La veía de regreso a casa una y otra vez, durante varias largas semanas sentada allí, sobre aquella vieja banca en la esquina de aquel parque simplemente mirando el cielo. ¡Qué bella era!
Intente acercarme una y otra vez, pero era imposible. Mis piernas temblaban al ver los pocos rayos de sol caer sobre su rostro, mi corazón intentaba huir de mi pecho cuando el brillo de sus ojos de caramelo parecía apuntar a mí, mi mente quedaba completamente en blanco cuando la veía sonreír a lo lejos.
Siempre imagine múltiples actos de valerosas y divertidas hazañas para acercarme y hacer que se enamore de mi. Llegar y contarle alguna broma; recitarle un poema; o hasta en regalarle un ramo de rosas a aquel ángel que no conocía en persona aún.
Imaginé el tono de su voz tan dulce como el de las aves que cantan al son del amanecer al lado de mi ventana en las mañanas. Imaginé su manera de hablar tan tierna como la de una inocente niña, pero precisa cual adulta. Imaginé su mirar tan transparente y penetrante que pudiese ver a través de mi coraza hasta a lo más profundo de mi alma. Simples tonterías de un adolescente enamorado de una chica a quien no tuvo el valor de hablarle.
Un día lluvioso mis padres me citaron a la sala y me dijeron una terrible noticia. Tendría que dejar la ciudad por siempre al cabo de unas semanas. Las lagrimas cayeron de mis ojos cuales gotas de lluvia en tormenta; mis rodillas me fallaron y caí al piso desmoronado, pues nunca más podría ver a mi aún extraña amada chica.
Esa misma tarde, mi cuerpo se levanto y salió corriendo sin control. La lluvia era increíble y mojaba cada centímetro de mi ser. Cada vez que mis pies golpeaban los charcos de agua, sentía que mi corazón latía más y más rápido. Mi mente no podía procesar lo que sucedía ni mucho menos entender cuál era mi propósito o destino. Había perdido el control. Así que, solo corrí y corrí.
Cuando me detuve, levanté la mirada y la vi al frente de mí. Ella estaba sentada como cada tarde y estaba mirándome extrañada. No supe qué decir o hacer. Solo atiné a llorar como bebé.
Ella se levantó y me abrazó. Su cuerpo se sintió tan cálido como una tarde de verano. Me susurró al oído una frase que jamás podré olvidar.¡Oh, dios! Qué voz tan dulce, cuán bella fue su manera de hablar. Paré de llorar, me alejé unos pasos y la miré fijamente. Luego, me sequé las lagrimas y le dije que ella era la mujer más bella que jamás haya podido ver.
Le dije que la amaba, que no era necesario conocerla o cruzar más palabras en persona, puesto que ya la conocía. Le dije, con timidez en mis frases, que ella me había visitado en mis sueños y que en ellos yo me había enamorado. Cualquier otra chica me hubiese tildado de loco o algo peor, pero esta solo sonrió ligeramente. Quizás le parecía yo un tonto, quizás se burlaba de mí o quién sabe qué pasaba por su mente. Esos segundos en siglos se convirtieron, mientras sentía que moría lentamente por dentro.
Yo solo seguía viéndola sin saber qué hacer o cómo actuar. Pensé en salir corriendo como el cobarde que era, pero por alguna razón me quede allí, con una mirada llena de esperanza, esperando una respuesta a mi descabellada declaración.
Ella me miró a los ojos, aún sonriendo, y me dijo aquellas palabras que nunca esperé oír de sus labios. Con vergüenza admito que las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos. Por poco pierdo la consciencia. Pues, ¡Ella me amaba con la misma intensidad que yo a ella!
Me dijo que ella también me observaba cada día pasar por ese mismo parque y jamás atinó a acercarse. Me confesó que la razón de su visita a aquel lugar era poder verme una vez más. Me dijo con una voz llena de lindura que ella recordaba cada viaje que realizó a mis sueños durante cada noche.
Fui hombre más feliz y triste del mundo en ese preciso momento. Pues, yo no podía volver a verla. La besé sin pensarlo dos veces. Ella correspondió. No sé cómo se sienta el amor o tener una conexión especial con alguien, pero estoy seguro que debe de ser muy parecido a eso. Sentí que nuestras almas pudieron tocarse, que nuestros corazones se fundieron y que jamás podría separarse.
