Para la Tía

Si hay algo que marcó mi vida fue la cocina. Sí, la cocina, más precisamente la comida. Cada receta, cada ingrediente trae a mi memoria las personas que me enseñaron a usar distintos condimentos o a hacer de la misma receta, según la preparación, una distinta.
Y si hay una persona que dejó huella en mí por esos detalles fue Elena, la tía. Tía de algunos y tía de todos, como simplemente la llamábamos: la tía.
Cuando iba a su casa había un calorcito y un olor a rico que más allá de lo que estaba preparando en su cacerola, emanaba de ella.
Hoy, haciendo empanadas, está acá, al lado mío; escuchando mis confidencias y retándome: “Nunca vas a aprender a hacer las empanadas como las hago yo.”
Pica que te pica el verdeo y dos lágrimas caen en la tabla y no sé si es la nostalgia o lo que ella decía: “El verdeo es muy fuerte” (otra vez tiene razón). “Pero tía, no hay ciboulette en esta época”. “Bue… hacé como quieras… pero no te van a salir como las mías”.
Mientras Marta y Mari hacían ensaladas y los hombres el asado, Miriam y yo freíamos sus empanadas y susurrando nuestros secretos nos reíamos a carcajadas. Ella pasaba por detrás: “No las quemen”…
No hay reunión en la que no estés querida Elena y, “vieja zorra”, te fuiste sin darme la receta…
Otra vez tu presencia está al lado mío y tu voz me dice: “Si no las pinchás se te van a reventar”… Y entonces a una por una les voy haciendo dos agujeritos con un escarbadientes como me enseñaste…