PENOSA PERSPECTIVA


Con un gran don de mando y movimientos vigorosos alineaba y movía sus piezas frente al ejército opositor. ¡Adelante, ataquen! gritaba arengando a su tropa a la que posicionaba ventajosamente en el campo de batalla desplegado a sus pies.

Sus soldados empujados por él arremetían contra el enemigo, la lucha se desarrollaba cuerpo a cuerpo, las bajas eran considerables en las primeras líneas de los contingentes quienes luchaban por la victoria en aquella batalla convertida en costumbre lúdica.

Su instinto, como el de un militar victorioso le apremiaba terminar con aquel combate, pero el enemigo era numeroso, imponía verlo desde la perspectiva que tenía donde él estaba. Su experiencia en innumerables batallas donde participó le decía que ese combate tardaría horas en decidirse por cualquiera de los bandos de combatientes de aquella ocasión.

Entonces tomó una resolución novedosa para él. Buscó entre sus pertrechos guardados algún arma de destrucción masiva. Dejó de lado la candorosa idea de que la lucha cuerpo a cuerpo entre los oponentes era sinónimo de valentía y de espíritu guerrero. También se puede exterminar al enemigo a distancia —se dijo—.

Claro, no sería la misma satisfacción que se siente acabar con el oponente cara a cara, oír sus gritos de dolor y empaparse con su sangre, pero la victoria siempre será mejor a cualquier otra cosa.

Tomó entonces de entre su caja de juguetes aquella pelota de gran tamaño y la arrojó con fuerza, hasta con rabia, sobre el montón de soldaditos agrupado como el ejército enemigo en la batalla de aquel día, era su juego recurrente, el preferido, pero en aquella ocasión terminaba de forma distinta... Con la destrucción masiva del oponente.

El niño sonrió entonces con pícara satisfacción, pues su belicosidad e instinto destructivo iban en aumento, delineando con ello una personalidad extremadamente violenta que seguramente lo llevaría en algunos años a engrosar cualquiera de las huestes que mantenían a su país en un constante baño de sangre.