombligo, a partir de ahí perdía todo rastro de humanidad, sus extremidades inferiores eran las de un pez, uno gigantesco para ser exactos. No comprendía del todo lo que estaba sucediendo, ¿Qué clase de deformidad o error de la naturaleza era “eso”?

Por si fuese eso poco para mis atribulados nervios, al examinar de nuevo el rostro de la fémina en apuros, advertí que sus facciones cambiaron drásticamente, una sonrisa extendida mostraba sus afilados, diminutos y separados colmillos, su angelical rostro cambiaba al de una infernal bestia, sentía como sus afiladas uñas se clavaban en mis brazos. Mis ojos estaban a punto de salirse de sus cavidades, pensé que moriría de un infarto, el monstruo mitad mujer, mitad pez me tenía atrapado entre sus garras, solo un milagro me salvaría de tan horrible muerte; y así llegó a mi este, en forma de ola violenta y salvaje, el golpe de agua nos separó, dejándome la marca de sus garras en la parte superior de mis brazos. Como pude y haciendo uso de mis dones de nadador, traté de alejarme de ella, nadé con rapidez hacia la orilla, un poco desorientado por el impacto.

Ciertamente no supe por que la creatura no siguió tras de mí, sería que la ola nos separó considerablemente, dejándome a mí la mejor parte, cerca de la orilla. Tan pronto pude ponerme de pie, corrí con todas mis fuerzas a lo más alejado posible del mar, sin voltear siquiera. Gritaba como un desquiciado, escabulléndome debajo de los arbustos, mi salud mental quedó tan frágil después de este encuentro.

Ese hermoso rostro que vagamente recordaba era el de esa creatura, comprendí que la causa de mi naufragio no fue la tormenta, fue ella, me siguió hasta la orilla. La suerte de los demás tripulantes estaba echada, ojala y sus muertes hayan sido rápidas y sin dolor. Sé que mis optimistas deseos son imposibles, no quiero imaginar los horrores que vivieron en manos de este o estos demonios marinos.

Que Dios cuide de mi alma. No sé si podré soportar las pesadillas, los recuerdos, el no poder volver al mar sin evitar mirar al fondo de este, esperando que emerjan los demonios que habitan en sus entrañas.

Texto agregado el 18-09-2015, y leído por 65 visitantes. (0 votos)


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