Nuestro amor duro varias semanas más. Siempre en aquella banca, bajo la sombra de un gran árbol de quién sabe qué. Las aves solían cantar al vernos sentados conversando durante horas y horas. El cielo se tornaba oscuro y las nubes lloraban cuando ella entristecía. Yo la consolaba con un beso en la frente. Tomaba sus manos y las ponía en mi pecho, mientras le decía, mirándola fijamente, que no había razón para botar lagrimas, puesto que mientras mi corazón latiese así de rápido cada vez que ella estuviese a mi lado, yo sería capaz de mover montañas, luchar contra las más temibles bestias y hasta volar por los cielos para arrancarle una sonrisa de los labios. Luego, la besaba en los labios y trataba de hacerla reír con algún comentario absurdo, pues su sonrisa llenaba mi corazón con la dulzura que necesitaba y el sonar de su risa iluminaba el camino que mi destino me había trazado.
En múltiples ocaciones hasta llegué a pensar en que ese parque tenía vida, pues era más bello cuando ella pisaba el césped o reía a carcajadas. Quizás solo fueron ilusiones de un cobarde y tímido joven enamorado. Sin embargo, no poseo memoria de un sonido más hermoso que el de su sonrisa o algún momento en el que haya sido más feliz mi vida. Jamás pude mencionarle que tendría que irme por siempre hasta aquella tarde.
Era una tarde nublada, pero con ciertos rayos de sol sobre los árboles. Yo estaba sentado en la banca esperándola. La ansiedad me estaba matando y el cansancio lo sentía en cada músculo de mi cuerpo, pues solo pude conciliar sueño durante un par de horas. La vi bella como todos los días. Ella usaba un vestido rosa y traía los cabellos recogidos. Tenía una mirada un poco triste y misteriosa como si supiese algo que yo no. Sin embargo, se veía tan hermosa como una diosa. Se acercó y le comenté que tenía una noticia que darle. Una triste noticia, la cual debí mencionarle desde el primer día. Ella me interrumpió poniendo sus dedos en mis labios, mientas decía que ella ya lo sabía, que lo había visto en mis sueños al visitarme. Quedé anonadado por tremenda sorpresa. Ella deslizó su mano hacia mis mejillas, me miro fijamente con una tristeza que me partió el alma en mil pedazos, mientras una lagrima caía por uno de sus claros ojos hacia sus labios. Me acaricio la mejilla y me besó como nunca antes lo había hecho. Sentí el salado y melancólico sabor de sus lagrimas en mis labios, y pude ver y vivir su sufrimiento en mis venas. No pude más; así que, me alejé un poco, la tome de la mano, la puse en mi pecho y la besé en la frente. La tomé del rostro y le dije que la amaba, mientras mi corazón se aceleraba tanto que tal vez iba a explotar. Entonces, la volví a besar en los labios. Sentí que estos besos duraron horas y horas. Nunca la podré olvidar.
Aún puedo recordar sus dulces besos. La suavidad de sus labios me hacían volar por los cielos. Ese momento fue eterno; no quería alejarme ni un segundo, pero tuve que hacerlo. Deje de besarla y la abracé como nunca había abrazado, la tomé de las manos, la mire fijamente y le pedí disculpas por todo el tiempo que la había hecho esperar. Le rogué que me perdonara, puesto que tendría que irme el siguiente día y no sabía cuándo volvería. Sin embargo, le juré que regresaría por ella y que seriamos felices. Fui un cobarde, pues nunca lo mencioné. Entonces, comenzó a llover.
No sé si entiendan el dolor que se siente en el alma, cuando mientes a alguien a quien amas. Lloré mares por dentro, dado que pensé que jamás podría cumplir esa promesa.
Ahora yo, después de dos largos años, estoy aquí, en el mismo parque, bajo el mismo árbol, sentado en la misma banca y bajo la misma lluvia esperando al amor de mi vida, el cual sé que no volverá jamás. Sin embargo, he irrumpido en sus sueños para avisarle que he vuelto. Esperaré días, semanas y hasta meses, pues nunca antes creí en almas gemelas hasta que vi el resplandor de sus ojos. Yo la esperaré. |